Como suceden las cosas simples y cotidianas, una actividad literaria común los convocó. Eran dos espíritus escapándose por las palabras. Un romanticismo, un deseo de amor, un canto a la vida, tal vez una ilusión de permanecer y no envejecer. Con una historia de raigambre común.
Óscar centroamericano, con el salero de los climas cálidos, con la mirada oscura de los descendientes de aborígenes, con esa calma de una vida ya realizada, sin sobresaltos.
Beatriz sureña, con esa dicotomía del crisol de razas que dejaron en Argentina los inmigrantes, con una mirada celeste transparente que parecía fría pero que siempre prometía estallar.
Los textos los convocaron. Algo distantes, empezaron a intercambiar ideas, opiniones, sugerencias. Y las teclas se hicieron estímulo, y luego confidencias, y luego ansias hasta que fueron chispas. Y un día los dedos en los teclados se incendiaron y en el monitor el amor les detonó. Una conexión virtual empezó a ser conexión de deseos y estallidos de piel.
Marzo. En el sur el otoño pintaba de dorado las hojas y en el norte la primavera de verdes los brotes y de aromas las flores. Antinomia de colores, un continente, costumbres, voces, sonidos, sabores… los separaban. Pero la necesidad de pertenecerse los unía. Y Óscar viajó a ese otoño que lo convocaba y le erizaba la piel llevando su renacer de primavera.
Vivieron la intensidad real de un amor nacido virtual.
Pero no sólo las estaciones los distanciaban. Óscar tenía una vida que no podía dejar. Y como no todas las realidades son cuentos de hadas, las miradas se alargaron para sostener distancias, las manos se estiraron en una caricia interminable, los besos sellaron con fuego sus labios, sus senos se unieron en una promesa de siempre aún en el nunca. Y se separaron.
Beatriz se hunde en su sillón y los pensamientos rebotan en el chispero de la vieja chimenea. Y en torbellinos, desparejos, insistentes, vuelan: Nuestra tierra es una sola, pisamos el mismo suelo, nos constelamos en el mismo cielo, le hablamos a la misma brillantez de la luna. Una órbita elíptica y un eje terrestre de posiciones cambiantes nos diseñan las estaciones, distintas y cíclicas, semejantes en sus diferencias… Pero nos pertenecemos… las distancias no existen, son imaginarias, estamos cerca… nos latimos sin tocarnos… Y gruesas lágrimas de soledad se tornasolan con la luz roja del fuego recién encendido que presagia el frío del invierno incipiente. Figuras fantasmagóricas danzan proyectadas en la pared. Beatriz y su soledad quedan aprisionadas entre los fantasmas y los viejos almohadones.
En el lejano norte, un verano brota en las olas de un mar inmensamente azul que acaricia la piel de Óscar, su esposa y una pequeña nieta. Mientras sus nostalgias siguen tañendo allá en el sur y el sueño de amor seguirá latiendo esperanzado en un teclado y un monitor, esperando reestrenar una nueva primavera otoñal.
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