¿Por qué no sabemos escuchar?

“No esperes a que te toque el turno de hablar: escucha de veras y serás diferente”. -Charles Chaplin

26 de septiembre, 2022

Una cosa es cierta, a la gran mayoría nos encanta hablar, contar sobre nuestras cosas, problemas, planes, logros, etc… pero prácticamente nadie sabe escuchar, no porque seamos malos en eso, sino porque nadie nos ha enseñado cómo hacerlo. 

Podemos encontrar por todas partes libros, videos, conferencias que nos dicen cómo influenciar a las personas, cómo hablar elocuentemente, cómo argumentar, cómo ser un buen orador, pero casi nadie nos dice cómo ser un buen oyente.

Nos gusta que nos escuchen, pero nos cuesta mucho trabajo escuchar. 

Según los estudiosos del tema dicen que hay cuatro razones fundamentales que no nos permiten escuchar a los demás:

  1. Pensamos que ya conocemos perfectamente a las personas más cercanas de nuestra vida.

“Muchas veces los secretos no son revelados en palabras, sino que quedan ocultos en el silencio entre ellas o en la profundidad de lo indecible entre dos personas”. –John O´Donohue

Mediante diversas investigaciones se ha llegado a descubrimientos irónicos relacionados con la conexión humana. Cuanto mayor es el grado de parentesco, como parejas, familia, amigos íntimos, etc… menor es la probabilidad de escucharlos con atención. Cuanto más cercanas son las personas en nuestra vida, existe la tendencia a creer que las conocemos perfectamente y ya sabemos lo que piensan y van a decir. Es exactamente lo que sucede cuando ya estamos acostumbrados a hacer algo y lo hacemos en automático sin poner más atención a los detalles, puede ser cualquier aspecto de nuestra vida, desde caminar o manejar por algún lugar por el que pasamos diariamente y no nos damos cuenta de los detalles o de los cambios, o cualquier situación de nuestro día a día. A esto se le llama “Sesgo de la comunicación selectiva”.

Algunas investigaciones de Boaz Keysar han comprobado que muchas veces el entendimiento entre personas cercanas es mucho peor que entre personas totalmente desconocidas.  Una de las consecuencias negativas de esto, es que cuando nos sentimos juzgados por personas cercanas que creen que nos conocen, perdemos las ganas de compartir con ellas nuestros problemas. Varias investigaciones en Estados Unidos confirman que muchas personas prefieren contarles sus problemas a desconocidos.

Cuando decimos que “conocemos a alguien” es porque ya tenemos una idea, opinión, una imagen y memoria fija de esa persona. Todas estas memorias representan el pasado y no el presente de las personas, considerando que somos mutables, cambiamos segundo a segundo. Toda vez que interactuamos con alguien, no podemos olvidar que detrás de esa comunicación, de cada palabra, existen sentimientos y emociones sutiles; si no estamos en atención plena en el momento presente, corremos el riesgo de perder la conexión con las personas que amamos. Es importante aprender a silenciar nuestras opiniones preestablecidas que tenemos de las personas para descubrir que son mucho más que nuestras proyecciones limitadas.

  1. No tenemos curiosidad de entender.

“La mayoría de las personas no oye con la intención de entender, sino con la intención de responder”. –Stephen R Covey

¿Cuántas veces nosotros mismos empezamos a contar algo e inmediatamente fuimos interrumpidos por alguien más y empezó a contar su anécdota? o ¿Cuántas veces ya lo hicimos con alguien? Difícilmente nos hemos deparado con personas curiosas e interesadas en lo que decimos sin interrumpirnos, al contrario, nos incentivan a seguir hablando. Nos sentimos queridos y valorizados por alguien que nos entiende y, naturalmente, nos permitimos escucharlas también. 

  1. Tenemos una reputación que defender.

“Necesitas suspender tu reacción cuando quieras defenderte, oír cuando quieras golpear, preguntar en lugar de forzar las respuestas, crear puentes en vez de imponer tu forma de ser”. –William Ury (negociador de conflictos).

De la misma forma que creemos conocer al otro, creemos que ya nos conocemos, tenemos una imagen fija de nosotros mismos. Siempre que nuestra imagen es amenazada, intentamos defenderla en vez de oír. Cuando nos critican, en vez de ser humildes y escuchar, intentamos justificarnos en vez de saber las razones del otro y desarmar el conflicto. Dentro de una situación de conflicto mientras más se habla hay menos entendimiento pues ambas partes quieren tener la razón y no hay disposición de escuchar al otro. La única cosa que puede funcionar en ese momento, es que una de las partes desista de tener la razón e intentar entender el otro lado. Olvidarnos de la idea de que uno tiene que ganar y el otro tiene que perder.

  1. No me escucho y por eso no escucho.

 “Cuanto más nos conocemos, más claridad existe. El autoconocimiento no tiene fin, no se conquista, no se llega a una conclusión. Es como un río sin fin”. J. Krishnamurti

Todas las reacciones que nos impiden escuchar como: interrumpir, juzgar, no estar de acuerdo, sentirse ofendido y defenderse, son actividades inconscientes y automáticas de nuestro ego.  El secreto está en desarmar una reacción externa con atención interna a nuestras emociones y reacciones y entender cómo se manifiestan en nuestro cuerpo. Toda emoción deja una marca en nuestro cuerpo: dolor de estómago, de cabeza y dolor de pecho son las áreas con más reacciones biológicas a las emociones, según una investigación hecha en Estados Unidos a 700 personas.

Tenemos que aprender a escucharnos a nosotros mismos para poder escuchar al otro. La meditación es una herramienta poderosa, es un espacio de silencio donde podemos encontrar la conexión entre mente y cuerpo.

El principal obstáculo de estas cuatro razones es el egocentrismo. Oír es una capacidad de nuestro cuerpo, escuchar es un arte, es escuchar a sí mismo y todo lo que la vida nos presenta. Es el alma del autoconocimiento.

¿Te consideras un buen oyente?

 

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