A buena fe guardada

Harán pronto ya doce años que me hicieron favor de publicarme, por primera vez, un artículo de opinión. Desde entonces, mucha agua ha corrido y...

23 de junio, 2020

Harán pronto ya doce años que me hicieron favor de publicarme, por primera vez, un artículo de opinión. Desde entonces, mucha agua ha corrido y algunas cosas he aprendido del oficio, dos son las principales: uno debe escribir de buena fe, no se usa el espacio que generosamente alguien nos destina para hacer daño, no se debe usar una lezna para destripar al vecino, sino para labrar una escultura; segundo, uno es siempre responsable de lo que escribe, no de lo que quiso decir y no se entendió, no lo de lo que creemos que los demás deben entender, sino de lo que uno ha puesto en blanco y negro, uno debe hacerse cargo de las críticas y de las coincidencias. Con estas dos guías se defiende el derecho a expresarse de la única manera posible, opinando con sustento y con razones.

    Esta semana fue terrible en muchos sentidos. El semáforo no cambió de lugar  en la CDMX y los mensajes cruzados del gobierno entre la esperanza de salir a la calle y reactivar la economía y el aumento de casos de contagios y muertos, van sembrando el descontrol pero también la actividad en las calles y en lugares de concentración con lo que no parece que vayamos muy lejos con el control de la enfermedad, eso, desde luego, aumenta la tensión y el encono.  Nos hemos vuelto más agresivos, menos tolerantes y la desesperación comienza tocar las puertas de muchos que no la esperaban. Con todo, un escándalo que pudo ser minúsculo ha puesto de nuevo las alarmas de amarillo a rojo y es aquí donde quiero hacer uso de la primer enseñanza, a buena fe guardada, no deseo que el presidente se equivoque, no es mi intención que hagamos leña de sus declaraciones para aumentar la hoguera de las pasiones y los desencuentros, pero lo que hay que decir, claro, es que está a las puertas de un error que puede costar mucho en términos políticos y no solo a él, sino a toda la sociedad en su conjunto.

    Yo no sé si es verdad que el presidente no supiera que existía el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), no lo creo porque hace unas semanas él mismo nombró a su directora –la misma que después de estos lamentables sucesos ha tenido la decencia de renunciar–, pero  de nuevo, el exceso retórico lo ha vencido para dar dramatismo a su escena, pero resulta que ese Consejo sí es conocido por el público, contra lo que parece creer el presidente. De verdad, a buena fe guardada, espero que no se equivoque y que comprenda dos cosas que van de la mano: el antecedente sobre lo que parece un atentado contra la libertad de expresión de un usuario y comunicador de redes sociales, la falta de oficio en la cancelación de los eventos sobre racismo en México –el  hecho es que el debate no sucedió y no sacamos nadie nada en claro sobre el tema– entenebreció  desde antes su expresión, y lo que podría ser una reflexión sobre el costo beneficio de una institución autónoma quedó expuesto como un exabrupto, un ataque donde se demostró quién manda y cómo lo hace. Mi abuela decía que no hay que hacer cosas buenas que parezcan malas y en lugar de esperar a que las aguas se serenaran y se estudiara con cuidado la situación del CONAPRED, el hecho de negarla, de vilipendiarla y minimizarla después del desencuentro con el comunicador que había sido invitado, eso es un mensaje que se interpreta, nos guste o no, como un principio de autoritarismo y por otra parte, el tema más importante, quiénes son los beneficiarios del CONAPRED y qué función cumple en la sociedad.

    Pero vamos al fondo e insisto, a buena fe guardada, esperando que el presidente no dé un paso más en lo que evidentemente será un error y un desencuentro. El CONAPRED nace del esfuerzo de muchos mexicanos, muchos que hemos trabajado desde las columnas de la opinión, que hemos realizado conferencias y trabajos sin cobrar un cinco –lo  digo por experiencia– para  que el Consejo pueda cumplir su cometido. Muchos somos los que, desde Rincón Gallardo, hemos visto en esta institución una acción igualadora, una fuerza moral compartida y secundada por todos cuyos resultados están a la vista; de dónde si no la normalización y la visibilización de las personas con síndrome de Down que hoy trabajan, están en nuestro entorno y en las escuelas, pienso en ellos porque pertenezco a una generación en la que, a principios de la década de 1970, se les ocultaba y se les denostaba sobre una ignorancia criminal compartida; y también pueden decirse muchas cosas y aludir a proyectos y programas que nunca salen, pero también es gracias a la acción del CONAPRED que hemos cambiado nuestros parámetros estéticos y sociales sobre nosotros mismos, que nos hemos enfrentado al espejo de lo que somos y de lo que aspiramos a ser y sobre todo, más allá de cualquier otro sentido político que se quiera dar, el Consejo representa la esperanza de muchos mexicanos de ser vistos e incluidos en igualdad de derechos. La vieja idea revolucionaria que se basaba en el principio de que hay que destruirlo todo para volverlo a hacer, ha demostrado que no es más que un recurso retórico y una inocentada. En realidad trabajamos sobre lo que han hecho nuestros predecesores y vemos lejos porque estamos parados sobre hombros de gigantes y no se puede negar que Gilberto Rincón Gallardo es uno de ellos.

    De buena fe, en serio, aquí entre nos, nomás por advertir la que se viene. De insistir en la desaparición del CONAPRED, de seguir dando el mismo tratamiento a todos los organismos autónomos y seguir pensando –o  diciendo– que son solo trampas para fugar dinero, el desencuentro y el encono social serán todavía mayores. Vamos siendo claros, una base importante del discurso obradorista se basa en la inclusión de todos, de los más pobres, de los indígenas; cómo decir ahora que se les defiende e incluye, destruyendo el esfuerzo ciudadano de décadas y dos generaciones, con resultados evidentes. Las contradicciones causan facturas muy caras, la epidemia es el mejor ejemplo y si hace unos meses aplaudimos todos, hasta los opositores, la inclusión por fin de la ascendencia afroamericana en la constitución, de la negritud como parte de nuestra identidad, ¿ahora decimos que hay que acabar con el Consejo que hizo posible, en gran parte ese logro?

    Ya para terminar, no se golpea al amigo, no se convierte al opositor en enemigo, ni siquiera en adversario. El juego de la democracia es así y el opositor es un contrapeso y una opción de diálogo, por eso no se le nulifica y menos desde el poder; pero menos aún se juega con una sociedad que se va organizando, al contrario, se le lidera y se le ofrecen causes antes de que se vaya, como se decía en la vieja política, “por la libre”, y lo que menos se hace es tratar como una institución burocrática a la concreción de un esfuerzo ciudadano, no se convierte a una instancia de derechos humanos en un criminal hoyo presupuestario. Venga, no se combate la exclusión ni la discriminación con descalificaciones y con denuestos. A buena fe guardada, recordemos la paradoja de la tolerancia: “hay que ser tolerantes absolutamente con todo, menos con la intolerancia”.

Abogado. Escritor.

@cesarbc70

 

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