De verdad no es que uno quiera, no es que uno lo ande buscando como dicen, si ya me había propuesto esta semana ofrecer algo menos dramático, algo que nos sacara de nuestras negras reflexiones para ponernos a pensar en cosas menos espeluznantes; pensar, por ejemplo, en los nuevos hábitos de lectura o en la forma en que, en seis meses, dimos un empuje de diez años a las prácticas digitales y dicho además con la mejor buena fe del mundo. Vaya, que me doy cuenta de que era un mito aquello de que los chamacos de hoy eran nativos digitales y me encuentro con que no, con que son en realidad nativos de las redes sociales y que en materia de conocimiento y búsqueda crítica de información puede ser que todavía requieran que los viejos aficionados a las bibliotecas, los periódicos, los libros de papel y la minería de datos que consistía en aplicar el ojo crítico, la libreta de apuntes y el esfuerzo de la memoria, todavía les echemos una mano. Escribir, por ejemplo, diría Neruda, en los que se han ido en estos días y que poco a poco nos permiten descubrir la enormidad de su legado, ¿no es cierto, Pilar Pellicer, Óscar Chávez? Y vernos con la esperanza de la cultura que aunque uno la vea maltrecha y descompuesta nomás no se enferma ni se muere porque es mucho más grande que nosotros y cada uno apenas percibe un momento, un lugar de aquella enormidad que en realidad representa. Pero nomás no hubo manera.
Verá usted, amable lector, siempre he pensado que la sabiduría popular, comprimida en los dichos, las consejas, las frases hechas, tiene siempre mucho que enseñarnos y por eso recurro tanto a mi abuela, de bendita memoria, que era diestra en el manejo de esos venablos y diversas lanzaderas con que aguijoneaba la realidad y no pocas veces mi inteligencia o mi consciencia; ella tenía razón cuando decía que muchas veces lo urgente le roba espacio a lo importante y es que, de verdad, quería hablar de lo importante y cuando en una de las conferencias habituales del Gobierno Federal, de esas que han perdido el impacto que suele reservarse a las ocasiones importantes –tal vez por eso las apariciones de los mandatarios no eran tan frecuentes sino más bien espaciadas y no por flojos, sino para dar peso a lo que pensaban decir–, acuñaron la frase “nueva normalidad”, e inocente de mí, me dije, ahora sí, va la buena, vamos a debatir sobre los cambios necesarios, sobre el abandono de los hidrocarburos como principal fuente de ingresos y energía, sobre el apoyo para sanar las heridas que de nuevo y sin consideración, hemos vuelto a infligir a las mujeres; en los apoyos a la ciencia y a la cultura que han demostrado en estos días que son la tabla de salvación de nuestra civilización… Y, bueno, me encuentro con un semáforo de cuatro focos – mire que muchos con el tradicional de tres ya tenemos lo nuestro– y un complicado sistema de vuelta a las actividades en las que noto, sobre todo, la presión que se ejerce desde la óptica de los Estados Unidos para recuperar el ritmo de ciertos sectores económicos y también, desde luego, del nuestro.
Me encuentro con un sistema críptico de difícil comprensión, pero, claro, no soy epidemiólogo ni experto en logística, así que de buena fe démoslo por bueno; sin embargo, hay tres puntos en los que no se puede transigir si no se aclaran: el primero es, de nuevo, el de la validez de la información, es decir, si no sabemos en realidad dónde estamos parados, si nos critican por todos lados nuestras fuentes de información, si no conocemos la realidad, ¿cómo vamos a volver a las actividades sin que se la gente tenga miedo y se abstenga o peor aún, cometamos alguna imprudencia colectiva?; en segundo lugar, me encantan las frases bonitas, como habrá notado quien me haya hecho el favor de leerme, digo para eso se hace uno escritor, para salir con lindezas como “Margarita está linda la mar…”, pero en materia pública hay que tener cuidado porque la autoridad construye lenguaje y eso de los “municipios de la esperanza” no me parece afortunado. De inmediato busqué mi alcaldía en la Ciudad de México y claro que no estaba en la lista de los bienaventurados, pero entonces vivo en una alcaldía de la desesperanza y peor aún, porque la esperanza es privativa de los más aislados, de los municipios más pobres y lejanos y los que tuvimos la mala, pésima y refifí suerte de vivir en Ciudad de México, en un barrio “dos tres” como se dice, no tenemos derecho a la esperanza y es que eso es como la lectura básica y poco certera de la pobreza franciscana. La idea no es que todos vivamos en la miseria o que en la pobreza por sí misma haya virtud, sino en el hecho fundamental de que la riqueza que no se pone al servicio de los demás es acaparamiento, avaricia y daño a la sociedad; pero que castigar y estigmatizar al que se esfuerza en saber, conocer y generar, eso no es virtud, es ira, desdén y sembrar tempestades. Y, por último, el consenso. El programa es voluntario según parece, pues cada entidad puede respetarlo o no, porque no vamos a meternos en pleito por eso, pero un programa para salir de una emergencia que no es seguido por todos los que van en el barco que zozobra, no es plan, es redistribución de las responsabilidades, es dejar que cada uno corra para su lado y ver, cuando haya que hacer el recuento de los daños, quién apostó más vidas humanas.
En fin, que no pude hablar de lo importante, de la manera en que este anhelado volverá lo que fue antes de la pandemia, será un volver a otro paraje, tal vez similar, pero otro; que volveremos más fuertes si nos atenemos a las formas de mantener vivo el contacto social, al entendimiento, el diálogo y la acción solidaria, ese lugar donde podemos hacer más, como ciudadanos, por nosotros mismos sin que nos digan cómo o por dónde. Pero ya se ve, me tuve que quedar con las ganas hasta la próxima.
@cesarbc70
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