NUEVAS PROPUESTAS PARA UN PLAN ANTICRISIS

De acuerdo a las múltiples lecturas que me ha permitido hacer la reclusión obligatoria del coronavirus, como muchos mexicanos empezamos a preocuparnos no solo por...

23 de marzo, 2020

De acuerdo a las múltiples lecturas que me ha permitido hacer la reclusión obligatoria del coronavirus, como muchos mexicanos empezamos a preocuparnos no solo por la incertidumbre de cuándo se saldrá de esta pandemia, sino por lo que pasará una vez que ésta termine.

Estimamos una caída del PIB entre 1.5 y 8%, haciendo nuestra los pronósticos de la consultora Improven (aunque esos datos están calculados para España), que será enorme para México. La disminución de nuestras exportaciones –especialmente en el sector automotriz, como en 2009– hacia Estados Unidos, serán inevitables. El gobierno tiene  poco margen fiscal para acometer un programa ambicioso de infraestructuras que reactive la economía. Pero no deja de haber alternativas, como la implantación de un sistema de economía verde y circular como sugiere el Banco Mundial, y de un Nuevo Green Deal, tal como recomienda Jeremy Rifkin en su reciente libro El Green New Deal Global (Paidós, 2020). El problema es que no creo que desde Palacio Nacional se planteen siquiera alguna de estas alternativas –demasiado “rebuscadas” para la 4T–.

En el Plan del Consejo Coordinador Empresarial de 35 puntos para reactivar la economía se ve claramente que al CCE solo les interesa la posición de los empresarios, haciendo recaer el peso de la crisis sobre el gobierno y los empleados. Esto no es justo ni recomendable, porque una fuerte caída en el empleo deprimiría aún más el consumo, con lo que la recesión podría “mutar”  en una depresión. Además, es un plan con poca imaginación, pues enfatiza demasiado los recortes fiscales como medio para salir de la crisis, cuando varios premios Nobel, como Richard Thaler en su reciente obra Portarse mal (Paidós, 2018) y Joseph Stiglitz en El capitalismo progresista  (Debate, 2020) ya han demostrado que este mecanismo no sirve para intentar resucitar una economía. Ese efectivo se va a las arcas de los empresarios, pero no ayuda a resucitar una economía deprimida.

La otra propuesta del CCE, que consiste en fomentar la desregulación para crear nuevas empresas, tampoco es muy original. El gobierno mexicano viene trabajando en la desregulación desde 1995, con efectos moderados. El 57% de la economía ya es informal, y ocho de cada 10 Mipymes desaparece tras los primeros dos años de existencia. Economistas como el propio Thaler señalan que en la desregulación los gobiernos han adoptado los incentivos equivocados, pues se obsesionan en eliminar los trámites para crear una empresa, pero no buscan políticas públicas para favorecer su sostenimiento y crecimiento. Crear una empresa es solo el principio; se requiere crecer y mantenerse en el mercado para que el proceso sea exitoso.

México tiene los recursos para salir adelante, pero el posneoliberalismo tampoco parece tenernos la respuesta (el año pasado ya decrecimos 0.1% sin coronavirus y petróleo a precio de remate, como ahora).

En el libro La paradoja de la prosperidad, el gurú de la innovación Clayton M. Christensen (Harpercollins, 2019), distingue entre tres tipos de innovación en las naciones: las mejoras de sustentación, que son las mejoras a soluciones que existen en el mercado;  las de eficiencia, que permiten a las empresas hacer más con menos recursos (las típicas en una crisis, que no generan empleo); y las innovaciones creadoras de mercado, en donde se crean consumidores y mercado donde antes no los había. Las auténticas innovaciones “transformativas” son las creadoras de mercado: el Ford T, la grabadora de Sony, los seguros en economías pobres. El autor citado señala que México ha cometido un error al promover los dos primeros tipos de innovación, olvidando el tercero.

Entre las innovaciones paralelas a las creadoras de mercado que sugiere Christensen, se encuentran “los negocios en la base de la pirámide”, que inventó el difunto Prahalad, y el fomento para la creación de empresarios que puedan utilizar medios de producción baratos, que satisfagan necesidades de personas en economías en pobreza, como propone Gabriel Zaid en Hacen falta empresarios creadores de empresarios y El progreso improductivo. Se trata de políticas públicas que “jalen” la economía, no que la empujen. 

¿La cancelación de la reforma educativa que “devuelve” el control de las plazas a la CNTE y al SNTE y elimina la evaluación educativa es una política que “jalará” a la economía, o la empujará? Más bien nos retrasará. ¿La eliminación de requisitos legales para emprender “jalará” al resto de la economía? Sus efectos han sido más bien neutros (de hecho ya existen estas políticas). ¿Subsidios fiscales como cheque en blanco? ¿A cambio de qué? Si no son a cambio de inversión y en generación de empleos de los empresarios, constituyen un regalo. No estamos en momentos de Reyes Magos.

Como vemos, el tema de la promoción de la recuperación será complejo y llevará mucho tiempo, pero otros países, en situaciones peores (Japón, Corea del Sur, Alemania, China) lo han logrado, enfocándose en lo que da resultados: la educación y la salud son prioritarios; favorecer una política energética hacia las energías renovables y energía barata; una reforma fiscal redistributiva, que grave al 1% poseedor del 40% de la riqueza no productiva. Y una reforma completa de nuestro sistema financiero también sería indispensable. 

Nada tiene efectos “mágicos”. Pero de no implantar las políticas de recuperación adecuadas, el ánimo social, esencial para remontar una crisis, que debe levantarse y mantenerse, podría venirse para abajo de manera generalizada. Y perdida la esperanza, no hay plan que permita salir de ninguna crisis. Lo que está claro es que haciendo las mismas cosas, no podemos pretender efectos distintos; eso es locura, según la famosa frase de Einstein.

 

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