Autor: | Director del Programa del Máster Universitario en Salud Digital (UOC).
Autor: | Catedrático de Salud Pública de la Universitat de Barcelona.
La industria tabaquera es la única que vende un producto de consumo que mata a la mitad de sus usuarios. Sus principales objetivos, pues, están dirigidos a reemplazar a los clientes que mueren prematuramente por culpa del hábito y a retrasar al máximo el abandono del tabaco. Por eso necesita reinventarse constantemente, crear ilusión de seguridad y baja percepción de riesgo.
En la década de 1910, la publicidad ensalzaba las virtudes de un “tabaco natural”, y en los años 20 incluyó la idea de que había marcas menos irritantes, utilizando incluso la imagen de médicos en los anuncios.
Pero el gran hito tuvo lugar en los 60 con la introducción del filtro. Los primeros tenían asbesto o amianto, por lo que incluso aumentaban el riesgo de cáncer en lugar de reducirlo, como aseguraban.
Durante los años 70, el siguiente paso en esta tarea de atraer y retener consumidores fue lanzar al mercado los cigarrillos bajos en nicotina y alquitrán, los llamados light. Su uso se prohibió en la UE en 2001. Y en los 80 se podía leer en los paquetes de tabaco “sin aditivos”, aunque 17 años después se obligó a eliminar el mensaje por engañoso.
Con el tiempo, la tecnología también se ha utilizado para crear productos supuestamente más seguros, como los dispositivos que calientan el tabaco, que se empezaron a comercializar hace 35 años. Los actuales son su evolución lógica.
Paralelamente, la industria tabaquera ha entrado en los últimos años de forma masiva en el mercado del cigarrillo electrónico. ¿Es una buena estrategia de reducción de riesgo para los fumadores?
¿Es tan perjudicial como el tabaco?
Una intervención que reduzca el peligro para la salud de un colectivo tiene que valorarse a nivel poblacional, con todos sus pros y contras. No debemos caer en el reduccionismo de creer que los resultados de los ensayos clínicos controlados se pueden trasladar a un uso generalizado del cigarrillo electrónico.
Dado que hablamos de un producto muy heterogéneo cuyo uso frecuente es relativamente nuevo, no disponemos de datos a largo plazo que podamos comparar con el consumo de tabaco. Puede que la toxicidad de los vapeadores sea menor, pero no está claro que esta reducción resulte significativa o no perjudicial.
De hecho, la repetida afirmación de que es un producto un 95 % menos tóxico que el tabaco carece de evidencia científica y confunde la concentración de sustancias con el posible riesgo de su consumo a esas concentraciones.
En relación al cáncer, usar únicamente el cigarrillo electrónico, algo realmente infrecuente, sí reduce los biomarcadores de exposición a las sustancias cancerígenas. En cambio, aumenta las posibilidades de padecer un trastorno cardiovascular y una enfermedad grave del aparato respiratorio, además de aumentar la actividad bronquial y las secreciones o favorecer las enfermedades inflamatorias, entre otras consecuencias.
Las sustancias que se encuentran en los cartuchos para favorecer la vaporización y que producen estos efectos son el polientilenglicol, el glicerol o glicerina vegetal y/o el propilenglicol. Al calentarlos generan formaldehídos, acetaldehídos y acroleínas (reconocidos tóxicos pulmonares y cancerígenos), sin tener en cuenta la nicotina.
También se han registrado intoxicaciones, principalmente en niños, al manipular las recargas de nicotina, riesgo inexistente con el tabaco. Puede provocar mareos, vómitos, taquicardia, hipertensión y respiración rápida.
¿Y ayuda a dejar de fumar?
Los últimos estudios publicados dejan claro que no solo no ayuda, sino que favorece las recaídas. No se da un salto real entre el consumo de tabaco y el de cigarrillos electrónicos, sino que hay un uso alternativo del cigarrillo electrónico en entornos donde está prohibido fumar y obstaculiza los intentos de abandonar este hábito.
Pero además se ha registrado un aumento de uso entre los jóvenes no fumadores, con lo que en realidad no es una puerta de salida del tabaco, sino más bien la vía de entrada para muchos jóvenes. Este hecho es favorecido por el desconocimiento de sus efectos.
Más daños que beneficios
En suma, el cigarrillo electrónico no ayuda a dejar de fumar, favorece un uso dual, desalienta el abandono, fomenta el consumo de nicotina, es una puerta de entrada al tabaquismo y contribuye a su renormalización. Está claro que si se persigue una reducción de daños, difícilmente se conseguirá si la publicidad va dirigida a atraer nuevos consumidores que nunca han fumado, como sucede actualmente.
El cigarrillo electrónico provoca más daños que beneficios a nivel poblacional. Por esta razón debería incluirse en las campañas de prevención de la salud y regular su disponibilidad, uso, publicidad, promoción, venta y reciclado de la misma forma que el tabaco.
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