Samhain (fiesta gaélica que se celebra el día 1 de noviembre y que marca el fin del verano y la temporada de cosechas, así como el comienzo del invierno en la cual se encienden hogueras como elementos protectores y de limpieza, también se utilizaban disfraces y máscaras como una forma de asustar a los espíritus que podían llegar desde el otro lado del umbral), Halloween (fiesta pagana influenciada por el Samhain celebrada el 31 de octubre en la que se realiza el truco o trato, se asiste a fiesta de disfraces, se tallan calabazas y también se encienden hogueras) o Día de Muertos (tradición mexicana celebrada el 1 y 2 de noviembre para honrar la memoria de los muertos, se trata de una fusión entre las celebraciones católicas y las costumbres indígenas de México), todas ellas nos remiten a la muerte pero también a la vida porque quizá es “que la muerte es el inicio” (Miled Kuri, fragmento de calaverita literaria, 2023).
Lo cierto es que, la muerte nos mira de frente, nos reta y nos muestra lo frágil y efímeros que somos, principalmente en situaciones extremas como lo ocurrido con el paso del huracán Otis en el Puerto de Acapulco o lo que ocurre del otro lado del mundo con los actos bélicos de Rusia versus Ucrania y ahora Israel versus Hamás, sucesos que nos muestran la falta de control absoluto que tenemos sobre el entorno en el que vivimos y más aún, que basta un minuto para que todo a nuestro alrededor se transforme o se pierda la vida.
En 2014, Javier Aranda Luna publicó un texto en el que escribe: “El interés de los pueblos prehispánicos por la muerte tenía que ver con el trascender. Era una reflexión sobre la vida. La muerte que aparece aquí y allá, en Guerrero, Tamaulipas, el DF o Morelos o el estado de México, en cambio es un llamado a que los intereses de unos, de otros o de quién sabe, decida sobre la vida. Más nos vale porque como cantaba Nezahualcóyotl: Como una pintura nos iremos borrando. Como una flor, nos iremos secando aquí sobre la tierra…”. Nos alejamos de las tradiciones por creerlas sin sentido para la actualidad y en contraste, resulta que tienen mucho más sentido del que parece porque si no tenemos la capacidad de sentir la muerte, de llorarla, de honrarla y de temerla ¿Cómo valoraremos la vida? Hace dos semanas que merodeo ideas de guerra, de violencia y ahora de muerte porque se trata de circunstancias que acaban con la vida o que van en su contra y se necesita estar demente (o ser político) para ir en contra de la vida pues ya de por sí estamos sólo de paso por aquí.
La temporada de ofrendas, rituales, altares, flores de cempasúchil, veladoras y catrinas nos muestra #laspequeñascosas de una de las tradiciones más emblemáticas y significativas en México: la celebración por el Día de Muertos porque ya lo dijo Octavio Paz en su poema El Laberinto de la Soledad: “el culto a la vida es también culto a la muerte… y una civilización que niega a la muerte, acaba por negar a la vida… (aunque) la indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida” (como en el caso de la normalización de las personas desaparecidas, los feminicidios, etc.).
A manera de colofónEl cine y sus posibilidades, nos entregan diversas propuestas en torno a la muerte, desde las más surrealistas como Macario (México, 1961) o El Escapulario (México, 1968) pasando por el género infantil con Coco, La Leyenda de la Llorona y otras producciones nacionales y extranjeras hasta llegar al cliché del Halloween con Viernes 13 (Estados Unidos, 1980) como una forma de recordarnos que muere y vida son parte del mismo binomio y que ¡Siempre hay algo que hacer! (antes de morir).
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