Hoy cumple años Samuel Beckett, enorme gigante del teatro y de las letras universales. Una de sus obras más originales, enigmáticas y controvertidas es Esperando a Godot. En ella, Vladimir y Estragón, dos vagabundos, esperan a la orilla del camino a que llegue Godot. No se sabe si van a sorprenderlo, si tienen una cita, cuál es el asunto que deben tratar o siquiera si es que Godot llegará, ahora que si lo esperan con tanto ahínco, seguro es que vendrá, se imagina el público; pero es el punto que el esperado nunca llega y tampoco pasa nada, nunca pasa nada y el tiempo precioso se les va en una espera que es el reflejo del sinsentido de la vida. Ahora que estamos sometidos a tensiones inéditas, a fenómenos que se nos escapan porque nuestra experiencia individual y colectiva no nos da sino para una pálida idea de lo que nos aguarda, esperar a Godot no parece la mejor idea.
Me preguntaba ayer con un amigo, con quien celebraba una junta a distancia, si ahora con las nuevas prácticas sociales, tomar la copa con los amigos a través de videollamadas grupales y pasarse un poco de tragos es una borrachera de buró, ya se sabe, de esas a las que todos tememos porque parecen ser el rasgo de la soledad y la depresión; nos reímos, pero no atinamos respuesta. Me estoy preguntando por los amores postergados que esperaban el contacto final para realizarse, los tratos que no se han cerrado, las visitas que ya no se realizaron y me quedo así, un poco esperando a Godot.
Es normal que los ríos tomen sus cauces, que recuperen sus lechos secos aunque estén abandonados por décadas; las relaciones sociales son así también. Imagino que al final de esta contingencia que cada día, a nuestro pesar, se parece más a una contienda, volveremos a nuestra añorada normalidad, pero no seremos los mismos. Son muchos, miles los que están aprovechando su tiempo para educarse y capacitarse en línea. Son muchos más los que están generando recursos a través del trabajo desde sus hogares, abaratando con ello los costos de las oficinas y todos vamos haciendo lo que podemos, con ingenio, para ganarnos la vida; al volver a la normalidad no seremos los mismos. La sociedad está generando respuestas que van a cambiar nuestro rostro y nuestra conducta en los próximos meses y años.
El poder es un pacto, más allá de lo que dice la ley y de lo que pretenden los políticos, y es un acuerdo donde se juegan muchos elementos, uno de los cuales es el sometimiento voluntario o en términos más amables, la atención y la creencia. No es que uno les crea a los políticos media palabra, sino que uno acepta que ellos ejercen el poder que les hemos dado y vamos atendiendo sus directrices para llevar la fiesta en paz y llegar juntos a buen puerto, pero sus soluciones y sus respuestas no pueden, menos en una emergencia, ser como Godot y perdón por la insistencia, pero no quiero que se me escape de las manos una idea así de etérea. Ya en 1985 y 2017 en todos los casos de desastres naturales que hemos vivido, la sociedad se ha ido organizando a contra mano o paralela al gobierno. En estos casos la situación se vuelve más complicada para la autoridad porque se trata de la totalidad de las relaciones sociales las que se ven alteradas. Hoy, más allá del pago de impuestos, véalo a su alrededor, la gente está recurriendo ágil y presta a cadenas de ayuda en la que la compraventa informal a precios bajos, el trueque y el intercambio de servicios, ocupan una creciente ola de consumo y de actividad económica y todo porque no sabemos a qué atenernos con la situación económica y las familias siguen comiendo y, en el mejor de los casos, tres veces al día.
Las palabras de los políticos, de todos, van sonando cada vez más lejanas y lo que ocupa nuestra atención es la noticia científica, médica; como no encontramos la certeza de la proximidad, el ABC, el vocabulario básico de lo que va a suceder, cómo lo vamos a resolver y con qué elementos, pues nos vamos organizando y teniendo los mensajes oficiales como quien oye llover. Ese es el riesgo más alto que puede correr el poder: no solo no satisfacer las aspiraciones de sus gobernados, sino que ellos, por sí mismos, comiencen a tomar las decisiones y ejercitarlas, a suplirlo en donde no puede o no quiere llegar, y el riesgo no solo se traduce en votos, sino en el concierto en el que necesariamente, si no quiere recurrir a la violencia o la intimidación, debe vivir el gobernante y el gobernado.
Es cierto que los ciudadanos por nosotros mismos no podemos prestar los servicios médicos que se requieren, pero podemos tener el ingenio necesario para ofrecer la observación sobre los que los prestan y paliar, en la medida de nuestras posibilidades, sus deficiencias; no vamos a sustituir a la autoridad, pero nos veremos presionados para que comparta su liderazgo y eso en una emergencia es el escenario menos deseable. Del mismo modo en que las redes de consumo, de información, de entretenimiento y cultura van creciendo cada día y formando conciencia entre todos los que nos quedamos en casa, lo mismo puede suceder con las opciones políticas, la decisión y el juicio de las actividades públicas. Digo, para que después no parezca que no nos dimos cuenta de que Godot, ya se veía clarito, nomás no pudo llegar.
César Benedicto Callejas.
Escritor. Abogado.
@cesarbc70
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