La pandemia de Covid-19 nos obligó a implementar un enorme laboratorio de trabajo remoto. Se calcula que cerca de la tercera parte de la fuerza laboral en el mundo está trabajando en estos momentos desde casa, utilizando para ello las plataformas de colaboración y comunicación.
Se piensa que ello no será solo una respuesta a la coyuntura. Seguramente tendrá repercusiones permanentes, al menos en una primera etapa para algunos segmentos de trabajadores, como es el caso de los denominados trabajadores del conocimiento.
Estos trabajadores son aquellos que realizan funciones analíticas y utilizan de manera intensiva la tecnología, principalmente la informática y las comunicaciones, lo cual les permite una mayor movilidad e interrelación con sus pares dentro y fuera de sus organizaciones formales. Para este tipo de empleado se espera que se den varios cambios importantes. Entre ellos, destacaré los siguientes:
Esquemas de trabajo más flexibles. En días recientes las empresas tecnológicas Twitter y Square anunciaron a sus empleados que podrán seguir desarrollando su trabajo a distancia de manera indefinida. Por su parte, la consultora Gartner pronostica que tres de cuatro empresas en Estados Unidos están planeando que una parte de su planta laboral trabaje a distancia de manera permanente. Otra modalidad que se está explorando es la puesta en marcha de un modelo mixto, donde al menos dos días de la semana se trabaje de manera remota. Todo ello derivará en un crecimiento del mercado laboral abierto, donde se podrán adquirir y colocar capacidades y conocimientos que se pueden adquirir de manera flexible. Aquí hay grandes retos en materia de derechos laborales.
Mayor uso de plataformas tecnológicas. Ante la necesidad de trabajar desde casa, se volvió obligado el uso de plataformas digitales de colaboración y comunicación. El uso de software especializado como Zoom, Skype, Slack, Webex, Microsoft Teams, Apple FaceTime, Google Meet y otras más, se han incrementado de manera notable. Los usuarios de Microsoft Teams crecieron 70%. Cada día se incorporan tres millones de nuevos usuarios a Google Meet. Zoom incrementó en 100 millones de participantes en abril. Las plataformas digitales de trabajo pasaron de ser deseables a ser indispensables. En paralelo crecieron también el software de vigilancia y monitoreo de los empleados, producto de la vieja cultura de control y desconfianza que todavía priva en las empresas. Estamos en una transición de los esquemas de trabajo basados en el control y la supervisión, a uno basado en tareas y resultados con tiempos determinados.
Impulso de la cultura del “trabajo ágil”. Los cambios que ya se venían gestando antes de la pandemia, más los obligados por la misma como el trabajo desde casa, están acelerando la evolución a un nuevo modelo de trabajo, denominado trabajo ágil, flexible y medible. Este implica mayor flexibilidad en los horarios y el control y supervisión, pero una mayor exigencia de eficiencia, productividad y creatividad, con menos uso de la autoridad y la jerarquía y una mayor colaboración. Es un cambio radical del trabajo, basado en la distribución de tareas a uno que se enfoca en los objetivos y las metas cuantificables y verificables. Se otorga más importancia al “hacer” sobre el “estar”. Mayor empoderamiento al empleado, pero mayor exigencia de resultados, por arriba de horarios y condiciones de trabajo. Se gana en libertad, pero se compromete más la productividad y, probablemente, más tiempo de trabajo.
La pandemia nos impuso restricciones, como el confinamiento en casa y el cierre de las empresas, pero nos obligó también a implementar cambios de manera más radical y acelerada, para lo que la tecnología ya estaba disponible. Algunos de los cambios obligados serán permanentes y tendrán serias repercusiones en el futuro de la sociedad.
En el caso de las modificaciones en los modelos de trabajo de los trabajadores del conocimiento, seguramente beneficiarán en la calidad de vida y el sano equilibrio con la vida personal y familiar. También reducirán la presión por más espacios de oficinas en las grandes ciudades y las necesidades de más transporte público y uso de vehículos personales. Todo ello repercutirá en un medio ambiente con menos contaminación.
Pero también traerá mayor presión y estrés por mejorar la productividad y la competitividad personal, con sistemas más rigurosos e implacables de medición de resultados. ¿Será ello parte de la “nueva normalidad”? Veremos.
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