Es complicado mantenerse aislado del acontecer diario, de lo cotidiano, de lo grotesco que ocurre no sólo en la localidad en que se habita sino en el mundo entero, pero también resulta una locura seguir el minuto a minuto pegado al mundo noticioso. En lo particular, reviso las principales noticias y sigo a algunos especialistas cuya visión y conocimiento en los temas de interés le dan luz a mi enorme ignorancia al respecto pero ya he declarado que no creo en los medios de comunicación en tanto industria que representa un negocio al servicio de las esferas del poder, pues el periodismo, ese que se realiza de a pie y en territorio comanche, está lejos muy lejos del poder mediático y por tanto, hay que buscar en lo profundo y alejarse de lo que está al alcance si realmente se quiere tener una versión real y objetiva de los sucesos además de acompañarse de otras disciplinas que den luz al sin sentido que nos habita todos los días en el mundo real.
Mucho o poco les he contado de mi corta estancia en la licenciatura de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas de la gloriosa UNAM (sí, en algún momento fue gloriosa, honorable y prestigiada) porque si ya de por sí elegir ser bailarina profesional significó una mala decisión en mi adolescencia, razón por la cual nadie me apoyó a cumplir el sueño, decir que estudiar sociología me parecía importante habría significado un acto de protesta y rebeldías absolutas ante los cánones familiares.
El tiempo de estudio dedicado a la sociología no fue corto: estudié un año completo en el último año de preparatoria como parte del tronco común del área económico-administrativa, luego llevé dos semestres de sociología pura en la facultad y finalmente, estudié sociología de la comunicación como parte de mi carrera profesional, así que no es un tema ajeno para mí y de hecho, la vida no sería la misma sin la influencia que Comte, Durkheim, Egel, Spencer, Weber, Gramsci, Marx, Habermas y Merton (entre otros) dejaron en mi mente y en mi corazón.
La realidad se entiende de forma diferente desde las ciencias sociales: “las ciencias sociales en general, con la creciente excepción de la psicología y de la economía, tienden a fundir la teoría actual con su historia, en un grado mucho mayor de lo que lo hacen ciencias como la biología, la química o la física.” (Robert K. Merton)
De esa influencia, se deriva mi inercia a leer desde una perspectiva sociológica y cada día me convenzo de que no pude elegir mejor profesión que la comunicación pues al menos me dio los elementos para discernir entre el mar de información que circula en la red virtual y recurrir a fuentes oficiales para evitar las fake news. De tales lecturas se derivó el siguiente hallazgo de Gilles Lipovetsky: “Debemos repensar el lugar de la cultura general, de la práctica artística, para que la vida no consista sólo en producir y consumir. Si es solo eso, es muy pobre (…) no es apasionante (…) la bella vida es inventar, crear, ser solidario, amar, ser justo, hacer cosas interesantes, escribir, danzar, crear una empresa (…) Si se considera que no hay más que acrecentar la riqueza material y saber hacer algoritmos para educar, yo estaría preocupado por el futuro: tendremos un futuro pobre. La escuela tiene un rol mayúsculo en ese sentido. No soy anti tecnología, pero no estoy de acuerdo en que la tecnología pueda hacerte feliz, te hace un servicio, pero la felicidad es otra cosa.”
Elegí un poco de divagación como una provocación a la reflexión de #laspequeñascosas que le dan sentido a nuestra existencia, que marcan nuestra historia personal, que nos conmueven y que nos llevan de vuelta al camino del amor como el máximo recurso que tenemos para ser felices lejos de formulismos porque eso de lo que estamos hechos, nuestros átomos, moléculas y células siguen siendo un gran misterio en tanto que seguimos distraídos con los avances tecnológicos, las pugnas políticas, los fracasos económicos y la violencia extrema en el mundo porque es ahí donde conviene estar para evitar el pensamiento crítico, la introspección, la creación, la reflexión y la convicción de querer una mejor calidad de vida desde la pasión y el sentido a lo que hacemos.
Entonces, si afuera el panorama es tan pesimista, ¿qué podemos perder si empezamos a trabajar, crecer y fortalecer nuestro mundo interno? ¿Si habitamos ese universo que llevamos dentro y lo convertimos en el lugar ideal para estar? Si todo apunta a la distracción y el placer momentáneo, tal vez y sólo tal vez la respuesta la encontraremos dentro de cada uno y no en algún planeta dentro o fuera de nuestra galaxia.
A manera de colofón
A decir de los grandes literatos, la autobiografía no es un género como tal sino una herramienta (quizá) a partir de la cual surgen las grandes obras literarias: la novela, el cuento, la poesía, etc.; sin embargo, al tratarse de una narración (en primera persona) se convierte desde su origen en un género dado que la memoria es el gran motor narrativo y el medio para la creación literaria pues toda obra es ya una revelación de sí mismo, de sus percepciones, emociones, temores, dudas, etc. Ya en el siglo XVIII la tendencia al ensimismamiento y a la introspección se plasmaron en la obra Confesiones de Jean-Jacques Rousseau y en la actualidad ¿No encontramos cantidad de videos a través de las diferentes redes sociales o plataformas televisivas en las que las cosas de la vida se han convertido en tendencia? La pandemia nos heredó el gusto por las vidas ajenas, por conocer las historias detrás del periodista, el político, el actor, el artista, el conductor porque la vida no tiene fórmulas y porque estamos hechos de memorias, de momentos y de anécdotas por contar. Relatarse a sí mismo para ser parte de la gran historia de la humanidad porque al final, el político no tendría razón de ser sin ciudadanos a los cuales gobernar, el empresario no alcanzaría fama y fortuna sin sus clientes y así sucesivamente, así que la historia no está en manos de los grandes personajes que cambiaron el rumbo de la historia sino de los que son parte de la historia.
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