Xavier Ginebra Serrabou y Adrián Ruiz de Chávez
Entre las observaciones de los científicos sociales, me ha tocado leer propuestas absolutamente contradictorias, sobre el mundo que viene tras el coronavirus: algunos opinan que, tras el COVID-19 todo permanecerá igual; otros economistas predicen que habrá una auténtica “revolución social”; y algunos otros mencionan que no pasará de un “llenado” de billetes verdes de los bancos centrales a la economía. Se limitaría –según estos últimos– a un tradicional programa neokeynesiano para evitar la muerte de las economías y a tomar medidas preventivas en el futuro.
Seguramente cualquiera de las hipótesis anteriores tienen algo de razón –la libertad humana persiste–: es posible que, como en 2008, el sistema financiero permanezca igual y no se ponga en orden a los auténticos culpables –la banca de inversión de capitales de casino que fueron rescatados con el dinero de los contribuyentes y de los cuales ninguno de ellos acabó en prisión–; quizá se aumente fuertemente el presupuesto en salud en los países avanzados para mitigar riesgos futuros y no pase de ahí; o que la iniciativa de introducción de liquidez a la economía tenga efectos limitados. Podría suceder que, una vez transcurridos los peores años de la crisis, el capitalismo global financiero, la ausencia de pago de impuestos del 1% de los grandes capitales a través del abuso de paraísos fiscales, el cabildeo y un nuevo episodio de narrativa (neo)neoliberal, sin una mejora sustantiva de la vida de los trabajadores que viven al día regresen a cierta normalidad.
Nosotros preferimos ser más positivos en relación al mundo tras la apocalíptica pandemia. Los efectos traumáticos de esta pandemia harán que el mundo no vuelva a ser igual. Al espeluznante número de muertes de la pandemia, se añadirá un aumento significativo del porcentaje de población sumida en pobreza y muerte; pero habrá una “toma de conciencia” en la psique global tras el coronavirus, que generará cambios en el mediano plazo en la arquitectura mundial. No solo podremos hablar de un AC y DC –solo que cambiando la C de Cristo por la C del coronavirus–, aunque sin dejar de mencionar que el olvido de la auténtica C, la que representa el cristianismo, a la que se adhieren los autores, con sus diferentes pero siempre nuevos y renovados modelos –vino nuevo sobre odres viejos–, es la única que puede volver a traer la luz a este confundido mundo.
La primera condición para un posible cambio de mentalidades es, de acuerdo a Thomas Khun, en su conocido libro sobre las revoluciones científicas, poner en duda la existencia de los paradigmas vigentes como formas de explicar la realidad. Nos referimos al modelo neoliberal donde las grandes empresas “chupan valor” (situación que denuncia con valentía la economista italiana Mariana Matzucatto en El valor de las cosas) y que en el momento en que debe brillar la solidaridad despiden a los empleados sin piedad y sin miramientos, sin importarles que la gran mayoría de las personas apenas sobrevivan con 1 o 2 dólares al día; esta situación va a tener que cambiar y pronto. La “pandemia” del modelo neoclásico. El capitalismo financiero ya hundió a la economía global en 2008 sin sufrir consecuencias. De hecho, la crisis del coronavirus tiene cierto fundamento en los pecados de omisión de esa minoría del 1% que denuncia Stiglitz en El capitalismo progresista (Debate, 2020); esto no puede seguir así. Si los Estados nacionales no poseían en su mayoría la “infraestructura sanitaria” para hacer frente al coronavirus, la acumulación improductiva de capitales de la “élite del 1%” tuvo su parte de culpa ante la falta de infraestructura médica de los Estados. La solidaridad de muchas de las grandes empresas ha brillado por su ausencia. La minoría del 1% debe regresar su correspondiente pedazo al pastel fiscal del Estado para que cuente con los recursos para poder enfrentar de forma rápida y exitosa pandemias futuras. La narrativa neoliberal –en cualquiera de sus formas o manifestaciones– ya no es sostenible. Es un mito ya derrumbado.
La “limpia” de cerebros –en particular muchos miembros del asqueroso partido republicano de Estados Unidos– sobre la “invención” del fenómeno del cambio climático a través del financiamiento de muchos “think-tanks” caerá del velo que les impedía ver la realidad a muchas personas. El “modelo” del crecimiento ilimitado aparece ya como una utopía: otro paradigma en crisis. Esto implicará volver a poner como prioritario en la agenda mundial el modelo del desarrollo sostenible, pero esta vez aterrizado en la práctica: la transición hacia una economía verde y circular, la mentalidad que reduce la riqueza de la economía al crecimiento del PIB; la desregulación de los mercados y de los capitales…: hablamos por tanto de un nuevo modelo de desarrollo. Este cambio, dadas las nuevas condiciones de la economía mundial, es casi ya irreversible.
Mencionaremos otras tendencias:
Primero. El fracaso rezagado por décadas, de la colaboración entre países y de la desaparición en la práctica del protagonismo de los organismos multilaterales traerán una nueva agenda internacional. Ante la “sociedad del riesgo” de Ulrich Beck, los Estados-Nación se han visto rebasados para hacer frente a esta pandemia mundial. Políticos inútiles faltos de auténtico liderazgo y la ausencia de una infraestructura sanitaria han hecho agua al paradigma de la eficacia de los Estados-Nacionales. Ahora tendrán que ser sustituidos por estructuras de gobierno más descentralizados, más cercanas al ciudadano, como ya propuso hace décadas el difunto Peter Drucker en El fin del hombre económico, publicado a mediados de la década de los 40 del siglo XX.
Segundo: El fracaso de muchos Estados para afrontar la pandemia y la depresión global que nos acecha, despertarán nuevos modelos sociales de organización distintos a los que heredamos del capitalismo depredador de los años 80. La responsabilidad social de las grandes empresas ha brillado por su ausencia. Este supino error de codicia se convertirá en su propio enemigo como boomerang que se regresa: la avaricia rompe el saco. Después de este jinete del apocalipsis, acudiremos a la resurrección de la sociedad civil en todas sus formas. Grupos solidarios; familias, escuelas, universidades, ONGs; un nuevo impulso de las cooperativas, a través de la economía social y solidaria. En algunos países la economía “social” supera el 10% del PIB. Su aportación después de esta epidemia mundial seguramente será mayor. Tras “El Corralito” en Argentina en 2001 o en Grecia después de la Gran Recesión en 2008, estas naciones vieron aparecer una fiesta de solidaridad: hospitales comunitarios gratuitos; manifestaciones gratuitas de arte popular; cooperativas y monedas sociales, como documentó Manuel Castells en su libro Otra economía es posible. Eso sí, después de miles de desgracias sociales (suicidios, despidos, violencia, hambre, infartos), que los Estados tienen la obligación de mitigar. Los gobiernos deben fomentar la revitalización de la solidaridad, cuya necesidad ya fue adivinada por el sociólogo Ulrich Beck en su libro Un nuevo mundo feliz (Paidós, 2000): el empuje del trabajo cívico puede paliar las deficiencias del modelo de sociedad de mercado y del Estado neoliberal. Los grandes cambios, como dice el refrán chino, siempre empiezan por un primer paso.
Tercero, lo que otros autores proféticos, como Peter Drucker, adivinaron al anunciar el tránsito del capitalismo tradicional hacia la sociedad del conocimiento o postcapitalismo. Manuel Castells prefiere utilizar el nombre de “sociedad de la información”. La diferencia es solo de matiz: la economía y las empresas se volverán virtuales y el conocimiento constituirá la diferencia entre la prosperidad y la pobreza entre las naciones; las organizaciones que utilicen el conocimiento como creación de valor serán las nuevas protagonistas sociales. El modelo hacia la sociedad postindustrial o de la información se verá acelerado como consecuencia de la catástrofe del coronavirus. Aunque es más positivo el modelo de economía postcapitalista que el que la precedió, como ya profetizó el propio Drucker en su obra La sociedad postcapitalista (Norma, 1990), la innovación económica debe ir acompañada de la innovación social. La nueva economía debe compensarse con un resurgimiento equivalente de interés por la comunidad y el voluntariado; de otra forma el planeta tiene señalada su fecha de caducidad, precisamos nosotros.
¿Podemos hablar de cambio de paradigma en el sentido del cambio a los que alude Khun? Con lo ya mencionado pensamos que hay elementos más que de sobra. Concretando todo lo anterior diríamos que es necesario descubrir la auténtica tercera vía entre el capitalismo liberal y los socialismos materialistas: el comunitarismo, propuesto por autores tan calificados como Amitai Etzioni en Estados Unidos; Michael Walzer y Charles Taylor en Canadá; o José Antonio Pérez Adán en España, que recogen en este modelo social todas las propuestas que sí o sí deberán realizarse para hacer el mundo habitable tras la pandemia del COVID-19: el agotamiento del modelo neoliberal y del Estado nación; la transición hacia economías verdes y circulares –tal como sugieren Jeremy Rifkin en Hacia un Nuevo Green Deal (Paidós, 2020) y el Banco Mundial–; la economía social y solidaria, la familia, los nuevos grupos sociales y el trabajo cívico: en una palabra, el comunitarismo. Eso implica también abandonar el fenómeno del consumismo y el individualismo, apostar socialmente por la virtud de la autocontención y buscar el consenso social, ya que hay unas mejores decisiones sociales que otras, lo que se puede demostrar con razones, que permitan alcanzar acuerdos acerca de valores transubjetivos de mayor jerarquía que otros, con discusiones desapasionadas y desideologizadas. El subjetivismo no tiene lugar como modelo social.
Hay que empezar la revolución por estudiar a estos autores, máxime en estas circunstancias, en lugar de pensar en las viejas narrativas económicas reduccionistas (entre las que hay que incluir lamentablemente también a la 4T). Como diría Marx, ahora más que nunca, el mundo, más que estudiarlo, necesita ser transformado. Esto no exenta a los Estados de la urgencia de diseñar programas económicos anticrisis que permitan la supervivencia de las personas.
Pero la auténtica transformación que viene es más profunda, y más duradera. Y hay autores que nos dan pistas de hacia dónde encaminarnos –como algunos de los citados–; la pandemia implicará –eso esperamos, aunque el libre albedrío en la condición humana permanece– solo la aceleración de las mismas, a las que ni el modelo capitalista individual anterior ni el posneoliberal (incluyendo la 4T) han sabido dar la respuesta. Esperemos no ser solamente “una voz que clama en el desierto”, sino la chispa que prenda la mecha. Ser el inicio de un cambio en el paradigma viejo de las revoluciones científicas vigentes. Las grandes revoluciones empiezan siempre por un primer paso.
1 Máster y Doctor en Derecho Económico, Profesor Investigador de la Facultad de Negocios de la Universidad De La Salle Bajío y miembro nivel I del Sistema Nacional de Investigadores.
2 Director del Centro de Liderazgo de la Universidad Anáhuac, MBA por el IPADE y Doctor en Filosofía.
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