Agosto es un buen momento para retomar, renovar y/o repasar lo realizado durante la primera mitad del año, uno que en lo particular ha significado el cumplimiento de la primera década de vida de mi hijo, el primer lustro del fallecimiento de mi padre y seis años dentro de un emprendimiento que no termina de acomodarse pero que al menos, me permite sobrevivir y sentarme plácidamente a escribir algunas líneas después de un periodo de intenso trabajo y dedicación al cierre escolar del crío.
Tras la pausa (obligada de cierta manera) las ideas han cambiado, los motivos se han transformado y los mensajes han evolucionado porque en una sociedad hiperinformada, hiper avanzada en tecnología e hiper acelerada (si se me permite el término) poco o nada queda por decir, por descubrir, por compartir, por revelar o por confesar; hay una sensación de llegar siempre tarde o de quedar fuera de lugar en medio de las grandes noticias del día, del top trending, del meme, del hashtag, del algoritmo (todas palabras utilizadas en el medio ambiente de la tecnología y las redes sociales).
Es que no hay tiempo para la lectura o quizá es que la lectura se ha vuelto un privilegio (también) reservado no sólo para los alfabetizados sino para los que tienen tiempo de calidad y una grandiosa habilidad de lectura rápida. ¿Qué nos interesa leer? Tal vez no importa el qué leer sino el cómo o el para qué pues el bombardeo de “tik-toks” rebasa toda posibilidad lectora colocándose incluso, en la cima de ciertas estrategias comerciales.
La pausa me permitió confirmar una idea que fue sembrada en mí cuando tenía alrededor de 11 años: durante un viaje a Toluca mi tío Jorge (artista plástico, hermano de mi madre y fallecido en 1998) me obsequió una libreta de pastas gruesas, hojas cocidas y forma francesa (descripción real de un formato que al parecer, ya no existe) para que pudiera escribir todas aquéllas cosas que anotaba en papeles sueltos o servilletas (las pequeñas cosas tanto como mi corta edad) y así, poder darles forma. Imaginen ahora la escena como una rebelión en tiempos feministas: un hombre mayor, pone en manos de una mujercita una libreta en blanco para que pueda escribir, algo así como la habitación propia que toda mujer debe tener según lo escribió Virginia Wolf.
Un hombre que otorga una herramienta de libertad a una mujer en lugar de oprimirla o violentarla. Retomando el punto, seguiré escribiendo pequeñas o grandes cosas y elegí agosto porque es la antesala del otoño (mi estación del año predilecta) y porque es un mes que me sabe a parteaguas desde hace años pero esa, es otra historia. Nos leemos a la próxima.
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