En 2002, la televisión mexicana cambió de rumbo con el estreno de Big Brother México, versión mexicana del programa holandés del mismo nombre y creado por John de Mol. En su primera emisión fueron seleccionados 12 participantes a través de una convocatoria abierta.
El programa fue controvertido al considerar una invasión a la privacidad el seguir las 24 horas del día y durante 106 días por medio de cámaras y micrófonos todas las acciones de los participantes, pero también fue considerado como un modelo intrusivo ya que planteaba que “la vida privada no debe existir y que todo está permitido a cambio de rating y de comercialización de productos” (Javier Esteinou Madrid, catedrático de la Universidad Autónoma Metropolitana) todo ello, encaminado hacia el exhibicionismo popular (según la revista Día Siete). Según los productores, la intención era “mostrar el comportamiento humano en condiciones extremas de aislamiento y convivencia”.
Lejos, muy lejos estábamos en aquel entonces de imaginar que un día seríamos obligados al aislamiento en nuestras casas y que la comunicación virtual se reforzaría al establecer reuniones de trabajo y clases escolares por diversas plataformas, otorgando a Internet el monopolio de la comunicación y el permiso para “husmear” en nuestros hogares y privacidad por pandemia. Tampoco esperábamos la invasión de las redes sociales, el boom de los tik tok´s y en general, la dependencia y adicción que hoy en día se tiene a los dispositivos electrónicos a través de los cuales tenemos acceso a toda clase de contenido.
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Así es como transitamos del mundo del espectáculo y del entretenimiento, al mundo político o acaso es que ¿no hemos visto a los aspirantes (y suspirantes) a la elección presidencial de 2024 montarse en todas las redes sociales habidas y por haber? ¿No hemos presenciado nominaciones, expulsiones y renuncias durante los días pasados? ¿No hemos escuchado autonominarse y autodescartarse? ¿No hemos seguido a los actores políticos en bici, en auto, caminando, comiendo o peleando? Nos encontramos frente al mayor Big Brother que hayamos tenido desde la última emisión televisiva, pero es que quizá sea que la vida hoy está convertida en un reality show, porque la tecnología nos aleja cada vez más de la privacidad y nos coloca en modo “en línea” 24 por 7 los 365 días del año, al punto de que hoy resulta de mal gusto no responder un mensaje de forma instantánea.
Hemos perdido no sólo la privacidad sino la identidad y agregaría que incluso, hemos perdido el sentido y la brújula a manos del show, la pandemia sólo aceleró el proceso y puso las condiciones para que la tecnología se apoderara del escenario; no me toca juzgar si es bueno o malo, eso lo dejo a sociólogos, filósofos y estudiosos de los grandes temas que hoy azotan a la humanidad y que nos alejan cada vez más de #laspequeñascosas como la consciencia de sí mismos para evitar caer en la tentación y los excesos pero aquí nos tocó vivir y toca, como siempre digo, seguir adelante, siempre adelante.
A manera de colofón: en 1984 se estrenó el filme estadounidense “The Terminator”, bajo la dirección de James Cameron, McG, Alan Taylor, Jonathan Mostow, Tim Miller. El argumento se centra en la batalla entre las máquinas gobernadas por la inteligencia artificial (Skynet) y la resistencia humana liderada por John Connor (hijo de Sarah Connor). A casi cuarenta años de dicho estreno, lo que entonces se clasificó como ciencia ficción hoy parece una realidad con el crecimiento y fácil acceso de la inteligencia artificial. Hace unos días vio la luz una nueva red social (de Meta) llamada Threads, que según palabras de Linda Yaccarino (Directora ejecutiva de Twitter) “Nos han imitado, pero la comunidad de Twitter nunca podrá ser igualada”. La pregunta que surge en algunos medios es: ¿Necesitamos otra red social? Desde el punto de vista de la comunicación, no todas las redes sociales son para todos ni todos los mensajes son para todas las redes, cada plataforma tiene sus bondades, su razón de ser y se dirige a diferentes públicos a partir de los fines que persiga: divulgación, información, social, entretenimiento o publicitarios pues finalmente, han ido ganando terreno frente a los medios tradicionales de comunicación pero el cuestionamiento va más allá del fondo y la forma que ofrecen y lo que los usuarios harán a través de ellas pues las redes sociales son un arma de doble filo sin regulación ni límites, son el nuevo escape de la realidad y sin duda, habrá consecuencias pero serán los especialistas los que opinen mejor al respecto; por lo pronto, yo les digo que: “I’ll be back” (Volveré).
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