Miedo a las vacunas

Si usted está vivo al momento de leer este artículo tal vez se lo debe a un quemador de brujas, un esclavo africano y una...

18 de mayo, 2015

Si usted está vivo al momento de leer este artículo tal vez se lo debe a un quemador de brujas, un esclavo africano y una multitud de niños pobres europeos.

Probablemente no le suene el nombre de Cotton Mather, un bostoniano sospechosón de incitar a la quema de brujas a inicios del siglo XVIII. Quizá esa es la razón de que ni sus paisanos le dediquen más de dos líneas en libros de historia y ni un callejón en las afueras de Springfield, Montana (aunque hay por ahí un cantante folk homónimo con música que haría confesar cualquier acto de hechicería). Pero Mather fue más que eso; escribió alrededor de 400 libros y panfletos durante su vida, fue clérigo y naturalista de gran agudeza y, tal vez lo más importante, promotor de la vacunación mucho antes de que se llamara así.

Mather poseía esclavos africanos de quienes escuchaba con atención las narraciones de sus pueblos originales. Uno de ellos le contó que durante una epidemia se tomaba pus de un enfermo y se untaba en gente sana para prevenir la enfermedad. Mather propuso adoptar el método y rápidamente fue atacado con fuego, trinches y azadones. Poco más tarde Zabdiel Boylston, un médico de la zona, revisó los reportes de Mather y ante una epidemia de viruela inoculó a su propio hijo y a quien se dejara. Solo 2% de los vacunados murieron contra 35 % entre el resto de la población. Desde entonces el camino ha sido largo.

Luego vino Edward Jenner, quien le llamó vacuna en 1796 y su llegada a México por Xavier Balmis en 1804. Jenner y un sobrino suyo experimentaron la vacuna con niños pobres ingleses antes de que el procedimiento se usara en la gente bien de la “City” de Londres. Balmis salió de España con 22 niños a los que iba infectando con pus de uno a la vez; se esperaba a que le salieran ronchitas para luego obtener una vacuna y aplicarla a otro niño y luego a otro.

Pese al esfuerzo, las primeras vacunas llegaron tarde a nuestras tierras. La viruela arrasó México en 1521; no acabábamos de agarrar aire cuando cayó el sarampión en 1545; tifo en 1576 y 1581; de nuevo viruela en 1743, 1797 y 1804; en 1918, influenza española que mató a 18 millones de personas en el mundo. En 1957 tuvimos otra epidemia de meningitis y así hasta la de influenza en 2009 que quedó en sustito. Sólo en el siglo XX murieron 500 millones de personas por viruela mundialmente. Sin embargo, de acuerdo con datos de Centro para el Control de Enfermedades de los Estados Unidos, el promedio anual de enfermos de poliomielitis en el siglo XX en ese país fue de 16, 316 y en lo que va del siglo XXI es de cero; de viruela 29,005 contra cero hoy día. Hasta antes de las vacunas se internaban más de 62,000 niños al año por rotavirus y hoy menos de 8,000; por varicela se pasó de cuatro millones al año a menos de medio millón. Para la hepatitis B de 62,000 casos anuales a casi 11,000.

Las primeras vacunas usaban microbios enteros debilitados, partes de ellos o sus toxinas que provocaban que cuerpo reaccionara contra las enfermedades. El sistema inmune, el sistema de defensa, “recuerda” esta situación y cuando hay un intento de infección real el organismo ya está preparado. Se puede decir que un microbio, ni se olvida ni se deja y nunca dice adiós.

Las vacunas de hoy en día ya no usan microbios muertos o debiluchos. Muchas usan fragmentos de material hereditario, ADN o proteínas que el sistema inmune pueda reconocer. Ese es el caso de la vacuna de la hepatitis B, causada por un virus que provoca inflamación en el hígado llegando hasta la cirrosis hepática. Por fortuna existe vacuna contra este mal que se aplica en varias dosis, la primera de ellas a los pocos días de nacer.

El 8 de mayo pasado se aplicaron de manera rutinaria 52 vacunas a niños de Chiapas, estado con la mitad de sus habitantes por debajo de la línea de pobreza y con cifras de mortalidad infantil similares al África subsahariana. Dos de ellos murieron y 37 han sido hospitalizados hasta el momento. Al parecer un primer boletín de la Secretaría de Salud de Chiapas indicaba que se trataba de una “reacción alérgica” a las vacunas. ¿Cómo lo supo sin realizar ningún estudio? Más de cuatro días se tardó una autoridad federal de salud, el director del IMSSS, en dar una tenue declaración pública. Tanto el hueco informativo como la difusión de la “reacción” pueden tener graves consecuencias.

Hace unos años, en 2003, en Nigeria se impulsó una campaña de vacunación contra la polio debido a que el 45% de los casos ocurrían en ese país. En el norte se corrió el rumor de que las vacunas podrían ser una estrategia para esterilizar a los musulmanes. Algunos líderes islámicos hicieron eco y las consecuencias se las imaginará usted. El profesor Samuel Jegede de la Universidad de Ibadan de Nigeria publicó un artículo sobre las secuelas del rumor. Para 2006 los cinco estados del norte nigeriano concentraban más del 50% de los casos mundiales de polio.

Un texto sobre la historia de la vacunación del Colegio de Médicos de Filadelfia narra cómo en 1998 una publicación con datos falseados que asociaba vacunas triple viral (sarampión, paperas y rubeola) con autismo derivó en miedo a las vacunas en Inglaterra. Desde entonces a la fecha, el autismo es el mismo y el autor del artículo, el doctor Andrew Wakefield, perdió su licencia de médico. Pero las enfermedades sí han aumentado. Rebeca Smith del diario The Telegraph hace un recuento de las consecuencias. De acuerdo con datos de la Agencia de Protección de la Salud, en 1996 hubo 112 casos de sarampión, 94 de paperas y 3, 922 casos de rubéola en Inglaterra y Gales.

Luego del rumor, una epidemia de paperas azotó Gran Bretaña en 2005 con 43,378 casos. El sarampión por su parte se elevó a 1,370 casos en 2008 y aún en 2012 había brotes en Liverpool. El problema con un niño no vacunado no es solo ese niño, sino que al enfermar aumenta la probabilidad que otros pudieran enfermar. La confianza es fundamental para promover la salud pública. A los niños fallecidos en Chiapas no se les hizo autopsia por usos y costumbres de los padres. En Apocalypse Now de Francis Ford Coppola se cuenta la historia de una campaña de vacunación de polio por parte del ejército estadounidense que terminó con la amputación a machete limpio de los bracitos de los niños vacunados. Si las comunidades más pobres de México comienzan a desconfiar de las vacunas, adivine qué va a pasar.

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