El 1 de Mayo se celebra en mi país, Argentina, como en muchos lugares del mundo, el Día del Trabajo. Con este relato rindo mi homenaje a todos los Trabajadores.
Domingo de otoño en Rosario. Me levanté temprano, la mañana estaba deliciosa, ni frío ni calor. Un cielo inmensamente diáfano y apenas una brisa del sur que la hacía transparente. Con mi equipo de mate y mi Forkito nuevo blanco reluciente marché hacia La Florida. Deseaba hundir mis pies en la arena, dejar mi mente nadar en la corriente de mi Paraná, mirar algunos camalotes que siguen su sueño hacia el mar floreciendo mientras arrastran algún pájaro extraño o algún monito traídos desde el norte.
Cargué el paquete de galletitas, pero al pasar por la panadería el olorcito de recién horneado me tentó. Paré y bajé. La espera iba a ser larga, tenía por delante más de veinte números. Pero no me importó, lo apetitoso del aroma era más provocador que lo largo de la espera.
Siguiendo mi manía, me puse a observar a la gente, a inventarme sentimientos, historias, vidas.
Miré a las dos chicas que atienden, dos muchachas jóvenes, bonitas, amables, con una sonrisa y un comentario para cada cliente. Sé que son amas de casa y mamás, que realizan grandes sacrificios para llevar adelante a su familia en forma digna. Que trabajan, estudian, se esmeran. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”: la frase recobró significado. ¿Cuántos se ganan el pan? ¿Cuántos ganan alrededor del pan? ¿Cuántos sudan con el pan?
Inventé un Juan Manuel, el Juan Pan 1º, que en la pequeña chacra de tierra santafecina hace conciliaciones entre sus necesidades y sus sueños, sus posibilidades y sus deudas, sus deseos y sus trabas, hasta que por fin decide rotar el cultivo seguro del maíz al del trigo, pide una ayuda financiera al banco local, compra la semilla y con su arado enganchado al tractor nuevo que aún está pagando hiende la tierra, marca el surco y hunde la semilla. Junto a ella, sus esperanzas, su ruego de buen tiempo, su ofrenda de noches de desvelos y mañanas de recorridas, sus empeños, tanto laborales como financieros, para llevarle a esa plantación la fertilización y la protección necesarias. Y la nueva preocupación: la cosecha, contratando una cosechadora que apenas si podrá pagar Y la alegría de ver la espiga madura que se rinde ante la cuchilla, que se limpia y se acopia en sonrisas, que en parte será vendida a término en la cooperativa del pueblo y en parte acopiada en esos nuevos silos que su vecino le presta para compartir, que peleará junto a las autoridades sindicales contra el gobierno para que no le aumente las retenciones, que se seguirá desvelando hasta el cobro final. También invento un Juan Pan 2º, el cosechero, que compró una máquina grande, computarizada, costosa, y sin mirar alejamientos, soledades, distancias, lluvias, fríos, sale de cosecha por toda la rica zona de humus fértil.
Y aparece en mi historia Juan Antonio, el Juan Pan 3º, el camionero, que lleva el cereal a granel hasta la molienda, atravesando rutas que no están en el mejor estado, pagando peajes que no vuelven en infraestructura. Durmiendo cobijado por las estrellas, a veces a merced de rateros que lo asaltan o le abren la boquilla para robarle el grano. Salpicando la vida con alguna distracción con una mujer de las rutas, teñida de rubia, pintarrajeada y vencida a la que le entrega su cuerpo pero no su alma. Soportando a puro mate y amistad las largas colas y las extensas esperas para descargar.
Juan Domingo, Juan Pan 4º de mi desvarío, que con mameluco blanco va todas las mañanas al Molino, sin mirar las inclemencias del tiempo, o su escaso salario, o los sueños cortitos como jefe de familia, o las penas de lo que ya no podrá lograr porque los años se le fueron viniendo encima siempre como obrero del pueblo. Es un eslabón más de esa fábrica centenaria donde el grano se transforma en harina, donde se envasa y comienza el sueño de la panificación.
Y reaparece otro camionero, Juan Alberto, mi Juan Pan 5º, que silbando lleva las enormes bolsas de harina blanca a la panadería. En ella lo espera su amigo de años, Juan Walter, a la sazón Juan Pan 6º, el panadero, quien las recibe con una sonrisa, sabiendo que en ellas está la materia prima que, por el arte de sus manos, el calor de su esfuerzo y el empeño de su espíritu, se transformará en ese pan delicioso y crujiente que la barriada espera a primeras horas de la mañana. Es este el último Juan, que todas las madrugadas hunde en esa harina blanca sus sabias manos de panadero para sacarle a ese fruto de la tierra, uno de los mas antiguos y prodigiosos alimentos, su esencia, su religión, sus aromas, sus sabores, como si quisiera con sus manos hacer la obra de arte que empieza en la naturaleza y a la que tantos Juanes le ofrendan su sudor.
-64 – Es mi número, me sonrío. Miro los cinco canastos atiborrados de las cinco especialidades. Creo que todos son míos, son nuestros, son el fruto del trabajo de tantos seres que, en una interminable y preciosa cadena, se unen para darme, para darnos, el pan.
-Tres miñones y una galleta – abrazo la compra, la siento calentita y apetitosa. Me voy feliz a hablar con mi río, mate y pan en las manos, trabajo y sudor en la patria.
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