Que no te pique el mosco

Sin duda una de las ideas más raras y estúpidas de la Segunda Guerra Mundial fue atacar al imperio japonés con murciélagos.

11 de febrero, 2016

Sin duda una de las ideas más raras y estúpidas de la Segunda Guerra Mundial fue atacar al imperio japonés con murciélagos.

El libro Bat Bomb de Jack Couffer lo cuenta a detalle y con picardía.

Se intentaba soltar sobre Osaka a miles de murciélagos Tadarida brasiliensis mexicana, con un pequeño explosivo diseñado por el creador del napalm, Louis Fieser.

Siendo pequeños, súper fuertes, montoneros y rinconeros, no faltó al que se le ocurriera sentarse ver como ardía el imperio del sol naciente a causa de un ataque masivo de vampiros mexicanos.

¡Santo llamando a la nave!

Ese creativo estratega fue Lytle Adams, un dentista de Pensilvania con nombre de diminuta goma de mascar, que convenció al gobierno norteamericano de llevar a cabo su descabellada ocurrencia.

Los murcielaguitos eran metidos en un cilindro con cientos de pequeñas celdas que iban dentro de una bomba con paracaídas. Al caer dejaba salir a los murciélagos que llevarían una bomba incendiaria adherida al pecho. Y funcionó. Por alguna razón desconocida, al menos para el equipo de investigaciones especiales de la Sección de Estrategias Bélicas Absurdas, Teorías de la Conspiración y Turismo Epidemiológico de Ruiz Healy Times (TEMBELEQUE, por sus siglas en swahili), el proyecto fue cancelado en 1943 siendo ya plenamente operativo.

Los pobres murciélagos siempre han sido tachados de mal agüero por muchas culturas, en ocasiones con razón. En el apasionante libro de David Quammen, Ébola se narra como en 1976 en una población llamada Yambuku en la República Democrática del Congo, al ladito del rio Ébola ocurrió el primer brote de esta enfermedad. Otro brote simultáneo a miles de kilómetros en Sudán, indicaba la pesadilla que sería averiguar cómo se trasmitía esta locura vírica. Desde entonces el ébola aparecía y desaparecía misteriosamente. Tras pesquisas de años, exploraciones de miles de Kilómetros y aventuras dignas de Louis Stevenson, todo indica que son murciélagos comedores de frutas los que trasmiten el ébola. Pueden volar miles de kilómetros y luego ser cazados por aldeanos o tocados por niños curiosos y dar inicio a un preludio del Apocalipsis de los conocidos como zoonosis: Infecciones que tienen un origen en otra especie y ocasionalmente pasan a los humanos. Antes la gente se moría o se curaba en su aldea pero hoy en día toma un avión y contagia a sus primos que reparten el Publimetro al otro lado del mundo. Si está pensado en un argumento fílmico, cinéfilo seguidor de Ruiz Healy Times, tiene razón. De las toneladas de películas con el mismo tema, Contagio de Steven Soderbergh con Matt Damon y Gwyneth Paltrow es sin duda una de las cercanas a la realidad epidemiológica. Epidemia con Dustin Hoffman fantasea con encontrar una cura y vacuna en doce horas. En esta no son murciélagos sino un macaco el portador, como en el caso del virus del Zika.

Si bien son nativos de la franja que va de Afganistán, hasta el Tíbet y Laos, se han diseminado en buena parte del mundo, incluyendo Veracruz. Curiosamente Rodrigo Medellín, el experto en murciélagos más famoso de la UNAM, es coautor de una ficha descriptiva sobre los macacos en México. En 1947 cuatro años después de las bombas de murciélagos en un frondoso bosque de Uganda llamado Frondoso, Zika en idioma lugandés, se capturó un macaco enfermo. El virus se describió en 1952 por el entonces famoso virólogo inglés George Dick ahora completamente olvidado.

Pero no fue sino hasta el 2007 que se detectó fuera de África, trasmitida por un mosco llamado Aedes aegypt el mismo que trasmite dengue, fiebre amarilla y chicuncuña. De acuerdo con Anthony Fauci en la revista New England Journal of Medicine de días atrás, hace décadas se reportó en África que tras una epidemia de chicuncuña había brotes de zika. Para confundirnos más a todos, los síntomas del zika son casi los mismos que del dengue y chicuncuña. El mayor riesgo de zika es en mujeres embarazadas pues pudiera provocar microcefalia en sus hijos, una condición en la que el cráneo no crece pero la cara sí, además de presentar un grave retraso intelectual. No se sabe si el zika es la causa pues en sesenta años de registro solo ha ocurrido en Brasil. De momento no hay vacuna ni medicamento. Debido a qué el mosco pone sus huevecillos en agua hay que evitar que se estanque. Ni siquiera en una tapa de refresco. Usar manga larga y repelente ayuda. En Florida la empresa Oxitec está probando moscos transgénicos cuya descendencia nunca llega a ser adulta y no pica. Sin embargo hay que dejarlo muy claro, donde hay mosco Aedes, habrá dengue, chicuncuña y zika. El uso de especies que se alimenten de insectos como los murciélagos puede ser otra estrategia que debemos explorar. No sé, tal vez metiéndolos en un cilindro y soltándolos desde un avión.

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