Una zaga de cuentos de historias casi reales de los jóvenes de hoy, libres ciudadanos del mundo. La primera ésta, ambientada en Rusia
-Mami, ¡conseguí el traslado a Río de Janeiro! Avisale a papi, vuelvo a estar cerca.
-¿Cuándo es?
-No tengo fecha. Ahora me voy a Rusia y después se resolverá.
Barbie estaba feliz. Hacía mucho que andaba por el mundo lejos de su familia. A sus treinta y cuatro años era una exitosa mujer. Soltera, quería estar cerca de sus afectos.
Había nacido en una familia de clase alta de la ciudad de Buenos Aires. Sus fiestas infantiles fueron animadas por Pipo Pescador, nada de payasos desconocidos. Hizo toda su escolaridad, desde el Jardín a 5° en Administración de Empresas en una escuela bilingüe de doble jornada, manejaba el inglés como su propia lengua. Sus veraneos por el mundo, esquiar en Suiza, navegar en Grecia, reafirmar sus conocimientos de historia en Italia o Alemania, eran lo común. Se recibió de abogada e hizo un master en Derecho Internacional en la Universidad de Belgrano, como debía ser a su tradición familiar y a su formación. Entró a trabajar en un prestigioso estudio, pero era casi una más entre doscientos profesionales.
Se puso de novia con el hijo de unos amigos de sus padres, que tenía como máxima aspiración integrar el grupo selecto de tenistas internacionales de grandes torneos.
Estaba inquieta, no se sentía feliz ni realizada. Algo le bullía en su interior, necesitaba otra cosa.
Se presentó a un concurso de becas para un doctorado en Derecho Internacional en la Universidad de Harvard. Entre mil aspirantes, obtuvo el segundo lugar.
Hacia allí partió. El doctorado duraba tres años. El novio no duró más.
Se fue a vivir a un departamento con dos de las estudiantes: Khady de Senegal y Teresa de México. Pronto fueron un trío inseparable. Compartían las largas jornadas de la facultad y de estudio, algunas salidas, algún que otro veraneo en Miami o Hawai y visitas a los países de cada una para conocer a sus familias.
Al finalizar el doctorado, Teresa volvió a su tierra porque el estudio de su padre la necesitaba y Barbie y Khady ganaron un concurso para trabajar en el Banco de Londres.
Eran una pareja de amigas muy particular. Barbie con enormes ojos negros, mirada expresiva, nariz puntiaguda que le daba un rasgo de fortaleza a su personalidad, largos y ondeantes cabellos castaño oscuro, alta, elegante, distinguida, de idioma español de base. Khady muy alta, muy negra su piel y sus ojos, y sus cabellos renegridos cortos y llenos de motas, muy expresiva, de cuerpo escultural, muy simpática y risueña, de idioma francés de base. Las dos muy inteligentes, muy preparadas, responsables, con un perfecto inglés, pronto se ganaron la cordialidad de los compañeros. Barbie tenía un cargo más alto, manejaba las cuentas internacionales de grandes clientes. Khady estaba bajo su mando. Durante tres años el trabajo fue fructífero. Conocieron casi todos los rincones de la vieja Europa, se extasiaron con sus paisajes, bebieron de sus vinos, saborearon sus comidas, disfrutaron su noche. Khady es más liberal y se siente completa y feliz. Barbie no, quiere fundar una familia como aquella en la que se crió. Sueña con tener hijos, una casa, un perro grande como esa Tania que dejó en Buenos Aires y siempre extrañó. Pero nunca se le dio una relación sólida, un amor verdadero, sólo ocasionales acompañantes.
No se siente feliz. Y se le brinda la ocasión de volver cerca del hogar. El banco decide abrir una sucursal en Río de Janeiro y le proponen mandarla como la responsable. Sin pensarlo, y con gran entusiasmo, dice que sí.
Para despedirse de Europa y, a la vez, despedirse las compañeras, deciden aceptar la invitación del Banco a una celebración en la Regional rusa, que cumple sus veinte años y, de paso, recorrer algo de ese país, el único poco conocido de Europa.
Las celebraciones serán en San Petersburgo.
Comienzan a preparar el equipaje.
-Me llevo este vestido negro de fiesta.
-De ninguna manera. Vamos a Valentino ahí en la calle Davies y nos compramos algo exquisito- dijo Khady entusiasta.
Barbie elegía una solera estampada. -No, debe ser algo especial. Mirá éste- era un fantástico vestido dorado que con la luz tornasolaba a estridente amarillo, con un solo bretel, estilo sirena con una pequeña cola. En Barbie lucía espectacular. Lo completó con una torera de piel de un suave color natural, zapatos sin punteras dorados igual que la carterita y unos largos aros artesanales de cristal engarzados en plata con un anillo haciendo juego, transparentes, pero capaces en sus iridiscencias de virar al amarillo.
-Estarás hecha una diosa, justo para despedirte de Europa.
Se alojaron en el Park Inn, un hermoso hotel en el centro. Recorrieron un poco el Parque Olímpico y buscaron información para realizar en los cinco días en Rusia algunas excursiones.
Esa tardecita era la función de gala en el Teatro del centro de San Petersburgo.
Barbie, a pesar de que el atuendo que llevaba debía combinarse con un peinado recogido, prefirió su pelo suelto cayendo en una cascada brillante y sugestiva sobre sus hombros. Cuando ingresó al teatro, notó que muchas miradas se dirigieron a ella, se puso firme y entró segura. Se acomodó en la platea, décima fila como tenía asignada. En el palco principal, había un joven que inmediatamente llamó su atención. Se lo notaba apuesto y distinguido, con su cabello medio largo, rubio y rebelde, peinado cuidadosamente con gel, un moño rojo que sobresalía en su camisa blanca y su jacquet negro. Lo miró, notó que la miraba. Lo miró varias veces, varias veces se encontró con su mirada. Su pulso se aceleró al ritmo del Lago de los Cisnes de Tchaikovsky. Lo desechó, estaba demasiado lejos. Se enfrascó en la extraordinaria música del programa.
A la salida, mientras esperaban el transporte que las conduciría hasta el Palacio de Catalina donde se iba a realizar la fiesta, sintió que la tomaban del brazo: -¿Vienes conmigo? – y antes de que diga sí la condujo hasta la limusina negra que lo esperaba, bajo la mirada de aprobación de su amiga.
Atravesaron parte de la ciudad y el enorme portón de rejas, el jardín iluminado se les apareció en todo su esplendor, como así también la fachada del Palacio. –Es un sueño- se dijo en silencio mientras la conversación era formal y tranquila.
Los condujeron hasta la Sala de Ámbar donde iba a ser la recepción. La imponencia de esa piedra y ese color en todos los detalles la hubiese dejado boquiabierta, pero disimuló. Él tomó una copa de vodka y un jerez para ella.
-Por vos…
-Me llamo Barbie- le dijo sonriendo extrañada por ese modismo bien de su ciudad y porque seguro alguien le había comentado que era argentina.
-Yo, Cor. Cornelius en Holanda.
Les trajeron bocaditos, él eligió los de caviar negro, ella prefirió excluirlos, eran muy fuertes para su gusto.
Le presentó algunos amigos, ella a su amiga.
Cuando los hicieron pasar al Gran Salón donde se serviría la cena, se tuvieron que separar. Él tenía asignado un lugar en la mesa principal de la cabecera, ella en una de las centrales. Galantemente la acompañó hasta su lugar, besó su mano y se fue.
Durante la cena, se miraron varias veces. Ella se ruborizaba, pero cada vez se sentía más prendada.
-Mirá qué importante parece ser… y tan atractivo… Sería un buen padrillo- ambas rieron, pero Barbie presentía que no era chiste.
Antes de los postres, la orquesta comenzó a sonar. Algunas parejas de la mesa principal inauguraron el baile. Cornelius la fue a buscar a su mesa. Le temblaban las piernas, pero se hizo la fuerte y salió a bailar. Notó cientos de miradas posadas sobre ella. Trató de ignorarlas y sólo pensar en el vals y en Cor. En un momento, todos pararon y les hicieron rondas, imaginó ser una princesa con su príncipe danzando en el centro, en tan bello y exótico lugar. “Europa me está dando una excelente despedida” se dijo y se entregó a vivir el momento sin pensar, sólo sintiendo.
Después de los discursos por los veinte años del Banco en Rusia y de los postres, el baile fue informal. Barbie y Cor no se separaron, bailaron todos los ritmos, saltaron y hasta se hicieron algún arrumaco con la música lenta.
El viejo y enorme reloj de la pared dio las dos campanadas. Cor lo miró y comprobó la hora con el propio. Ella pensó –Se acaba el hechizo, me quedo en harapos regresando al hotel en una calabaza.
Cor le trajo el abrigo y mientras se lo ponía en los hombros: -Vamos a mi hotel- le dijo seguro y firme. Ella ni siquiera asintió, sólo lo dejó hacer. De lejos Khady, disimuladamente, le decía chau con la mano –Grande, amiga…
En la limusina, él pasó su abrazo por debajo de su abrigo y acarició su hombro desnudo, ella sintió un escalofrío en sus huesos y un ardor en sus venas.
Pararon en el Taleon Imperial Hotel, afincado en un fabuloso Palacio del siglo dieciocho. Barbie volvió a sentir que todo era un sueño, una irrealidad de un cuento de despedida y, como tal, y con toda la intensidad, pensaba vivirlo.
Se instalaron en su habitación, una suite, como era de esperar. Cor tomó el teléfono. Lo observó: su cabello rubio, sus ojos celestes grisáceos, su cara aniñada, su piel muy blanca, su porte elegantísimo, su físico perfecto, muy alto y algo delgado. ¿Tan bien se había portado que la vida le regalaba ese momento? Casi se pellizca para saber que era verdad.
El servicio de habitación trajo un cognac, unos trozos de quesos variedades holandesas, dos tulipanes rosados y dos puros rusos, de ésos famosos por su sabor: -Para mi reina –le dijo galante al oído mientras empezaba con su aliento a recorrer su cuello.
El humo de los puros los envolvió, creando una atmósfera de lascivia y deseo. Brindaron con las copas y empezaron a brindar con sus cuerpos.
Durante los cuatro días siguientes no se separaron nunca. Dos días en San Petersburgo y dos en Moscú. Recorrieron calles y edificios, parques y paseos, museos y teatros. Bebieron todas las bebidas típicas que los bares y resto les ofrecían, bebieron todos los jugos que se ofrecían. Degustaron las comidas típicas del Cáucaso, se degustaron.
Ninguno le preguntó nada al otro. Ni en qué trabajaban, ambos suponían en el mismo banco por participar de la celebración. Pero sólo gozaron de la mutua compañía. Tal vez temían romper el hechizo. Tal vez temían saber que el otro no les iba a pertenecer nunca.
Cor la acompañó al aeropuerto de Moscú. Se despidieron con un beso que languidecía a medida que se separaban. Barbie sintió que la manga que la conducía al interior del avión era un pulpo que la envolvía en cien tentáculos, la hechizaba con sus cien ojos y la deglutía con una boca negra y profunda.
-Amiga, no lagrimees.
-Ay, Khady. ¿Cómo puede ser tan intensa y tan efímera la felicidad?- Tomada fuertemente de la mano de su compañera de tantas horas, vio empequeñecerse Moscú y su sueño, quedarse ambos allá abajo como flotando entre las nubes y el cielo, como una realidad que se desvanece, como un algodón que se deshilacha.
El Jefe de la sucursal de Londres la llamó a su despacho:- La necesitamos un mes acá, después se toma un mes de vacaciones y luego se instala en Río para abrir la nueva sucursal.
Asintió. Trabajó con ahínco. Hizo con Khady los últimos paseos por Londres. Se iba despidiendo de esa niebla que aborrecía, pero también de esos parques interminables que amaba, de esos edificios Tudor antiguos que la fascinaban, de ese amor del pueblo por su reina y sus herederos, de esa admiración por los Beatles y ese fervor por las tradiciones. Redescubría todo a medida que se iba alejando. Amaba todo eso que empezaba a no pertenecerle, tanto como amó esos cinco días a un Cornelius que supo llevarla a las cimas más altas y las simas más profundas del placer y que también dejó de pertenecerle.
Le quedaban tres días de trabajo en el banco de Londres, regresaba por los pasillos a su oficina cuando sintió que el suelo desaparecía, su secretaria alcanzó a tomarla. Llamaron a su amiga, la trasladaron a la enfermería.
-Yo no encuentro nada, sólo el útero agrandado, compatible con embarazo.
La miró a Khady, se abrazó a ella, lloró profundo, intenso.
Sabía que no había tomado ninguna precaución, ella quería ser mamá y ese Cor que la había llevado a las puertas de la felicidad merecía ser el papá de su bebé. Sabía que sus padres la iban a apoyar. Sabía que elegía esa vida de mamá soltera antes que no conocer la mirada de un hijo. Pero la noticia la impactó, no estaba segura de esperarla. Pero ahí estaba, con toda su fuerza y su carga afectiva, sus temores lanzados y sus sueños empezando a latir en su vientre. Europa le devolvía algo de lo mucho que hacia allí había llevado.
Empezó a acomodar en cajas los objetos personales de su oficina, algo se llevaría a su nuevo destino, algo dejaría en ese departamento que la había cobijado en Londres.
-Doctora, el Director Regional la espera en la oficina del jefe.
-¿El Director Regional? –tembló, ¿qué novedades habría?
La secretaria le abrió la puerta. Lo vio, de espaldas, su figura querida se recortaba en el gran ventanal del que se podían ver el Big Ben y el Wetsminster Bridge duplicados en el Tamesis. Él fue a su encuentro, la abrazó con tierna pasión, la besó. Quedó muda, inmóvil. Lo miró interrogante.
-Soy el Director Regional del Banco para los Países Bajos, Suiza e Inglaterra.
-¿Cómo estás acá?
-Te busqué, en algún lado tu nombre me iba a aparecer, hasta que me llegó el Memo con tu traslado a Río de Janeiro. Y acá estoy –ella no reaccionaba, seguía muda, impactada y con la novedad en su interior del embarazo confirmado. ¿Qué iba a hacer con esa noticia frente a su presencia?
-No te quiero perder. Me gustó lo nuestro, te extrañé. Quiero probar que seas mi novia. Que conozcas a mi madre y conocer a tus padres… -ella se aturdía cada vez más y no atinaba a nada. -¿No quieres?
-Sí… es que no sé… no podemos…- intentó balbucear.
-¿Pasa algo importante? ¿desconozco algo que te impide que probemos?
Entonces se animó y de un solo respiro se lo dijo: -En Rusia quedé embarazada.
Ahora el mudo e impactado fue él, pero sólo un instante.
-Entonces los quiero a los dos- ella acarició su cabello, y mientras buscaba sus labios sentía que algunas lágrimas mojaban las manos de él que acariciaban su frente y sus ojos.
-Mamá, cambio de planes. No me traslado. Me caso.
Teresa se conectó con los compañeros del doctorado. Khady, trasladada en su lugar a la sucursal de Río, se ocupó de los amigos de Londres, de la música y del cotillón brasilero, con máscaras, cabezotas y algunos disfraces. Mamá y papá de los amigos y parientes en Buenos Aires, de la recepción, del hotel en San Vicente donde se alojarían todos los invitados. Cor de sus amigos y parientes holandeses. Ella de su vestido y de que todos los detalles estuvieran perfectos.
Hacía dos meses que se había casado Máxima con el príncipe Guillermo de Holanda, ella desde el banco había manejado la adquisición del vino de la bodega salteña de Cafayate, en varias cepas tinto y blanco, una edición limitada, se esforzó y logró que la bodega también le vendiese el mismo vino para su fiesta.
La ceremonia y la celebración se realizaron en el Palacio de San Isidro del matrimonio de la actriz Regina Pacini y el presidente argentino Marcelo Torcuato de Alvear, lugar místico que albergó una fuerte y extraordinaria historia de amor y pleno de detalles de lujo y buen gusto. En un enorme y adornado jardín se realizó el casamiento por Civil. Un entrañable amigo del padre realizó una improvisada ceremonia judía en español y en inglés, con el vaso roto incluido. Era conmovedor ver las razas, los idiomas, los vestuarios, Barbie con su traje blanco y su panza de cinco meses, Cor con su impecable traje azul con finas rayitas grises y su corbatón gris con rayitas azules. El amor y la alegría con que se miraban, se sostenían de las manos, se agasajaban, saludaban a todos sus afectos de una vida. Era un encuentro de culturas, de formas de vida, de cariños, un lanzamiento hacia los sueños más acariciados, una apuesta a un mundo de dos posible.
No había sido fácil llegar hasta ahí. Si se casaban, uno debía abandonar el banco, como matrimonio no podían tener ambos puestos de decisión de tanto nivel.
-Yo busco un trabajo más sencillo en otro banco, quiero ser esposa y mamá.
Organizar en tres países con qué leyes y cultos se casaban, cómo festejaban las familias, los amigos. Prepararon todo minuciosamente.
Después de la recepción argentina con exquisitos bocaditos donde sobresalieron los distintos tipos de quesos holandeses que Cor había portado desde su país, en los salones fue la fiesta y el baile. El novio le hizo un presente especial: ejecutados por Mariano Mores al piano los tangos “Cuartito azul” y “El día que me quieras”.
Con disfraces, caretas, cotillón, couch que dirigía, se bailaron todos los ritmos, todas las danzas, de todas las nacionalidades. De a ratos, Cor la obligaba a descansar, cuidaba con esmero a esos dos seres que lo iban llevando hacia las puestas de una nueva realización.
Quince días después, en una ceremonia íntima sólo con los familiares cercanos, se casaron por las leyes de Holanda válidas en la Unión Europea y bendijeron su unión con la ceremonia protestante en la chacra holandesa de su familia.
Khady participó de todo, pensando que los sueños intensos a veces transforman la realidad…
Es Nochebuena en Londres. La mesa está tendida. Hannelies, la nana holandesa, cuida que todos los detalles estén perfectos. El enorme árbol está encendido. En un sillón las abuelas disfrutan de sus tres nietos ingleses: Nicolle de diez años y Candy de ocho, holandesitas de pura estirpe y Tommy de cinco que, con sus cabellos oscuros y su mirada penetrante e inteligente, es un símil de su abuelo materno. Revolotean tíos y primos. Barbie se ovilla en el pecho de Cor, miran a sus hijos que ofician de intérpretes y traductores de tres idiomas. Cor la acaricia, las sensaciones encontradas en Rusia se reinventan cada vez. La estrella del árbol titila intensa. Por el cristal del comedor de la mansión que da al enorme jardín, se deslizan, monótonos, intermitentes, blancos copos de nieve, en busca de un destino, en busca de un lugar…
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