¿Qué hacen un misionero escocés, un gringo coleccionista de conchitas, un policía croata y una asesina argentina? Resolviendo el multihomicidio de la Narvarte.
Hace unos días Daniel Pacheco Gutiérrez fue detenido por participar en el espantoso crimen de cinco personas en la Ciudad de México. Fue identificado por una impresión fragmentaria de huella dactilar. No es el primer asesino que cae de esta manera.
La noche del 29 de junio de 1892 un par de niños fueron degollados en Argentina, según narra Nuria Janire Rámila en el libro La Ciencia Contra el Crimen.
La madre, Francisca Rojas, acusó a su amante Ramón Velázquez de asesinar a sus dos hijos e intentar matarla. Ramón fue detenido de inmediato y usando las más avanzadas técnicas de persuasión basadas en escupitajos, zapes, pocitos y puntapiés intentaron hacerle confesar. Resistió. Y, para su buena suerte, el policía Eduardo Álvarez había leído los trabajos de Juan Vucetich, un policía recién llegado de Croacia e interesado en los trabajos de Francis Galton sobre huellas dactilares. Así es, Francis Galton. El mirrey decimonónico nerd y primo de Darwin, Galton proponía identificar personas gracias a un sistema de clasificación de huellas dactilares.
Para fortuna de Ramón Velázquez, degollar niños es una tarea poco pulcra y el regadero de sangre por todo lados hizo inevitable que el asesino dejara una mancha con sus dedos.
En realidad casi todas las ideas que se adjudicaba Galton provenían de Henry Faulds, un típico médico presbiteriano escocés de la época.
Proveniente de una familia que hoy llamaríamos clase media baja, Henry Faulds fue médico y misionero en India y luego en Japón. Ahí le dio un ataque de actividad y se puso a fundar hospitales, dar clases de medicina, ayudar a los ciegos, publicar una revista cristiana y, cuentan las malas lenguas, tomar clases de sushi. Para 1882 había atendido a más de 15 mil japoneses, combatido una epidemia de rabia y fundado un sistema de socorristas. En uno de sus ratos libres participó en debates sobre la compatibilidad del darwinismo y el ristianismo con Edward Morse, el célebre fundador de la revista American Naturalist, erudito y experto en moluscos quien decía investigar fósiles pero en realidad se la pasaba coleccionando tasas de té. Se dice que los debates fueron tan intensos que atrajeron a miles de japoneses ya un tanto fastidiados de la danza Butoh, el sumo y ver crecer bonsáis.
Colin Beavan, en su estupendo Huellas dactilares, narra cómo Morse y Faulds, contrario a las tradiciones mexicanas, se hicieron cuates a pesar de pensar distinto. Morse invitó a Faulds a un sitio arqueológico de cerámica en el que investigaba. Faulds se dio cuenta que los tepalcatitos de porcelana tenían marcas de dedos y pronto notó que el tipo de cerámica estaba asociado a unas huellas específicas; era posible identificar al alfarero muerto dos mil años antes. La emoción le provocó otro ataque de actividad y se puso a colectar huellas dactilares de sus alumnos, feligreses, detractores, socorristas, ciegos, geishas y monjas. Por fortuna era bastante popular. Luego de miles de huellas concluyó que eran irrepetibles pero no se heredaban.
Si usted está convaleciente de alguna cirugía tal vez esté mirando cómo los personajes de Orphan Black, la adictiva serie de la BBC, se desconciertan porque hay unos gemelos que engañan a todo mundo por tener las mismas huellas. Algo parecido ocurrió en la película Ríos de color púrpura con Jean Reno, que además no se define si critica o alaba las ideas racistas de Galton.
En realidad las huellas digitales son arrugas que se forman durante el desarrollo intrauterino. No son un carácter genético y por lo tanto dos gemelos no pueden tener las mismas huellas digitales. Y según la malísima película Fingerprints hasta los fantasmas conservan sus huellas irrepetibles.
En 1880 Faulds le escribió a Charles Darwin sobre sus descubrimientos, quien a su vez le reenvió la carta a Galton quien a su vez prometió contactar con Faulds quien su vez sigue esperando con paciencia presbiteriana la respuesta desde su tumba en Escocia.
Desde entonces se ha usado especialmente en casos criminales y con técnicas más complejas y refinadas. Por ejemplo, Patricia Lucena de la Universidad de Málaga publicó hace dos años en la revista Spectroscopy un sistema que permite identificar residuos de explosivos de huellas dejadas sobre superficies lisas. Un rayo láser escanea las huellas detectando la marca de luz de sustancias asociadas a explosivos.
Quien asesinó a los niñitos argentinos resultó ser la madre y a Ramón, luego de un disculpe usted por la picana y los tehuacanazos, lo dejaron en libertad. Sabiéndola ya culpable y solo por protocolo y para no perder la tradición y el espíritu de cuerpo policial le aplicaron la misma técnica de persuasión a Francisca. Esperemos que con los homicidas de la Narvarte las tradiciones sigan vigentes.
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