Se ha declarado la emergencia sanitaria; no un estado de excepción, no una suspensión de garantías. El gobierno ha apostado por conminar a los ciudadanos a que, esforzándose y yendo al límite de sus capacidades, se resguarden en casa, de modo que las autoridades sanitarias puedan hacer su trabajo; escucho los posicionamientos de los partidos políticos y todos llaman a la unidad nacional pero… siempre un pero, que si se debió haber hecho antes, que si tenemos suficientes camas de hospital y respiradores y, en fin, todo cuanto según muchos debió solucionarse antes.
Soy un ciudadano de a pie, uno más, uno entre muchos y no entiendo entonces dónde está el punto de la unidad nacional. Unidad no es ausencia crítica, pero sí apoyo. No escucho a nadie decir que estamos con el gobierno, en este momento y en esta decisión, después de la crisis ya ajustaremos cuentas, cuando volvamos a la normalidad ya nos diremos los pendientes, pero por lo pronto, tenemos una autoridad legítima, ya está ahí, es legal y tiene las facultades para tomar las decisiones. Es una emergencia y las emergencias se atienden, luego se discuten.
No me imagino al comité de bomberos cuestionando las órdenes frente a las llamas, no me imagino en el quirófano al anestesista discutiendo con el cirujano; sí me imagino nuestra democracia con partidos que estuvieran menos atentos a llevar agua a su molino y que estuvieran dispuestos a dar su apoyo a las medidas previo pronunciamiento de sus pensamientos críticos, pero el gesto, la palabra, serían muy tranquilizadores para todos. Vámonos entendiendo, si el Presidente le dio la mano a doña Fulanita, si no se quiso tomar la temperatura, si en fin está haciendo las cosas a su modo y si no estamos de acuerdo, en el mejor espíritu crítico, el acento está en las medidas que se ordenan de manera oficial, lo demás es anecdotario, otro día lo serán de debate.
Desde luego que me gustaría ver al presidente siendo más formal con las medidas sanitarias, o que dejara de ver provocadores y conservadores en quienes forman oposición, pero no creo tampoco que eso sea lo más importante. Lo que de verdad interesa es que el cuerpo social, ahora que parece más unificado en el sentido de que comparte conductas e información con mayor celeridad, se muestre solidario entre ciudadanos y también con las autoridades. Esto es una emergencia, es lo que nos está sucediendo.
Quisiera ver a AMLO en consonancia con el momento histórico que estamos viviendo. Ha llegado a donde está por su innegable liderazgo y me pregunto por qué no usarlo ahora. La oportunidad que tenía en su reciente informe se fue sin generar paz ni esperanza económica. No sé por qué usar símiles tan lejanos como Bolívar o Roosevelt; no sé para qué gritar ¡Viva México! en un patio vacío donde el eco aumenta la sensación de abandono. Lo importante de nuestro grito nacional no es exclamarlo, sino su respuesta, eso es lo que le da valor y es ahora cuando el presidente debe invocar esa respuesta, la misma que lo hizo impactar nuestra historia electoral.
Vamos a experimentar cambios muy profundos dentro de nuestra sociedad. Uno de los recortes primarios en el gasto es siempre la cultura y el entretenimiento. Esta es la oportunidad de revalorizar nuestras prioridades, un momento de encuentro al interior de las familias, un momento de reflexión, de lectura. Me ha impresionado vivamente la cantidad de oferta gratuita que escritores, artistas, editoriales y entidades culturales han puesto a disposición del público para que la vida en aislamiento sea más llevadera. Esa es la única y precaria garantía de que en los días venideros seguiremos comportándonos como seres civilizados; en la medida que el abasto sea suficiente y el pánico no lo estrangule, en la medida que cumplamos las medidas sanitarias y no atasquemos los hospitales, en la medida que aprendamos a vernos en el otro y aprovechar el comercio local, las fuentes de suministro al alcance de la mano y de manera solidaria con las empresas más pequeñas, en esa medida habremos de sobrellevar la crisis.
Históricamente, los grandes desastres, las crisis y las contingencias han representado para los mexicanos avances significativos en la organización social. A diferencia de otras sociedades, la nuestra se fue haciendo ciudadana a punta de terremotos, inundaciones, epidemias y otras desgracias, así que pusieron a prueba nuestra capacidad de organización. Es histórico también decir que en todas ellas la sociedad se puso a la cabeza de la organización y reaccionó con mayor velocidad que las instituciones públicas. Es muy probable que en esta ocasión suceda algo similar y el Estado, si quiere mantener su proyecto de cambio, su ánimo de transformación no puede permitir que los hechos se le vayan de las manos, requiere sabiduría en el gasto, firmeza en las decisiones, pero sobre todo, calidad en la comunicación y en la información. Maquiavelo decía que las sociedades se acostumbran a todo, al hambre, a la violencia, a la represión, pero a lo que ninguna comunidad puede habituarse es al caos. El desorden es la base común de todos los cambios políticos traumáticos. Para evitarlo los datos deben ser claros y comprobables, las políticas sencillas y contundentes y la cercanía no física, pero sí constante.
Me dispongo, en la medida de lo posible, a hibernar con mi familia en una especie de retiro forzado, ya veré la manera de traer el pan a la mesa en colaboración con mi esposa; ya veremos, esa es la frase, porque en estos días, como dijo Manuel Azaña, “resistir es vencer”.
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