Montañas flotantes

Además de ser destino turístico y espiritual de toda la clase media de occidente, el estado de Guerrero y Nepal tienen otras cosas en común.

30 de abril, 2015

Además de ser destino turístico y espiritual de toda la clase media de occidente, el estado de Guerrero y Nepal tienen otras cosas en común.

Al igual que Guerrero, Nepal se encuentra en una zona que podríamos llamar, con algunas libertades literario-geológicas, costera. Como la de casi todo el Pacífico mexicano, la costa de Guerrero es la frontera entre dos grandes masas de la corteza terrestre que chocan entre sí. Aunque sin mar de por medio Nepal se encuentra en una situación similar.

En la costa acapulqueña la placa de Cocos se hunde por debajo de la placa de Norteamérica sobre la que estamos usted y yo estimado lector. En el caso de la costa nepalí las placas de Eurasia e Índica se estrellan entre sí pero ninguna de las dos cede y el resultado es que se arrugan como una alfombra que al moverla choca con la pared. La cordillera del Himalaya es precisamente consecuencia de esos plegamientos.

Al primero que se le ocurrió seriamente el movimiento de los continentes fue a Frank Bursley Taylor, aunque fue poco más tarde en 1912 cuando un meteorólogo alemán llamado Alfred Wegener, propuso una teoría parecida sobre la formación de los continentes pero recabando evidencia. Por ejemplo la forma en que encajan los contornos de África y Sudamérica, los fósiles y el tipo de material geológico en ambos lados del Atlántico y otras más. Para 1915 Wegener publicó un libro detallando su idea del movimiento de las masas continentales. Hay que decir que el libro estuvo lejos de romper algún record de ventas. De hecho fue un fracaso absoluto tal vez porque en plena Primera Guerra Mundial un texto en alemán escrito por un meteorólogo que cuestionaba la geología dominada por los ingleses resultaba poco sexi hasta para los geólogos.

Que inmensas masas de roca con ciudades, montañas y valles anduvieran moviéndose sonaba tan disparatado que hasta Albert Einstein llegó a escribir en su contra. Con el tiempo las evidencias se acumularon y para finales de los años sesenta la Tectónica de Placas era un hecho natural incuestionable.

Las placas tectónicas han chocado y se han fragmentado durante millones de años de la misma manera en que lo hace la nata cuando se hierve leche. La leche caliente sube y se enfría ligeramente en la superficie y por lo tanto se hace más densa yéndose de nuevo al fondo y dejando el lugar a la leche más caliente que sigue subiendo. Este movimiento hace que la nata se rompa y los pedazos se muevan y arruguen. En la corteza terrestre pasa lo mismo pero lo que hierve bajo nuestros pies es el magma, millones de toneladas de roca fundida que hacen chocar a los inmensos fragmentos de corteza terrestre que llamamos placas tectónicas y que flotan en él.

Así que una placa empuja, otra ofrece resistencia y el resultado es que de vez en cuando sobreviene un terremoto. No lo parece pero todos los días tiembla, en México y en Katmandú, pero se trata de sismos de menos de 4 grados Richter.

La escala Richter se llama así por Charles Richter, quien la propuso junto con Beno Gutemberg del que ya nadie se acuerda. Se trata de una escala logarítmica para definir el efecto de un terremoto. Logarítmico significa en este caso que un temblor de magnitud 2 no es el doble que uno de magnitud 1, sino mucho más.

Un temblor de 6 grados equivale a la energía desatada por una explosión nuclear como la de Hiroshima pero uno de 7, 900 veces más energía. Desde que se iniciaron las mediciones el terremoto de mayor magnitud ha sido frente las costas de Chile en 1960 con una intensidad de 9.5 grados. Aún sin haber sido medido, el sismo más destructivo del que se sepa fue el de Lisboa en 1755, que duró siete minutos y con tres réplicas de más de 9 grados Richter.

Sismos mayores de 7 grados hay aproximadamente 18 al año en el mundo. No sabemos de ellos porque se dan en zonas despobladas o en el mar. Los terremotos se convierten en desastres naturales cuando afectan a poblaciones humanas lo cual es más factible si además de habitar encima de la unión de dos placas se vive en condiciones como las de Nepal o Guerrero. Con toda la espiritualidad y buena vibra que se respira en los Himalaya, el Banco Mundial indica que en Nepal el promedio de ingreso diario por persona es menos de dos dólares; el de México es de más de 27 dólares diarios. Claro que en Guerrero la situación es peor con poco más de 13 según el INEGI. La OIT reporta en Nepal casi dos millones y medio de personas en su mayoría mujeres y niñas semi esclavizadas. Más de un millón de niños traficados, de los cuales casi la mitad con fines sexuales. Entre estos la prevalencia de VIH es de las más altas con 43% según un estudio internacional de 2008. Quizá no está de más revalorar el lado espiritual del acapulcazo chilango que cada Semana Santa invade el bello y telúrico puerto de Acapulco. World Education calcula que 40% de los niños nepalíes trabaja incluyendo casi 30 mil en ladrilleras. Tal vez por eso los nepalíes sacrifican medio millón de piezas de ganado al dios Gadhimai solicitando mejor fortuna cada cinco años. Y en una de esas fueron escuchados porque pudo ser mucho peor lo que ha ocurrido. Brian Tucker el presidente de GeoHazards, una organización dedicada al monitoreo y prevención de sismos, declaró al periódico británico The Guardian que sus cálculos indicaban que si en Nepal ocurriera un terremoto de alrededor de 8 grados Richter podrían morir más de cuarenta mil personas. Seguirá temblando en Nepal y en México y ni toda la ciencia y la tecnología evitarán el sufrimiento si no cambiamos el desastre social existente. Cambiarlo requiere la misma tenacidad y constancia que levantó el Himalaya; no es fácil pero es posible.

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