Magia de Reyes

En el pesebre de Belén, guiados por la estrella, los tres Reyes Melchor, Gaspar y Baltasar dejaron sus obsequios...

3 de enero, 2017

En el pesebre de Belén, guiados por la estrella, los tres Reyes Melchor, Gaspar y Baltasar dejaron sus obsequios: oro, incienso y mirra al niño recién nacido. La magia se repite y en los zapatitos de Reyes seguimos buscando fantasías, sueños, alegrías, desafíos.

Los dos ya habían vivido su vida.

Ella, tal vez el estereotipo de la sesentona de hoy. Una adolescencia sin conflictos, en una sociedad tranquila, en una familia contenedora. Estudió de maestra, trabajó de maestra, se jubiló de maestra. Se casó, formó un hogar tan contenedor y tranquilo como ése en el que había sido criada. Tuvo tres hijos varones, le hubiese gustado tener la parejita pero la vida decidió que no, varones debían ser, tal vez cumpliendo ese designio de que le gustaron los muñecos bebotes, que tuvo un padre y un marido que fueron su fortaleza y un hermano menor que supo ser su juguete y su compañero. Y sí, su vida siempre estuvo al lado de la fuerza de los hombres, buscando inconcientemente a ese macho alfa conductor de la manada.

Él un ecléctico. Hijo de la fusión de inmigrantes, de las mieses y las cosechas, ingeniero, profesor universitario, escritor silvestre. Huérfano de padre desde muy jovencito, contenedor de una mamá luchadora, padre de una mujer. Como si la vida le hubiese pedido la fortaleza del macho.

Dos vidas tranquilas, realizadas, en el ocaso de los sueños, en la tranquilidad de la vejez que se acerca, en los pasos de las seguridades de la jubilación, en la soledad de la viudez. Tratando de introducirse, un poco por copia, otro por necesidad, en el mundo tecnológico y computarizado de hoy. Ella, para poder chatear con su hijo mayor residente en el exterior. Él para realizar investigaciones históricas que son su pasión. Un poco por casualidad, otro poco porque se usa, comenzaron a usar mails entre amigos. Risueños, musicales, informativos, de personajes, paisajes, de historias y  curiosidades. Sólo compañías para horas muertas.

Sus nombres empezaron a cruzarse en las bandejas de amigos comunes con mails comunes. Y un día común, por circunstancias comunes, se transformaron uno en contacto del otro y se cruzaron las mismas intrascendencias que se cruzaban otros.

Pero, como la vida tiene vericuetos que los hombres no manejan y tiene razones que la razón no entiende, el contacto empezó a ser más personal. Un texto, muchos textos, una vivencia, muchas vivencias, un sentir, muchos sentires. Dos vidas que habían transitado por valores parecidos, por sensaciones similares, por historias confluyentes, se empezaron a amalgamar. Hasta que sucedió lo inevitable: el encuentro.

Con muchas dudas, con muchos miedos, con expectativas y algunos sueños, decidieron regalarse un encuentro de Reyes. Y sucedió en la pequeña plaza del pequeño pueblo. Un caluroso 5 de enero fue la cita. Mientras, en el galpón cercano, los miembros de la Comisión de Cultura  preparaban la caravana nocturna de los Reyes Magos por la calle principal.

El sol se filtraba entre las ramas de los árboles, la gente atravesaba la plaza con paquetes, los niños soñaban con los regalos que habían pedido por cartitas a los Reyes, los pájaros trinaban enloquecidos en la explosión de vida del verano. Y ahí estaban ellos, con sus años y sus sonrisas, con sus historias y sus nadas. Con los cabellos canos, sus miradas claras ya más opacas, sus temblores por lo desconocido. Se dieron un tímido beso en la mejilla y caminando se fueron al barcito de enfrente a tomar un café. No supieron si estaban solos o había gente, ya que de inmediato entre los dos se formó una burbuja que los contuvo, los unió, los aisló de la historia y de los demás. Charlaron de todo, de lo mismo que ya habían charlado desde un monitor, de nuevas vivencias. Se hicieron confidencias. Sus manos se cruzaron por arriba de la mesa, sus dedos se entrelazaron y se empezaron a acariciar manifestando esa urgencia que sus seres sentían. El tiempo pasó, no saben si fueron horas o minutos, pero propio, compartido, latido como hacía mucho que ninguno de los dos sentía.

Tenían que separarse, cada uno debía cumplir con sus compromisos de víspera de Reyes. Retornaron a la plaza a buscar sus autos.

El beso de despedida ya no fue tímido. Sin importarles el lugar, la mirada de los curiosos, sus años, se abrazaron, se sintieron, con intensidad, con la fuerza de un torrente, con la algarabía de un encuentro, con una urgencia ya  desconocida. Sabían que en la magia de la espera de los regalos de los Tres Reyes Magos de esa noche, en esa rara conciliación entre fantasía y realidad, iban a sentir que en los zapatitos junto al árbol de Navidad encontraban un propio regalo. Y que esa historia recién comenzaba.

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