¡Ay, madre!

¿A que no se imagina cómo rayos llegamos a que cada 10 de mayo una fila de Cabecitasblancas estén por horas...

12 de mayo, 2016

¿A que no se imagina cómo rayos llegamos a que cada 10 de mayo una fila de Cabecitasblancas estén por horas al borde de la insolación haciendo fila en la Casa de Toño?

En 1860 Anna Jarvis formaba clubes de madres para apoyarse; promovía ayudar a mujeres y niñas que vivían en la miseria, buscando mejorar su nutrición, sanidad y educación. Reclutaba enfermeras para los hospitales militares e intentaba juntar a las madres de sureños y yanquis en la búsqueda de la reconciliación. Era absurda la pérdida de hijos y esposos y las madres más que nadie lo entendían. Jarvis y su hija del mismo nombre comenzaron a celebrar el día de las madres en la iglesia metodista a la que asistían. Los metodistas mexicanos también lo celebraban y de ahí la observación de los dueños del diario Excélsior. Anna hija promovió que los niños hicieran una tarjeta y que se regalaran claveles, una flor sencilla y con pétalos que duraban mucho como el amor materno. Se dice que para los años 20 en que el festejo ya era muy popular, Anna hija estaba horrorizada por el vuelco comercial de la celebración. Así que el origen del día de las madres se enraíza en la búsqueda de la paz y la sencillez de vida. Créalo o no, festivo y edípico lector, aún si usted anda en plena venta nocturna.

Así pues el día de las Madres celebra la valentía, entereza y amor; la vida misma. No solo se trata de sus mitocondrias heredadas únicamente por vía materna. A lo mejor aquellos que padecen alguna enfermedad mitocondrial no aman tanto a sus mamás.

Tener hijos es tan complejo y difícil que siempre se ha considerado una bendición hasta épocas muy recientes donde las condiciones médicas y sanitarias permiten sobrevivir sin mayores complicaciones a un parto o simplemente decidir no procrear.

Por supuesto, depende dónde quiere parir usted, fértil seguidora de Ruiz Healy Times. De acuerdo con un estudio realizado por Carine Ronsmans de la London School of Hygiene and Tropical Medicine y publicado en la revista The Lancent en 2006 el riesgo de una mujer durante el embarazo o el parto era alrededor de 1 entre 6 en los lugares de pobreza extrema en el mundo en tanto que en Europa del norte es de apenas 1 en 30 mil. En México la OMS reporta para 2013, 49 muertes maternas por cada 100 mil partos. En 1990 teníamos 88 por cada 100 mil.

Pero el trayecto del desarrollo tecnológico para nacer ha sido, nunca mejor dicho, doloroso. Ha ido desde usar cuerdas y poleas para sacar al bebé, hasta una amplia variedad de fórceps y otras ocurrencias reproductivas que puede usted revisar en el hermoso y sorprendente libro Birth de Tina Cassidy.

Pero no todo ha sido violencia tecnológica. Nacer bajo el agua se convirtió en una relajante novedad gracias a Igor Charkowsky quien en los sesentas metió a su bebita prematura a una bañera tibia tras nacer intentando reconfortarla. Ese fue el detonante que lo llevó a promover los partos bajo el agua primero, y luego toda una moda subacuática hippie de partos que se puede ver en el sorprendente documental ochentero Water baby: experiences of waterbirth del cineasta Karil Daniels.

Sin embargo fue la separación entre procreación y sexualidad que inicia gracias a la pastilla anticonceptiva de Luis Miramontes, lo que detonó un cambio en la relación entre madres e hijos. Tal vez por eso se ha devaluando tener hijos en el último par de décadas. Algunas de las nuevas tecnologías para parir como los vientres subrogados, la fertilización in vitro o la búsqueda del  desarrollo embrionario exauterino y la selección de sexo llevan a la cosificación de los hijos. La búsqueda de la permanente juventud y las condiciones sociales miserables los hace poco deseables. Ya no es una bendición ser madre. En la sociedad de consumo y hedonismo que gasta millones en tarjetas de felicitación y flores, ser madre ya no es admirable.

Por ello tal vez las patologías emocionales alrededor de la maternidad pululan como lo indican Ian Brockington profesor emérito de la Universidad de Birmigham y autor del clásico, Maternidad y salud mental, y Los Amantes de Lola con su rolita Mamá.  La depresión post parto es constante aún en países de altos ingresos, pero está inevitablemente asociada a la pobreza. Cosme Alvarado-Esquivel de la Facultad de Medicina de la Universidad Juárez del Estado de Durango encontró en 2010 que el 32.6 % de las madres con mayor depresión posparto eran las de menores ingresos. En 2007 Linda J. Mayberry de la Universidad de Nueva York halló lo mismo en un estudio mucho mayor en Estados Unidos. Y a veces las consecuencias son horrendas.

El primer caso de homicidio resuelto usando huellas dactilares fue en 1892 en Argentina  cuando se atrapó a una mujer que asesinó a sus hijos para poder estar con su amante. Como Ana Karenina, pero sin glamour. El llamado Síndrome de Medea, por la mitológica mujer de Jasón que mata a sus hijos para vengarse de su abandonador y aventurero esposo.

Los bajos recursos y el abandono generan situaciones terribles de crianza y maternidad y los altos ingresos han cosificado a los hijos y vuelto indeseable la procreación. Evitar la reproducción es una trampa social a la que se identifica demasiado tarde. Es frecuente postergar la maternidad por una carrera que fue pensada por hombres y para hombres. “Se pueden tener muchos doctorados pero lo que te define es la maternidad”, comentaba hace poco una joven científica que conozco. “No se ve hasta que se es madre.”

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