Hacia el año de 2008, comenzó a crecer un frondoso árbol en la llanura atrás de la loma que delimita al ejido, poblado este, Amajicuja, añejo en el tiempo de forma ya incluso inmemorial. Esto fue en medio de una extensión de unos 25 metros cuadrados siempre, desde que yo era un niño, poblado de hierbas malas. Ya hacia el año 2020, justo en las semanas de los encierros producto de la pandemia, fui a mi pueblo desde la Ciudad, al haberse suspendido las actividades laborales.
Una buena tarde de miércoles, y en compañía de mi compadre, adquirimos un galón de aguardiente, y elegimos la sombra del sano y ya imponente ahuehuete para brindar por la vida y aún llorar también por ciertas desventuras, en medio de la desinhibición y el sinceramiento que caracterizan las bebidas espirituosas. También dejamos en claro nuestra mutua lealtad, producto de una amistad ya de larga data e indisoluble.
Llegada la noche, aún joven la oscuridad y el tenue resplandor de una luna que pasaba el cuarto creciente en su fase, escuché murmullos. Lo natural y lógico fue voltear a ver a mi compadre, que como siempre, con menor tolerancia a sustancias que yo, yacía por completo dormido e inconsciente; imposible fueran de él semejantes voces, que sin el valor etílico me habrían hecho correr despavorido, lo confieso. Pero vaya, no era el caso, así que lo que me pareció conducente fue escuchar de qué iban esas conversaciones etéreas.
Mi sorpresa fue grande cuando noté, al tiempo de comprender todo en un castellano diáfano, lo que aquellas dos voces cuchicheaban. Una de ellas, proveniente justo debajo de la hierba, lanzaba peroratas de haber sido un hombre de cabal honor en vida, con idealismos por los que nunca dudó, en dado caso, ofrendar la vida misma y a la postre así lo hizo, en una batalla revolucionaria que terminó con un sepulcro improvisado justo en ese sitio allá por el año de 1914, y que no entendía bien a bien la razón de que justo sobre su osamenta vecina había crecido tan bello ejemplar de árbol y encima de él, que llevaba muchas más décadas ahí, solo hierba y más hierba inútil e incluso también dañina al toque con la piel humana, el que tanto llevó su vida y condujo sus conductas por los caminos más rectos posibles; en cambio, el de abajo del árbol, había vivido siendo un despiadado asesino a sueldo, que escaló hábilmente y por medio de jugarretas de lo más desaseado hasta la cúpula de importante organización criminal, amasando una gran fortuna.
– “Amigo, usted llevó una vida ingenua, sin ofender, no vio sino por el prójimo y no logró riquezas terrenales para sí mismo más que lo mínimo indispensable. Sus luchas entonces valen poco más que la nada, de ahí que la madre tierra solo haya poblado de hierbas y polvo su sepulcro; en cambio, a mí, si bien mi muerte fue algo digno de no rememorar, me sonrió la fortuna económica, de ahí precisamente que Dios, la naturaleza y todo ente divino, al saber de mi fallecimiento, le rindieron honores, me recibieron con oropel y me premiaron con un ahuehuete inmenso sobre mis restos. Ni modo, mi amigo y vecino, en la vida terrenal cada quién debe saber escoger bien sus peleas y su rumbo. Porque déjeme le digo, en el llamado “paraíso’ y/o “más allá’, todos somos iguales, sí, pero también cierto es que hablemos algunos que somos más iguales que otros”-dijo el ánima del narcotraficante a su compañero desde hacía no tantos años.
Y es así que el ya viejo inquilino de ese pedazo de predio le respondió y luego tuvo que escuchar la insistente réplica:
– “Estás equivocado, compañero y vecino, a mis hijos, nietos y demás descendencia dejé en herencia un enorme timbre de orgullo perenne, que ha trascendido varias generaciones, y eso no tiene precio alguno…”
– “Vecino, no sea necio, mire hoy a sus bisnietos, por ejemplo, no viven sino más bien sobreviven, con unos sueldos paupérrimos, una instrucción que a luchas les da para medio leer y escribir y hacer cuentas y se pasan hasta cuatro horas diarias nomas en el transporte público para ir y regresar del trabajo pa´ su casa y de vuelta; en cambio, mis hijos gozan de una posición económica que les da respetabilidad, pocos problemas y harto gozo en sus vidas. Y todo eso les va a alcanzar pa´ muchas décadas. No sea necio, vecino, por su bien y el de sus almas cercanas en la próxima existencia en la tierra que le toque, hágame caso ¡chingao! que poderoso caballero es Don Dinero. ¡No sea necio pues, vecino!”
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