“El aspecto más triste de la vida actual es que la ciencia gana en conocimiento más rápidamente que la sociedad en sabiduría”.
– Isaac Asimov / Escritor y Divulgador Científico, Ruso.
Posiblemente nos resulte familiar la célebre frase “la realidad supera la ficción” y es que algunos textos que encontramos en la literatura por fantasiosos, resultan distantes de la realidad, pero es justamente ahora, en el inicio de una nueva década y de cara a la presencia de un virus mortal, que dicha frase se hace vigente.
Nos encontramos ante un microscópico organismo que ha cobrado la vida de más de 1 950 000 personas en el mundo y que parece no dar tregua a pesar de los esfuerzos titánicos por conseguir la vacuna salvadora. El panorama no es alentador, pues las esperanzas parecen borrarse del imaginario colectivo y la situación mundial simula ser una novela de ficción, una ganadora del Best Seller, pero lo cierto es que la realidad a la que nos enfrentamos supera a la fantasía y a diferencia de las historias, no existe un héroe que pueda salvar a la humanidad tal como lo hiciera Will Smith en su popular filme “Soy Leyenda”.
Lo que hemos vivido como humanidad durante casi un año resulta devastador, inmoral y caótico, no tiene parangón al menos desde que mi existencia vio la luz en este planeta tierra. La realidad supera a la ficción, entendida ésta como “la simulación de la realidad que realizan las obras literarias y/o cinematográficas cuando presentan un mundo imaginario al receptor cuyo término procede del latín fictus (“fingido” o “inventado”)”. Cada día transcurrido desde la aparición del COVID-19 no ha sido una simulación, sino una realidad que nos golpea de diversas formas y que nos cambió la vida al transformar al mundo entero.
Recuerdo casi con nostalgia cuando al inicio del confinamiento en México se hablaba de una oportunidad para un “cambio en el pensamiento de la humanidad” y por las redes sociales circulaban frases que invitaban a hacer introspección, a quedarse en casa y habitar no solo el espacio físico, sino a reencontrarnos con nuestra familia, con nuestra presencia. Pero al cabo del tiempo, la paciencia se tornó en ansiedad y ésta en una incertidumbre difícil de soportar que irónicamente se complica si se lidera una familia. En suma, parece que nada ha cambiado, pues nos encontramos ante el momento más duro de la pandemia en México, producto de una serie de factores que van desde lo político y lo público hasta lo personal (por todos aquéllos que acuden a fiestas clandestinas, que van de viaje, que no usan cubrebocas y que no guardan sana distancia). Tampoco somos mejores humanos que antes del confinamiento (o al menos no, en cierto sentido).
Lo cierto es que la realidad ha superado a la ficción y quizá no seamos héroes para la humanidad, pero baste con salvar el pedacito de universo que nos toca y que somos junto a nuestras familias, amigos, colegas, socios y maestros. La vía a la recuperación parece que será, efectivamente, una evolución en nuestras filosofías de vida y un recuento de lo que sí podemos hacer, de nuestras fortalezas y de nuestras habilidades, de la forma en que tendremos que reinventarnos y en que podemos colaborar con los otros. Pensemos en que no todo está perdido y que nos toca volver a empezar con sabiduría para estar a la altura de lo que la ciencia y la tecnología tienen preparado para nosotros en un mundo que tiene la capacidad de ser mejor si compramos un boleto para subirnos al barco de la nueva era, al mero estilo de las historias de ciencia ficción.
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