Tres amigas: Historias de un crucero de fiestas de Fin de Año

Silvana siempre fue una muchacha emprendedora, entusiasta, práctica. Muy amiga de sus amigas. Con pocas relaciones amorosas, nunca le fue demasiado bien con los hombres...

18 de diciembre, 2018

Silvana siempre fue una muchacha emprendedora, entusiasta, práctica. Muy amiga de sus amigas. Con pocas relaciones amorosas, nunca le fue demasiado bien con los hombres. A pesar de ser bonita, de cabellos castaños, ojos verdes, alta, elegante. De buenos gustos para vestirse, para elegir sus perfumes, para comer.

   Al cumplir sus treinta años, se prometió realizar un viaje de placer y lujo. Empezó a deambular por agencias, hasta que la entusiasmó un crucero en una fastuosa turbonave italiana. Se realizaba entre el 23 de diciembre y el 7 de enero, hacia el norte de Brasil. Una experiencia tan distinta para celebrar las tradicionales fiestas la fascinó.

   Habló con su amiga Elsie, cuatro años mayor que ella, antropóloga y, viviendo en una provincia de inmensos campos dorados de trigo y maíz, era lógico que se dedicara a la docencia y no a la antropología. Daba Historia en dos facultades de la Universidad Nacional de Rosario. De familia muy acomodada, finos modales, exquisitos gestos, morocha de cortos y oscuros cabellos y rasgados ojos de profunda mirada negra. Muy alta. Elsie prontamente se entusiasmó con el viaje.

   Juntas decidieron invitarla a Liliana, maestra jardinera en la misma escuela de Silvana, muy pequeña y movediza, rubia de ojos pardos, de la misma edad que Silvana. Más bohemia, más libre, con menos ataduras, siempre risueña.

   A pesar de algunas oposiciones familiares por la fecha especial del viaje, lo contrataron.

   Felices, viajaron a Buenos Aires, desde cuyo Puerto zarpaba la nave.

   Enormes valijas llenas de sueños, expectativas, deseos, vestidos y soleras largos de noche, mallas para las piscinas, conjuntos deportivos para las excursiones y para los juegos en los puentes del crucero. Muchas risas, buena onda y ganas de pasarla bien.

   La primera escala fue en Montevideo. Juntas recorrieron la ciudad y trataron de captar en el escaso tiempo de diez horas, su idiosincrasia y su vida.

   Emprendieron luego la navegación hacia Porto Alegre, donde hicieron otra escala y visitaron Sao Paulo y Guaruyá. Una magnífica experiencia en medio de montañas, exuberante vegetación y cálido mar. Almorzaron en un distinguido hotel en el piso 32 desde observaron esa populosa e impactante ciudad. Comieron cocos en la playa, tomaron tragos en un hermoso bar.

   Todo era alegría y felicidad.

   Como es clásico en estos cruceros, los oficiales abordo trataban de acercarse para lograr amistades, pero ellas preferían sus soledades seguras de mujeres atractivas.

   En Porto Alegre subieron al barco muchos brasileros atraídos por el encanto del norte de su país.

  Todo se inundó de su ritmo, su algarabía, su color. Capaces de disfrutar de los máximos placeres y de hacer música hasta con una cajita de fósforos.

   Era el 24 de diciembre. En alta mar se celebró la Misa del Gallo y el advenimiento de la Navidad en los comedores y los salones. Besos, saludos, bailes. Champagne y pan dulce –panetone- de distintas variedades italianas.

   Edson, un casi mulato, festivo, atractivo, se copó con Liliana. La seguía, la perseguía, intentaba besarla por Navidad todo el tiempo, la empujaba a bailar con él. Liliana se dejó llevar por su fuerza y se divirtieron hasta la madrugada. Silvana y Elsie gozaron con sus ocurrencias y todo fue una algarabía de víspera de Navidad.

   El 25 llovió todo el día. El paisaje era sólo una sinfonía de grises, gris el mar, gris el cielo, gris el horizonte infinito en una línea sin forma ni medida.

   Elsie aprovechó a leer uno de los numerosos libros que había llevado, Silvana se apoltronó en una magnífica silla de uno de los fastuosos salones y mientras observaba por el amplio ventanal la monótona sinfonía de grises, escribía sus vivencias como era su costumbre de viajera. Liliana consolidaba su amistad con Edson y empezaban sus primeros arrumacos.

   A la tardecita, todo el gris se corrió y fue una explosión de colores. Acodadas en la baranda de la nave pudieron deleitarse con los cientos de arcoíris que se formaban en cada una de las olas que el barco potenciaba en su derrotero. Al rato apareció Edson, y el amor estalló con Liliana como las iridiscencias en las olas.

   En la velada nocturna la pasaron muy bien los cuatro. Seguían las burbujas del champagne y los saludos por la Navidad.

   La próxima escala fue Río de Janeiro. Las tres amigas aprovecharon para hacer excursiones, nadar en Ipanema, subir al Cristo… toda la religiosidad turística de Río. Edson prefirió quedarse en la piscina del barco y así las tres amigas pudieron disfrutarse.

   La salida desde Río fue una visión maravillosa, majestuosa ciudad achicándose en una inmensidad de mar y atardecer.

   Al día siguiente, la escala fue en Angas do Reis. Llovía tenuemente. Las tres amigas, bajo un paraguas, recorrieron la pequeña población, suspendida en el encanto colonial. Prodigiosos verdes, rojos y amarillos en su abundante vegetación, casas y castillos coloniales portugueses, callejas de piedra, mar. Para sentir más el encanto del lugar, cantaban a viva voz zambas argentinas. La engañera… Zamba de mi esperanza… quedaron flotando en aquella irrealidad. En lancha fueron a nadar hacia una pequeña isla. Ahí Edson la esperaba a Liliana y, colocándole una orquídea natural en sus cabellos que había cortado en la isla, se hicieron una promesa de amor. Todos festejaron.

   El barco emprendió el viaje hacia Bahía, el destino más ansiado. En los dos días de navegación, uno de los oficiales, Carlo, le hizo la corte a Elsie; otro, Vittorio, que oficiaba de maitre, a Silvana. Carlo era de rasgos delicados, de tez blanca, ojos grises, mediana estatura y mediana contextura física. Elsie sólo le aceptaba compartir una bebida, una charla y alguno que otro baile. Vittorio era muy alto, muy elegante, demasiado fuerte, demasiado vigoroso, muy morocho, de profunda mirada negra y de impecable ropa blanca. A Silvana la perturbaba mucho, por eso nunca le aceptó ni siquiera una copa.

   Bahía fue un destino magnífico, que pudieron compartir las tres amigas con Edson y Carlo. Paseos, baños en el mar, visitas a museos. Extravagante ciudad en dos niveles, que se salvan por enormes ascensores o un rústico trencito de montaña.

   Al atardecer del 31, el barco zarpó de Puerto. En medio de la mar, en la soledad de cielos y agua, se celebró el Año Nuevo. Fuegos artificiales duplicándose en las aguas, ulular de sirenas replicándose en otra nave allá a lo lejos, saludos, deseos, brindis, abrazos. Cuando Vittorio se acercó a saludarla, a Silvana le corrió un escalofrío y lo rechazó rápidamente. El miedo se apoderó de ella, sentía que él representaba un peligro muy grande, no lo quería correr. Al llegar de vuelta al camarote, la esperaba un obsequio: un exquisito perfume Dior, de sabor bien ácido como era su gusto y con una tarjeta de buen augurio escrita en italiano firmada por Vittorio. Hubiera querido que eso no pasase, volvió a sentir miedo. Mientras tanto Elsie disfrutaba de las galanterías de Carlo y Liliana del amor de Edson.

   Los siguientes fueron tranquilos días de navegación. En Río, Edson dejó el crucero. Se despidieron con lágrimas y promesas de reencuentro.

   El día siguiente, 5 de enero, noche de Reyes, las tres amigas regresaron a su camarote luego de los festejos en el Comedor y los salones. Una sorpresa las esperaba en la puerta: una enorme bota navideña, llena de golosinas y carbón. Rieron, se interrogaron sobre su significado, saborearon sus golosinas.

   Al día siguiente, Carlo les explicó que las golosinas eran el obsequio por sus buenas acciones y el carbón lo había colocado Vittorio en señal de la mala conducta de Silvana. Ella sonrió y sintió que sus barreras se derribaban. Por la noche Vittorio la agasajó, la cortejó, la envolvió en su seducción y Silvana lo aceptó. Fueron a su camarote e hicieron el amor. Fueron sólo dos horas de intensidad, requiebres, furia. Los dos sabían que era sólo ese momento y lo vivieron con toda la fuerza de sus años jóvenes y sus deseos tantos días escondidos.

   La mañana siguiente, 7 de enero, era el desayuno de despedida. Entre tortas exquisitas, frutos tropicales y buena música, el salón comedor era una excitación y una algarabía. Vittorio se acercó a Silvana, le regaló una arrogante rosa amarilla y le dijo al oído:

   –No nos olvidaremos…

   Silvana tembló, sabía que sería cierto. Pero sabía también que ese principio era un final.

   Elsie se despidió de su oficial con sonrisas y agradecimiento por los buenos momentos vividos y Liliana se abrazaba al muñeco bahiano que Edson le había regalado con la promesa de visitarla en Argentina.

Dos años después…

   La iglesia de la pequeña ciudad es una fiesta.

   Elsie, con su esposo, decano de una de las facultades en la que trabaja, está espléndida, con su vestido de noche, sus ojos almendrados profundos, su sonrisa simpática. Ese viaje por las cálidas aguas brasileras y las atenciones de Carlo, le habían dado seguridad. Por eso al regreso supo desplegar sus encantos para comenzar su relación con este compañero de trabajo que siempre le había atraído y que finalmente se convirtió en su esposo.

   En el altar, Edson con su traje blanco, su sonrisa franca, su felicidad, junto a su madre, espera a la novia. Liliana, que eligió para la boda un espléndido traje de encaje color champagne, sobrio, recto, que aviva su figura, está en viaje en el automóvil descapotable rumbo a la iglesia.

   Silvana llega con su padre. Baja del auto, se acomoda su sobrio vestido color orquídea. En un mecánico gesto, como tratando de eliminar pensamientos negativos y dudas, se acomoda el cabello que luce impecable en un recogido. Toma de la mano a su niña, de un poco más de un año, de profunda mirada oscura y cabello renegrido, que, vestida de blanco como una princesa, será la que lleve los anillos al altar. Se llama Victoria. Sí, es la hija de aquellas dos horas de amor. Es la niña que lleva la estampa de su padre, sus mismos ojos, su cabello y su nombre. Pero que no conocerá el amor de papá, ni sus caricias, ni su apellido.

   Por eso Silvana, ante cada Navidad, fiestas de Fin de Año y de los Reyes Magos, reproduce aquellos mismos temblores frente a una bota roja cargada de regalos.

   Es Victoria el regalo de una noche de Reyes, allá en alta mar, en las cálidas aguas de un azul intenso.

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