EL REDIMENSIONAMIENTO “RACIONAL” DE LA ACTIVIDAD DEL ESTADO

De acuerdo a Tomás Calleja ( El protagonismo social de la empresa , Cuaderno 66, colección Cuadernos Empresa y Humanismo, Universidad de Navarra, Pamplona) la...

17 de febrero, 2020

De acuerdo a Tomás Calleja (El protagonismo social de la empresa, Cuaderno 66, colección Cuadernos Empresa y Humanismo, Universidad de Navarra, Pamplona) la globalización de la economía y la mundialización de los mercados han originado el crecimiento del número de los agentes que compiten en cada arena económica, han aumentado la intensidad de los esfuerzos necesarios para el éxito empresarial y han extendido la gravedad de las consecuencias de los errores de las empresas. Ahora hay que hacer las cosas muy bien y eso es difícil. Los errores se pagan muy caro, y eso es muy malo. En esa aventura trabajosa por el éxito empresarial, nadie duda que el papel del Estado es muy importante y que las empresas dependen, en parte no despreciable, de los niveles de estímulo que el entorno que las condiciona sea capaz de facilitarles. Dicho entorno está configurado por unos componentes que se concretan como consecuencia casi directa de acciones de gobierno y de referencias impuestas por el tamaño y las capacidades del Estado. 

Ello nos conduce a la conveniencia de que el Estado debe tener límites tanto en su tamaño como en sus capacidades porque el Estado no solo no puede sustituir a todos, sino que no debe sustituir a nadie; representar y servir no debe significar, en ningún caso, sustituir. Una parte del éxito de las empresas está, pues, en la inteligencia del establecimiento de los límites del Estado, y todos debemos colaborar porque nos va mucho en ello, en la substanciación práctica de esa inteligencia colectiva que controla el equilibrio productivo entre Estado y sociedad Civil. Esto parece imposible en los esquemas de AMLO, pero resulta muy necesario 

Dice Calleja, autor a quien seguimos: “No debe ser este equilibrio la sola consecuencia de un debate ideológico, sino también el producto de un trabajo de verdadera gestión colectiva de los agentes sociales y económicos que conforman el entorno operativo del esquema productivo de un país. 

“Los límites del Estado debieran establecerse sobre bases económicas que abaraten las ruinosas competiciones de poder; la competitividad del Estado puede ser una primera referencia para racionalizar el debate tan difícil cuando se realiza en la arena ideológica; qué duda cabe que los Estados compiten, y que unos son ganadores y otros son perdedores en esa competencia, cuyas consecuencias se miden en resultados de las empresas a las que cada Estado condiciona; no debiera ser tan difícil establecer relaciones costo-beneficio de cada incremento de la presión fiscal para obtener el punto de equilibrio a partir del cual el siguiente dinero recaudado produce, administrado por el Estado, un resultado inferior al que se produciría si justificables que han alejado a Europa de un protagonismo que debe recuperar.”

Tener presupuestos fuera, administrado por el resto de operadores económicos, empresas y familias y ver en quiénes rinden mejor –ya  se ha visto que AMLO no entiende o se le ha olvidado qué significa la palabra administrar–. Claro está que debería diseñarse una filosofía conceptual y operativa de tales instrumentos fuera de lo convencional para la empresa, pero el ejercicio ayudaría sin duda a establecer, desde esa referencia, el equilibrio Estado-Sociedad Civil, que tan difícil parece de orientar, ya que no hay dos Estados iguales, lo que equivale a decir que no hay dos democracias iguales.  

Nos desarrolla el autor que el ejercicio de establecer, en bases racionales, el Activo y el Pasivo del Estado –también  el social– daría resultados preocupantes en muchos de ellos, aumentaría el conocimiento y las posibilidades de Control del Estado y avisaría de la proximidad de las quiebras de los Estados, en vez de presentarse éstas sorpresivamente, como lo han hecho en muchas de las acaecidas en lo que va de siglo. Es muy posible que, para los países modernos de verdad, la libertad deba definirse de nuevo, como ya ha ocurrido varias veces en el pasado; hoy, la libertad, o una parte importante de la libertad, se define en términos de fiscalidad, al menos en aquella parte en que libertad y solidaridad no están enfrentadas, parte que debe ser cada vez mayor, si la cultura es cada vez mayor, como debe ser. Cultura y fiscalidad colaboran hasta cierto límite, por encima del cual se enfrentan. En este sentido, la libertad, ese paradigma inalcanzable que hace posible la felicidad, está facilitada, asegurada podríamos decir, por los límites del Estado, y dificultada cuando esos límites no están definidos ni asegurados. 

Añade Calleja que si los límites del Estado no están definidos, el Estado es siempre más grande de lo que debe ser y la libertad es siempre más pequeña de lo que debe ser; Estado y Sociedad Civil marcan, en su equilibrio, el nuevo norte de la libertad y la nueva esperanza del progreso de la humanidad y de las personas que la hacen. 

LA REINGENIERIA DEL ESTADO 

Las crecientes dificultades que deben afrontar las empresas hacen que su vida y la de sus directivos y empleados esté llena de tensiones, angustias y sobresaltos, y que la experiencia, el conocimiento y la información sean cada vez más importantes, imprescindibles, como elementos base de supervivencia. Al crecer la esencia y la presencia del cambio como dimensión de normalidad de la empresa, y al hacerse realidad ese ser diferente cada año en calidad y en resultados, se desarrolla el alargamiento semántico de la referencia, que abandona la palabra cambio, gastada y corta, y establece el término de transformación como puente entre dos versiones de la empresa verdaderamente y profundamente diferentes en dimensión, cultura, funcionamiento y resultados. La idea de orientar y organizar las actividades de la empresa desde la visión de los procesos, y el concepto de someterlos a un trabajo de reingeniería, es el mecanismo de moda para hacer el repensamiento, el rediseño, de los procesos y, hecho esto ampliamente, hacer la transformación de la empresa, a la que muchas empresas se dedican con grandes esfuerzos, con grandes sacrificios y con la esperanza de verlos compensados en la materialización de una empresa nueva, renacida, transformada… que debe seguir cambiando siempre… a mejor. Mediante la reingeniería, las empresas disminuyen en recursos y tamaños y crecen en volumen de negocio y en resultados, aprendiendo a operar con un nuevo y estimulante

De acuerdo a Calleja –empresario– las empresas tienen que operar en dinamismo en esquemas sorprendentemente flexibles y capaces de dar productos y servicios muchos más perfeccionados que los anteriores. La reingeniería, sobre todo, disminuye costes y aumenta resultados. Las consultorías, todas las consultorías, han incorporado el concepto de reingeniería a su oferta de servicios y obtienen una buena parte de sus contratos en este campo. Es sorprendente, quizá sospechoso, lo poco que copian y utilizan los Estados lo nuevo y lo bueno que sale al mercado en materia de optimización operativa. Siendo evidente y masivamente reconocida la necesidad de la transformación de los Estados, de casi todos por no decir de todos, resulta extraño que no utilicen técnicas y soluciones probadas con éxito en muchos países y en muchas empresas, para temas y problemas iguales o similares a los que tienen los Estados con mayores dimensiones y con más graves situaciones que las empresas. Los Estados, casi todos, por no decir todos, crecen y crecen, se endeudan y se endeudan. Medidos en parámetros empresariales, relativos y adaptados a sus misiones, fines y objetivos, los Estados son, en general, empresas de ruina. Documentados en Balance, traducido éste a su realidad situacional, un buen número de Estados se dirigen de forma clara a la quiebra. Documentados en Cuenta de Resultados, muchos Estados necesitan desaparecer y nacer de nuevo y, como esto no es posible, necesitan transformarse. Los Estados no aprenden las lecciones, o no quieren aprenderlas (y eso parece mostrarnos López Obrador) y las dos cosas son preocupantes. Los resultados obtenidos por las empresas con la reingeniería son verdaderamente importantes, situándose en cifras de reducción de costes y gastos, del orden del 20% al 30% en muchos de los procesos más significativos de su actividad. Si AMLO hubiera comenzado por una política de reingeniería racionalmente el clima social no estaría tan encrispado y las finanzas públicas tan cerca del abismo.

Menciona Calleja que los Estados necesitan reducir su tamaño, su deuda, su plantilla y sus recursos, y necesitan aumentar sus servicios, sus aciertos y sus resultados. Eso sería posible, sería claramente posible, mediante la reingeniería del Estado; al menos intentarlo, daría resultados importantes sin lugar a dudas. Pero ningún Estado lo intenta; ningún Estado habla de hacer su propia reingeniería; al menos, la reingeniería de sus procesos más significativos, voluminosos e importantes. Puede que esta actitud sea debida a comportamientos de dejación o puede que obedezca a voluntades deliberadas de no hacerlo. Si la razón de no hacer la reingeniería del Estado es por dejación, debemos preocuparnos, ya que la mayor parte de las empresas que hacen la reingeniería orientan sus procesos hacia el cliente y hacia el mercado; si el cliente del Estado es el ciudadano y el mercado del Estado es la Sociedad, el que el Estado no aborde su reingeniería resulta, cuando menos, una falta de interés por el ciudadano y por la sociedad, a los que se supone deben servir. Si parece que AMLO lo ha hecho ha sido de una forma muy deficiente y desorganizada, en perjuicio de todo el cuerpo social, aplicando tijera donde no debía e invirtiendo donde tampoco debía, como apostar por el petróleo como nuestra última tabla de salvación. Pero no como lo está haciendo AMLO, que parece querer evitar la putrefacción  de un cadáver, que para los entendidos en términos económicos.

Si la razón de no hacer la reingeniería del Estado es por convicción, por una deliberada voluntad de no hacerlo, por un interés de clase de permanecer en la ineficacia y la ineficiencia como única razón y manera para mantener unas estructuras de poder que solo pueden alimentarse del número de los que ganan y se benefician de esa situación, es una falta de consideración y respeto al ciudadano y a la Sociedad a la que, de esa manera, perjudican. Si no se hace la reingeniería del Estado, el Estado seguirá creciendo o decreciendo y se hará insoportable para los ciudadanos. 

Si no se hace la reingeniería del Estado, el Estado tendrá que acabar  y hará pobres a los ciudadanos, y construirá una sociedad improductiva que será incapaz de crecer económicamente y de producir para pagar la deuda del Estado. La reingeniería de Estado es hoy necesaria para corregir una mala situación y una tendencia generalizada hacia situaciones siempre peores; mañana, la reingeniería del Estado será vital para la supervivencia de la sociedad, que cada vez tendrá que renunciar a más cosas para poder hacerla. Pasado mañana será tarde. Todos los ciudadanos debemos hacer posible la reingeniería del Estado con nuestro trabajo y nuestra labor. La reingeniería del Estado es la reingeniería de la democracia, y tanto el Estado como la democracia pueden ser mucho mejores que los que conocemos y con los que vivimos. Si pueden ser mucho mejores, hagamos que así puedan ser, pero escuchando a los expertos y siguiendo un plan de ejecución, que parece imposible para la 4T cuando se trata de cuestiones de ejecución. A buen puerto nos dirigimos, no solo los diferentes intereses sociales, sino toda la sociedad en su conjunto.

 

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