Olas papales

Olvídese de la ola al papa Francisco en el estadio Morelos; esto es de más gravedad. Olvídese de la ola al papa Francisco en el estadio Morelos; esto es de más gravedad. Hablar del papado es hablar...

23 de febrero, 2016
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Olvídese de la ola al papa Francisco en el estadio Morelos; esto es de más gravedad.

Olvídese de la ola al papa Francisco en el estadio Morelos; esto es de más gravedad.

Hablar del papado es hablar de controversias desde su origen. Que si Simón la Piedra fue investido líder supremo es tan cuestionable como si esa investidura era heredable. Tal vez usted piadoso y ferviente lector de Ruiz Healy Times se pregunte todos los amaneceres cómo una religión oriental de pobres, parias, apestados, buleados y marginados de toda índole terminó en Europa con una de las mejores colecciones de arte. Según John O´Malley en su History of popes, en realidad fue obra de Constantino, emperador romano, al que se le ocurrió afiliarse al ya mayoritario cristianismo unificando la miríada de pequeñas iglesias que había por todos lados bajo la autoridad del obispo de Roma, que por pura casualidad divina era la capital del imperio que él gobernaba. Entre los cerca de 260 papas (según como los cuente) hay de todo; unos piadosos y cultos, otros tiranos desalmados y libertinos y otros más, nomás viendo pasar las golondrinas vaticanas. Por ejemplo de Inocencio III, con tres matrimonios a cuestas y seis hijos, se dice que tuvo a bien excomulgar a un árbol, organizar una cruzada de niños y ordenar el genocidio de los cátaros. De Urbano VIII se cuenta que mandó encarcelar a Galileo por hereje, el caso paradigmático (gran palabra) del supuesto eterno e imaginario conflicto entre la ciencia y la religión.

En realidad no fue así. Urbano VIII y Galileo eran amigos de toda la vida. Galileo pugnó porque las ideas de Copérnico se volvieran el canon astronómico frente a las de Aristóteles que Europa abrazara algunos siglos antes con entusiasmo de feligrés michoacano luchando por una medallita. Y Copérnico no era exactamente muy admirado. De hecho no se recuerda otro linchamiento mediático de tal magnitud hasta la paliza a Andrea Legarreta y sus disertaciones económicas. Curiosamente, el problema no era religioso (con Copérnico, por supuesto) sino del peso de las evidencias. Copérnico no solo no podía probar sus hipótesis de acuerdo a los criterios de la época, sino que éstas iban en contra de las de las teorías aceptadas, la experiencia cotidiana y las evidencias científicas aceptadas. Curiosamente, apoyar las ideas copernicanas requería aceptar con fe las teorías de un matemático excéntrico. Pero Galileo era otra cosa. Sus propuestas estaban sustentadas en evidencia más que contundente. En 1610 publicó El mensajero sideral recibido con aclamación. Según cuenta Ernan McMullin en Galileo on sicence and scripture, pese a la evidente contradicción con algunos pasajes bíblicos el príncipe Federico Cesi lo nombró miembro de la Academia dei Lenci y los Jesuitas de Roma lo alabaron públicamente. Aunque curiosamente leer la Biblia literalmente fue uno de los impulsos a la investigación natural, hasta el siglo XVIII casi nadie asumía la textualidad de la misma. Ni los papas, ni Lutero, ni Calvino. A pesar de que en su Carta a Castelli afirmó que sus descubrimientos eran compatibles con la Biblia, testarudo como él solo fue fácil de grillar frente al papado. Al contrario de la buena onda del renacimiento, la modernidad era y ha sido bastante intolerante y como buenos modernos, Urbano y Galileo hicieron lo posible para que todo saliera mal y alguno de los dos acabara como Arne aus den Ruthen Haag luego de multar guaruras. Por supuesto, ese no iba a ser Urbano.

Galileo estaba convencido que era factible creer en fenómenos no perceptibles por los sentidos humanos siempre y cuando las matemáticas proporcionaran una certeza total de su existencia. Esta premisa ha provocado grandes avances y dolores de cabeza desde entonces. Muchos de las grandes ideas sobre del universo tienen forma de ecuación. Por ejemplo, algunas de las propuestas de Einstein descansan más en los pizarrones que en las observaciones, como en el caso de las ondas gravitacionales que tanto revuelo han causado en estos días. No es de extrañar que uno de los trabajos más citados del tema por décadas haya sido de un matemático, André Lichnerowicz, de la Academia Pontificia de Ciencias.

Sin embargo, las ondas gravitacionales no se descubrieron la semana pasada como buena parte de los comunicadores de ciencia dio por hecho mientras se entretenían decodificando los mensajes ocultos de la visita papal. De hecho, fuentes imaginarias y anónimas cercanas a la National Science Fundation (NSF) han informado a Ruiz Healy Times que la visita papal a México fue una distracción para que nadie notara que las ondas gravitacionales ya habían sido detectadas.

La primera observación de las mismas se dio por Joseph Taylor en los años 70 y 80. En 1992 se decidió construir un observatorio que permitiera detectar las ondas gravitacionales de manera directa usando la mayor cantidad de recursos económicos otorgada por la NSF. El proyecto entró en funcionamiento en 2001 con dos observatorios uno en el oeste de Estados Unidos, cerca con la frontera de Canadá y otro al sur en Luisiana. El resultado fue más o menos desastroso. Tras millones de dólares invertidos y casi 20 años de trabajo no se obtuvo nada que valiera la pena y el gasto. Finalmente se optó por reconstruirlo y se puso en operación en febrero de 2015. Meses más tarde, en 14 de septiembre se detectó una perturbación gravitacional de 2 segundos con 7 segundos de diferencia entre cada observatorio; igual que sentir la misma ola de agua en dos lugares distintos. Es la primera vez que se detectan de manera independiente y al parecer este oleaje de gravedad es consecuencia del choque de dos hoyos negros.

¿Qué pasa cuando dos hoyos negros dan vueltas uno frente al otro? Al contrario de lo que se imagina usted, lascivo seguidor de Ruiz Healy Times, si dos hoyos negros (esas estrellas tan pesadas que no dejan escapar ni la luz) giran uno frente al otro, terminarán acercándose y chocando. A pesar de la velocidad y de su enorme e inimaginable peso no se destruyen, se fusionan. Cuando esto pasa, literalmente hacen olas. Los resultados de la observación aún no se publican, pero ya han sido aceptados en Journal Physical Review Letters a la espera de ser corroborados por astrónomos y físicos de todo el mundo. No vaya a ser que se trate de un corto causado por la Guardia Suiza en venganza por hacer escuchar al papa canciones de Reyli Barba.

Con afecto para Maia Fernández Miret

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