Cáncer de Trump

¿Qué tienen común la leche materna, Trump y el cáncer? Ojalá fuera en algo mejor.

3 de marzo, 2016

¿Qué tienen común la leche materna, Trump y el cáncer? Ojalá fuera en algo mejor.

Una de las grandes búsquedas de la humanidad desde aquel neandertal llamado Adán hasta este neandertal llamado Trump, ha sido la inmortalidad. Algunos la buscan con estridencia como el mismo Trump, otros con armonía como David Bowie, quien hace poco muriera de cáncer. Aunque como alguna vez comentara Jorge Luis Borges, que toda la gente que ha nacido hasta ahora haya muerto es solo una estadística y no significa que alguno de los que aún vivimos no lo logre.

Si hay algo raro del cáncer es que, aunque temible y estigmatizante como cuenta Susan Sontang en La enfermedad y sus metáforas, es que su esencia genética, la combinación de genes que es usted, su genotipo, se vuelve eterna. Cuando un linaje de células, digamos una familia de sus propias celulitas, se vuelve inmortal, usted sucumbe paradógicamente.

Bowie mismo jugó a la experiencia de la inmortalidad haciéndola de vampiro en la extraordinaria, The Hunger, el Ansia, una joya cinematográfica creada por uno de los peores directores de Hollywood, Tony Scott. En algún momento, el personaje de Bowie entra en una espiral súbita de envejecimiento acelerado que lo lleva a buscar ayuda de Susan Sarandon, científica sexi que anda en ondas de terapia génica e inmunológica prematuras; el filme es de 1983.

Y es que desde entonces, de hecho desde un par de décadas antes, una de las muchas formas que se han usado para atacar al cáncer ha sido el propio sistema de defensa del cuerpo humano, el sistema inmune.

Si existiera una forma de que las células de defensa reconocieran a las células cancerígenas, podrían atacarla como si fuera una infección. Eso ha tratado de hacer Stanley Riddell, del Centro Fred Hutchinson de Investigación del Cáncer en Seattle. En la pasada reunión de la American Asociation for Advanced of Science (AAAS) de febrero presentó los avances de su trabajo. Riddell y su equipo modificaron genéticamente linfocitos T para que produjeran una proteína que los llevara a atacar células cancerígenas. Los linfocitos T son un tipo de células que combaten a microorganismos que invaden al cuerpo o a células propias que no funcionan bien, como en la leucemia. Pero la respuesta natural contra el cáncer es generalmente corta y disminuye de intensidad con el paso de los días. El uso de estas células T modificadas es por el contrario, de largo plazo, precisa y potente. Los resultados son entusiasmantes. Entre los pacientes con leucemia lifoblástica en que se probó, más del 90% mejoraron. Entre los que tenían leucemia linfocítica crónica, más del 80% tuvieron una mejora.

Los investigadores obtienen los linfocitos T de la sangre, usan una técnica para modificar sus genes y los reintroducen.

Estos resultados son absolutamente esperanzadores para quienes padecen estos tipos de males.

Pero no se emocione mucho. Los experimentos en un laboratorio tienen la ventaja de mantener bajo control todas las circunstancias que se le puedan ocurrir a los investigadores: el tipo de célula usada, la cantidad de luz, la humedad o las sustancias nutritivas que se emplean. Cuando usted prueba la nueva técnica o sustancia en un pacientito que iba pasando, las condiciones son con frecuencia desconocidas. Hace un par de décadas, en un laboratorio noruego, descubrieron que una proteína presente en la leche materna destruía células cancerígenas en una proporción muy alta. De inmediato cundieron los reportes noticiosos y los fondos para la investigación. Tras años de trabajo, el callejón sin salida de la realidad ha hecho caer en el olvido aquellos trabajos y mirar con anhelo a los linfocitos T.

David Brook describe en el New York Times el fenómeno Trump como un cáncer que se gestó ocultamente durante 30 años de despreciar la ética política, una metáfora que tal vez hubiera encantado o aterrado a Sontang. Luchar contra la enfermedad requiere tesón y entereza, sea un tumor de células malignas o de ideas malignas que se rebelan por millones, con el ansia de ser inmortales e invadir cada rincón de su cuerpo. Y es que lo único que tienen en común todos los tipos de cáncer, es el descontrol de la reproducción celular. Imagine usted, prolífica lectora, que cual el bíblico Abraham se pone usted a tener hijos y nietos en número similar a la arena de la playa. Las demás familias de su pueblo, con natalidad más decorosa, pronto se verán desplazadas y los recursos de la comunidad se agotarán. La comunidad que es usted, pluricelular lector, lectora, se acaba, muere. Ahora imagine que en lugar de células se trata de votantes por Trump y el cuerpo es Estados Unidos. Ya muy lejos de la lactancia. O tal vez no.

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