DEL RESENTIMIENTO SOCIAL AL TOTALITARISMO, PARTE 1

El poder ha seducido a los hombres desde los tiempos más remotos. ⎯Nicolás Maquiavelo Francis Fukuyama en su obra Identidad describe y enlaza acertadamente diversos...

3 de junio, 2020

El poder ha seducido a los hombres desde los tiempos más remotos.

⎯Nicolás Maquiavelo

Francis Fukuyama en su obra Identidad describe y enlaza acertadamente diversos conceptos que señalan la realidad, las causas y las consecuencias que llevan a los gobiernos actuales en diversas partes del mundo a ejercer el poder desde el nacional-populismo, donde líderes construyen y profundizan una dignidad e identidad nacional selectiva, excluyente y desigual, que es alimentada por políticas del resentimiento mostrando un modelo autoritario de gobernabilidad y gobernanza contrario a los valores democráticos del respeto, la solidaridad, la tolerancia, la inclusión y el pluralismo. 

En este sentido, el nacional-populismo lo ejercen líderes con legitimidad democrática que logran a través de triunfos electorales y con esta justificación buscan consolidar su poder; estos personajes construyen una conexión narrativa con la gente defendiendo aparentemente sus causas, aunque por ello excluyan al resto de la población, cabe mencionar, que no les agradan las instituciones, los controles y contrapesos que puedan limitar su poder, como los tribunales, el parlamento y los medios de comunicación.

Este tipo de gobernantes tienen diversos rasgos entre el que destaca la megalotimia, es decir, el deseo de ser reconocido como ser superior, lo cual, puede llevarlos a instalar dictaduras y caos social; estos líderes simpatizantes del nacional-populismo, aprovechan el deterioro de la dignidad, la identidad nacional, la carencia de derechos, la debilidad institucional y los errores de los gobiernos pasados para legitimarse y ampliar su poder, justificando, difundiendo y exaltando sus decisiones a través de políticas del resentimiento.

Frente a esto, las políticas del resentimiento las alimentan líderes políticos que movilizan a sus seguidores vulnerados e ignorados por décadas en torno a restituir aparentemente su dignidad. Como lo señala Francis Fukuyama, se engendran demandas de reconocimiento donde el peso emocional se vuelve más importante para las personas, de aquellas que solo buscan un interés económico, aunque en la realidad esto se puede traducir estructuralmente en mayor pobreza, desigualdad, desempleo e inmovilidad social.

Por ello, en la actualidad hay países donde la construcción central del discurso gubernamental y político va dirigido en privilegiar la importancia del alma y la felicidad, desestimando el crecimiento económico, el empleo y pretendiendo atentar contra el patrimonio individual y familiar, lo cual, con el paso del tiempo pudiera tener un acercamiento a un gobierno con rasgos totalitarios.

En este escenario, la construcción de la dignidad y la identidad nacional con una base ideológica nacional-populista y desde el resentimiento es reaccionaria, autoritaria, selectiva y promotora de la exclusión social, lo cual, es contrario a los ideales democráticos de inclusión, igualdad, estabilidad, progreso, orden público y político. 

Lo anterior, de manera lamentable está avanzando en países democráticos donde las constituciones, leyes e instituciones que fueron construidas con lucha ciudadana, debate y pluralidad, hoy están siendo modificadas con la intención de pervertirlas para acumular el poder y perpetuarse en él, lo que significa un riesgo para la estabilidad social, económica y política de un país. 

Al respecto, México durante 70 años vivió un poder unipersonal representado por los presidentes del régimen priista que ejercieron un sistema de “partido hegemónico” tal y como lo denominó el politólogo Giovanni Sartori, el cual se caracterizó por carecer de competitividad electoral; también a este período el escritor y premio nobel de literatura Mario Vargas Llosa, lo llamó la “dictadura perfecta”, principalmente, por la permanencia y arraigo del PRI en la presidencia; por su parte, el Doctor Jorge Carpizo lo denominó el “presidencialismo mexicano” debido al cúmulo de facultades metaconstitucionales (no establecidas en la Constitución) que tenían los presidentes de la república en turno. 

En estas décadas se caracterizaron por un centralismo en la administración pública; el control a los gobernadores; limitantes a la libertad de prensa; actos de corrupción; abusos de autoridad; corporativismo al servicio presidencial; además, se carecía de contrapesos institucionales; la división de poderes no era funcional; se realizaban elecciones donde el gobierno era árbitro y parte; y los actos de represión social fueron hechos que marcaron la decadencia de los gobiernos priistas. El alejamiento y olvido del priismo de las causas y necesidades sociales acentuó el resentimiento social donde la dignidad de la mayor parte de la población fue menospreciada y la identidad nacional perdió rumbo.

En los últimos 23 años de gobiernos priistas, ideólogos de esa fuerza política, del PAN y de los grupos de izquierda iniciaron y concretaron una restructuración política y social, a través de reformas constitucionales y legales que a la postre tuvo como resultados: mayor pluralidad política; instituciones ciudadanas en materia electoral y en derechos humanos; procesos electivos democráticos; triunfos electorales en las entidades federativas de partidos políticos distintos al PRI; equilibrio entre los poderes; un Poder Judicial con mayor autonomía y profesionalización; Órganos Constitucionales Autónomos; entre otros.

Cabe destacar, que en 1997 el PRI pierde la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, lo que provocó mayor competitividad legislativa; en el mismo año el PRD gana la primera elección para Jefe de Gobierno del Distrito Federal; y en 2000 el PAN se consolida con el triunfo en la Presidencia de la República, logrando la primera alternancia en el ejecutivo federal.  

Durante los sexenios de 2000 y 2006, México vivió con gobiernos del PAN en la Presidencia de la República, con una división de fuerzas políticas, pluralidad en las gubernaturas con predominancia priista y con un entonces Distrito Federal con monopolio y centralismo en el poder encabezado por el PRD que se postergó hasta el 2018. 

La sociedad civil se tornó con más fuerza y participación en los debates públicos, se realizaron reformas en materia de igualdad de género, derecho al voto de mexicanos en el extranjero, derecho a la información, seguridad y justicia, amparo y derechos humanos, pero esto fue opacado por la escalada de violencia, narcotráfico, desempleo y bajo crecimiento económico, lo cual provocó un desencanto ciudadano, ya que, el cambio estructural que se esperaba después del régimen priista en materia social, económica y política no llegó. 

En 2012 llega la segunda alternancia en el Ejecutivo Federal, donde regresa el llamado nuevo PRI con altas expectativas sobre todo para bajar los índices de inseguridad y darle gobernabilidad al país. Hubo un Pacto por México, mismo que pretendió dar certidumbre de estabilidad democrática, logrando reformas en materia educativa, telecomunicaciones, hacendaria, energética y financiera, pero este trabajo fue opacado por los presuntos actos de corrupción tanto en el gobierno federal como en gubernaturas priistas, inseguridad, violencia, feminicidios y una histórica tasa de homicidios dolosos.

Esto ofendió y vulneró aún más la dignidad de la población y fue el detonante para revivir el resentimiento del priismo hegemónico, aunque ya no lo fuera. Esto fortaleció el reclamo ciudadano para un cambio social, político y económico, fuera del modelo neoliberal representado por el PRI y el PAN. 

En mi próxima colaboración describiré cómo el nacional-populismo, la megalotimia y las políticas del resentimiento intentan construir en México una dignidad e identidad nacional muy alejada de los principios democráticos, lo cual, tiene como riesgo erigir un Estado con más rasgos totalitarios que democráticos. 

Continuará…

 

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