Y aquí vamos otra vez: cada uno a su casa y como decía mi abuela: Dios en la de todos. A guardarse, es la consigna y tiene un enorme principio de razón: hay que romper el ciclo vital del virus para evitar su propagación. ¡Venga!, sí es dramático, pero también es un proceso normal en las sociedades modernas, ¡vaya!, es la segunda vez en lo que va del siglo. Guardarse en casa es un hecho con profundas consecuencias culturales: una buena parte del Quijote la escribió Cervantes preso de los moros magrebíes; cuenta la leyenda que Newton pergeñó su teoría de la gravitación universal encerrado en Oxford para aislarse de la epidemia de peste bubónica que asolaba Inglaterra en su tiempo; las semanas y meses de convalecencia de Proust durante su enfermiza niñez y adolescencia le permitieron crear la mayor novela moderna: En busca del tiempo perdido; y fue la convalecencia de Borges, luego del accidente en el que se acentúo su pérdida de la vista, que tuvo como producto “Funes el Memorioso” y su cauda de cuentos que revolucionaron el lenguaje literario latinoamericano; aunque en realidad, el verdadero icono de la cuarentena lo constituye el célebre Decamerón de Boccaccio.
En el aciago año de 1348, Florencia enfrentaba una epidemia de peste negra. No se trataba de cualquier cosa. En su momento, se llevó a más de un tercio de la población europea; dejó una marca cultural que todavía hoy sentimos, por ejemplo: las danzas macabras, nuestra idea de la muerte como desgracia colectiva y hasta parte del antisemitismo vienen de esos obscuros días. Sucede que durante la peste negra, la mayor parte de los muertos eran cristianos. En una peculiar lógica de entonces, los judíos que se contagiaban con una frecuencia mucho menor, debían ser los culpables y se les acusó de envenenar los pozos y las fuentes. En realidad, lo que sucedía es que por mandamiento religioso o en algunos eventos como comer o salir de un cementerio, los judíos deben lavarse las manos varias veces al día, cosa que los protegía de los contagios y que era algo que los cristianos no hacían. De aquella época data el Carnaval de Venecia, en esa ocasión suspendido, con su máscara como de pájaro y que encarna al médico de la peste, de aquellos días o noches datan las tertulias literarias efectuadas lejos de los núcleos urbanos con la finalidad de amenizar las cuarentenas. Si es de interés del amable lector, no puede perderse la “ucronía”, género narrativo que se basa en el principio histórico “que hubiera pasado si…”. Un ejemplo de lo anterior es Tiempos de arroz y sal de Kim Stanley Robinson, que cuenta la historia de la humanidad basándose en la premisa de que la peste negra ha aniquilado a la cultura cristiana y solo ha sobrevivido el hinduismo, el budismo, el islam y la cultura china; un buen remedio contra nuestro eurocentrismo.
El hecho es que entre 1351 y 1353, Giovanni Boccaccio escribe una novela gótica basada en la idea de un grupo de amigos que se retira a los alrededores de Florencia con la finalidad de protegerse de la peste y, a fin de pasar el tiempo, narran historias que van describiendo las creencias, pensamientos y anhelos de la sociedad de su tiempo. Con un lenguaje simbólico, Boccaccio nos entretiene y nos muestra una de las mejores radiografías sociales de los días finales de la Edad Media.
Así que para los días que vienen me puse a pensar cuáles son los libros que bien podrían acompañarnos en estas largas jornadas. Desde luego, al confeccionar una nómina como ésta, hay que pensar que lo primero que destaca en toda lista es lo que le falta, y segundo, que las listas son pretextos y puntos de partida y cada quién puede tener y generar la suya. Claro que usted puede ponerse a releer su Crítica de la Razón Pura, o meditar a fondo la Suma contra los gentiles; pero me he puesto al pensar en ese nuevo Decamerón para uso exclusivo de nuestro tiempo, en letras de compañía, de buen y ágil diálogo, no necesariamente edificantes, pero sí cautivadoras y retadoras, algo que nos haga pensar que este tiempo, será en el futuro, digno de memoria grata, en lo posible, dentro del drama que vivimos.
Algo más, como el amable lector notará, he querido patear el cadáver de lo que llamamos la literatura culta; no existe tal, tampoco la literatura comercial. Las academias me disculparán, pero las novelas de don Arturo Pérez-Reverte, que vende millones, están magníficamente escritas y los churros palomeros de Coelho son infames aunque se vendan también por kilo; también están los escritores amargados que no han vendido un solo ejemplar en su vida porque la crítica y, sobre todo, el lector no los comprende. A lo largo de cuarenta años de vida lectora he llegado a la firme conclusión de que lo que existe el literatura bien hecha y letras mal escritas.
Comencemos con una buena dosis de novela negra, de terror y policíaca, con la finalidad de que si nos vamos a llevar un susto, lo hagamos con vampiros y asesinos de marca mayor y no el pésimo terror de la nota roja que más que angustiados nos ha sumido en el hastío de la violencia, sugiero así Déjame entrar del sueco John Ajvide Lindqvist, un vampiro inusitado lejos de los dientezuelos descafeinados de las series de televisión; el Complot Mongol, de Rafael Bernal, recientemente llevado con éxito a la pantalla y que constituye la primera novela policíaca de la literatura nacional, nos llevará a los años oscuros y épicos del barrio chino de la calle de dolores; no se puede olvidar la que se puede considerar una de las mejores novelas de Agatha Christie Muerte en el Nilo, y de su compatriota, G.K. Chesterton, una hilarante conjura anarquista: El hombre que fue jueves en la magnífica traducción de Alfonso Reyes. Para seguir con un ágil recorrido sobre el género, no podríamos omitir Un asesinato literario de la israelí Batya Gur y, desde luego El talento de Mr. Ripley de Patricia Highsmith.
Pero dejémonos de sustos y pasemos al humor, una mirada a Cuentos sin plumas de Woody Allen nos ayudará a reírnos de nuestra condición humana, mientras que Expo 58 de Johathan Coe nos dará la vuelta para mostrar las costuras de la literatura de detectives en la era de la Guerra Fría; por cuanto hace a la broma intencionada, un poco de humor negro y también de reflexión, no dejemos pasar El incidente del perro a medianoche de Mark Haddon que nos introduce en el mundo de un niño que padece autismo; y si quiere bordar sobre las teorías de la conspiración, una excelente ocasión es El Sr. Penumbra y su librería de 24 horas de Robin Sloan y también, una de las cumbres del género, La conjura de los necios de John Kennedy Toole, o, desde luego, El hombre sin cabeza de Etgar Keret.
Terminemos nuestra nómina con la reflexión, la nostalgia y el amor, cerremos aquí que la cuarentena tampoco va a ser eterna. Si quiere introducirse en nuestra ciudad, su tiempo y nuestro ayer, una de las cumbres de nuestras letras en pequeño formato, Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, o si su interés danza más por encuentros amorosos más apasionados y más poéticos, Nueve veces el asombro de Alberto Ruy Sánchez, es garantía de que en la salud y la enfermedad volverá por más. Es momento también para lecturas amenas pero de profundidad humana como Alexis Zorba, el griego de Nikos Kazantzakis.
Pero dejémoslo aquí que parece casi suficiente y tengamos algo en claro: no estamos a las puertas del Apocalipsis ni se trata de las plagas de Egipto, se trata de hechos con los que la humanidad ha lidiado por milenios y que esta vez, magnificados por las superinformación y alterados por el alud de rumores, son un reto físico, pero también a nuestra inteligencia.
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