Me encantaron las fotos que vi en la prensa nacional de los diputados y el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, en sus bicis nuevas (con casco nuevo incluido), en el Metro o en taxis. Me gustaron porque vienen a demostrar que cuando se puede, se puede. Me refiero a la decisión de los exquisitos legisladores de bajarse al terreno de lo real y hacer tierra, como simples mortales.
Emilio Gamboa se veía bien, salvo por el casco de protección que para mí lo hacía verse con la cabeza muy pequeña, desproporcionada a su cuerpo. Y lo que dijo fue lindo, al decir que se sumaron al Día Mundial sin Auto, “para generar conciencia” y reconocer que México está muy atrasado en este sentido; “yo creo –dijo- que vale la pena hacer un esfuerzo y tratar de subirse más a la bicicleta”.
Pero la belleza de las imágenes y las palabras quedaron en el vacío después, cuando, ya tomadas las fotos, volvieron a sus vehículos (algunos seguramente blindados) y las bicis y cascos seguramente se apilaron en alguna bodega del Senado o de San Lázaro.
Pero el Día Mundial sin Auto, a final de cuentas, tuvo su efecto catártico para algunos. La puesta en escena de los legisladores y otras autoridades, fue la muestra irrefutable de una de las prácticas nefastas, no sólo de la política, que es la simulación.
Recuerdo que en una serie televisiva de los años setentas -Hombre rico, hombre pobre, me parece-, el presidente norteamericano ha descendido en popularidad y sus asesores de imagen le aconsejan hacerse unas fotos en la playa, jugando con un perro, para parecerse al norteamericano común. Sin embargo, la estrategia falla y lo que recibe son burlas por habérsele descubierto en la simulación. Ese es el recuerdo que me viene a la mente.
Desde luego viene a cuento por la simulación de los legisladores. Somos una sociedad de simuladores y lo somos porque serlo, lo sabemos, nos reporta algún beneficio directo o indirecto.
Simulamos, por ejemplo, que la licitación de un aeropuerto, una carretera, una casa de cultura o el programa antibaches es transparente y hasta vendemos las bases, aunque la obra esté pensada para un destinatario en específico o convocamos concursos de oposición en las universidades públicas, aunque el puesto en la academia o la investigación tengan nombre y apellido desde antes de la convocatoria.
Nos vestimos de revolucionarios o adelitas y nos pintamos la cara en tricolor para dar el grito de “Viva México”, aunque en realidad nos importe un comino el bienestar ya no de las instituciones, sino de los ciudadanos a los que hipotéticamente han de servir éstas.
Nos ponemos la corbata de la democracia y lucramos con un apellido o con una posición de autoridad; denostamos al de las ligas en público, mientras que en lo “oscurito” aceptamos o de plano pedimos vacaciones en Europa pagadas por una empresa a la que hemos beneficiado, o se piden “moches” u otras prebendas ilegales o apartadas de los elementales principio éticos.
Hoy que escribo esto, se reunirá el presidente de la República con los padres de los jóvenes de Ayotzinapa. La jornada, para él y ellos, sin duda será difícil. La trascendencia de la reunión, que interesa a todos, impone dejar de lado la simulación, y sentarse a la mesa con la disposición abierta al diálogo y con la cabeza fría y el ánimo serenado, para que como sociedad avancemos en el esclarecimiento de este suceso que nos lastima a todos.
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