Las elecciones presidenciales y legislativas del 2024 serán cruciales para el futuro de México. Lo que está en juego es la posibilidad de seguir avanzando en democracia, con los pros y contras de una sociedad abierta (de libertades, plural, diversa, tolerante y en permanente mejora continua) o si involucionamos hacia lo que podría ser, ya sin máscaras y enteramente enrutados en la línea radical del Foro de Sao Paulo, la versión mexicana de la barbarie bolivariana, con otros seis años de destrucción institucional, polarización e irracionalidad en el diseño y aplicación de las políticas públicas, a lo que habría que añadir los efectos acumulados de la contracción de la inversión y las presiones crecientes sobre el déficit financiero gubernamental, a pesar de la oportunidad que nos brindan los reacomodos geoeconómicos del Nearshoring. El escenario no es exagerado y ya deberíamos hablar de él con todas sus letras. No es menos lo que nos jugaremos los mexicanos dentro de poco menos de un año.
Muchas personas, en charlas de café, especulan sobre el panorama electoral que se avecina con la misma curiosidad con que hablamos de quién será el próximo director técnico del TRI o si los Dallas Cowboys podrían ganar esta vez el Súper-Bowl. Como si el tema fuera mero entretenimiento y nuestra vida podrá seguir con la normalidad de siempre independientemente de quien resulte Presidente en la próxima elección. Pero esta vez no es así, y hay que mirar un poquito a la historia del mundo para darnos cuenta que los países sí se destruyen por malos gobiernos (malos de perversos y/o malos por incompetentes); que si los ciudadanos no se aplican con su granito de arena en favor del bien común, las sociedades se pueden ir a pique en un santiamén. Ejemplos sobran: España en los 30’s, Chile y Argentina en los 70´s, Yugoslavia y Ruanda en los 90’s, Venezuela y Nicaragua con Hugo Chávez y Daniel Ortega, recientemente. Mucha gente tiende a aferrarse a un optimismo ingenuo, confiada en que las condiciones de estabilidad a que están acostumbrados se mantienen indefinidamente, como si el orden social estuviera garantizado por una especie de ley natural. No es así. Y en México entramos ya a esa zona de definición histórica en que más nos vale ponernos las pilas si aspiramos a que, al menos, no empeoren las condiciones sociales.
En este contexto, el escenario se agrava al considerar que PAN, PRI y PRD, obligados a ser la principal oposición contra Morena, viven la mayor crisis de su historia: PAN y PRI, afectados en su prestigio institucional, están capturados por una élite tan miope como incompetente y mezquina, sin voluntad ni capacidad para abrirse a nuevos cuadros ciudadanos que les permitan renovar su discurso, hacer la autocrítica que necesitan y recuperar el valor de marca que llegaron a tener en otros tiempos. Y el PRD, está desfondado, a punto de perder su registro e ideológicamente extraviado sin ofrecer opciones de una izquierda sensata que pueda presentarse como alternativa al tsunami morenista.
Desde esta plataforma las opciones de candidatos que hasta ahora se han apuntado para enfrentar a la 4T resulta muy poco esperanzadora: ni Enrique De la Madrid ni Santiago Creel ni Lilly Tellez ni Ricardo Anaya ni Claudia Ruiz Massieu ni José Ángel Gurría ni Beatriz Paredes pueden considerarse realmente como una opción competitiva y ganadora, capaz de recuperar a los millones de votantes que en 2018 apostaron por AMLO porque estaban muy decepcionados de los gobiernos anteriores y que hoy, ante el desastre que ha sido la 4T y el preocupante escenario de su continuidad, no ven en ellos una opción clara y atractiva.
Puede ser que varios de estos aspirantes a encabezar una alianza opositora, sean políticos competentes, administradores capaces, personas muy finas y experimentadas en las lides de la alta política, pero están demasiado manchados por el mugrero de los gobiernos de los últimos 30 años y difícilmente se podrán sacudir el tufo asociado a los problemas de nuestro pasado reciente.
El caso de Lilly Téllez espanta al grueso del electorado de centro-izquierda por sus posicionamientos muy de derecha en ciertos temas y en general por su estridente discurso polarizador en el extremo opuesto al del Peje. Las menciones a los gobernadores de Yucatán y Querétaro, los Mauricios Kuri y Vila, no son más que sueños guajiros: nadie los conoce fuera de la casi ciudad-estado que gobiernan y su perfil es demasiado burgués y conservador para la naturaleza de la contienda que se avecina. La caballada sí está muy flaca.
Entonces emerge, con fuerza inusitada, Xóchitl Gálvez, una auténtica game changer para la contienda del 2024. Se trata de una política fresca, desparpajada, alburera, rebelde, sencilla, directa, ingeniosa, muy fuera de lo común frente al modelo de político tradicional. Por su lenguaje, sus modos personales, su experiencia profesional, su historia de vida y el contenido de su discurso, conecta muy bien lo mismo con jóvenes que con feministas, con empresarios y con indígenas. Es la candidata perfecta para las clases medias que demandan algo distinto.
Ningún otro político, salvo tal vez Eufrosina Cruz, ha vivido en carne propia las laceraciones de la enorme deuda que la sociedad mexicana tiene hacia las comunidades indígenas y, al mismo tiempo, muy pocos otros miembros de la clase política comprenden tan bien como Xóchitl la dinámica y los desafíos de la sociedad tecnológica dominada por la Inteligencia Artificial, la robótica y el internet. Y todavía menos políticos han hecho tanto como ella en favor de los pueblos indígenas tanto como en favor del emprendimiento y el desarrollo tecnológico. Por su propia historia de vida (vendió gelatinas en su pueblo a los 8 años, vivió en un cuarto de servicio en Iztapalapa, trabajó como empleada en un call-center y llegó a ser una empresaria muy exitosa) valora como pocos el poder de la iniciativa individual y de la cultura del esfuerzo, pero valora también la relevancia de las políticas públicas para ayudar a salir del atraso a los más desfavorecidos.
Personas que la conocen y que han estado cerca de ella en los últimos 20 años, desde que fue nombrada Comisionada para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas en el gabinete de Vicente Fox, refieren con beneplácito su dedicación al trabajo, la eficacia de su gestión, su honestidad a toda prueba, su estilo de liderazgo participativo y su apertura de mente. Y muy pocos otros miembros de la clase política tienen relaciones tan abiertas y amistosas como Xóchitl con políticos de todas las bancadas: conecta muy bien con panistas, priistas, perredistas y con no alineados.
Lo más notable de su repentina emergencia como candidata para encabezar una alianza opositora es el origen ciudadano de su impulso. Xóchitl tiene base social, cosa que ningún otro de quienes suenan para este menester tiene: Todos los otros se han autonombrado candidatos, pero Xóchitl está siendo lanzada por multitud de voces ciudadanas, anónimas o conocidas, que ven en ella una opción muy competitiva “para la grande”. Esta es su fuerza mayor en esta coyuntura histórica: Ella es una auténtica candidata ciudadana, con posibilidades reales de cambiar las reglas del juego en la contienda presidencial. Es la única (incluyendo a las corcholatas de Morena) que puede afirmar, con absoluta dignidad, que no es “candidata de la oligarquía”, al contrario. En términos de la 4T, ella es “más pueblo” que Claudia, Marcelo, Adán Augusto o cualquier otro. Es más progresista que cualquiera de los miembros de la 4T. Y no es chaira ni fifí. Su historia de vida le hace pedazos al Presidente su narrativa maniquea para las elecciones próximas.
Enfrente y en contra tendrá probablemente a la vergonzante dirigencia del PAN, que intentarán bloquear su candidatura, porque es “una outsider” al estabishment panista. Aunque este es, precisamente, su mayor atractivo. Tendrá que ser la presión ciudadana la que obligue a la cúpula de Marko Cortés a dejarla pasar. Después, con la misma fuerza ciudadana tocará abrir espacios para ir cuadrando esa coalición opositora que es imperativa para enfrentar lo que será una elección de Estado organizada con todo el poder de la Presidencia de la República.
En la última semana, las manifestaciones espontáneas a su favor son impresionantes. Y han escrito sobre ella muy elogiosamente Leo Zuckerman, Héctor Aguilar, Jorge Suárez Vélez y otros. Su momento es ahora, no para Jefa de Gobierno de la CDMX sino para la Presidencia de México. Ella es kryptonita para la 4T.
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