El pasado fin de semana para mí fue memorable, simplemente porque nos reunimos una tarde airosa en casa. Estábamos juntos la pequeña familia que somos, aunque con grandes ausencias; sin embargo, los que faltaron estuvieron en el pensamiento de cada uno de nosotros. Nos consolaba que en la lejana distancia estuvieran más seguros de contraer esa maldita enfermedad que tiene todavía a México en jaque.
En un momento donde mi felicidad ya no podía ser mayor, recordé a mis amigos, compañeros y colegas que estuvieron al frente de batalla y que ya no están con nosotros: se fueron en el ejercicio del deber, dándolo todo desde la trinchera de los llamados covitarios. Pensé en las familias que ya no están completas, donde ya no habrá más momentos de dicha como el mío. Entonces sentí una gran tristeza por todos aquellos que tienen uno o varios lugares vacíos en su mesa.
Las ausencias que perdieron la batalla frente al COVID-19 no pueden reducirse a una simple estadística ni a números vagos y fríos reportados por la Secretaría de Salud. Se han ido seres amados, la alegría de familias que ahora lloran la pena por su partida. Poco a poco nos quedamos sin héroes que dispuestos a dar la vida por el prójimo, que hoy se cuentan por miles.
Pero como dicen: al César lo que es del Cesar. Reconozco los esfuerzos por tratar de satisfacer las necesidades de un sistema sanitario que ha sufrido de los embates de una amputación de recursos que lo ha dejado herido de muerte. Además, es importante agradecer la empatía que han tenido por los que estamos ahí donde más nos necesitan. Gracias Lic. Diego por tener siempre un gesto amable y gracias Dr. Daniel por tantas noches pensando cómo proteger a una sociedad que en ocasiones ha hecho oídos sordos. Han buscado la mejor manera de engrandecer la labor de todos los que somos personal de salud. Gracias por estar pendientes. Infinitas gracias a todos los que han pisado las áreas críticas y lo han arriesgado todo. Gracias por su entrega y gracias por anteponer la vida de un desconocido antes que la propia. Mi total admiración por tener las agallas de estar ahí donde la muerte es una visita frecuente .
De una sola cosa estoy segura: el virus estará aquí por mucho tiempo, pero él no es el malo de esta historia de terror. Los verdaderos enemigos son los que quieren el protagonismo aplastando las necesidades del personal de batalla, los que se aferran con uñas y dientes a su condición de poder, los que se paran el cuello a costa de la seguridad de los que están ahí vigilantes de las necesidades de los enfermos; son los que no sienten el mínimo remordimiento de poner frente a frente a la muerte y a sus colaboradores; son los que quieren perpetuar su tiranía basados en improvisaciones letales. El verdadero peligro es la sed de reconocimiento de los que están en las oficinas y no en las terapias intensivas. Ese enemigo silencioso que tiene nombres propios, ese verdadero monstruo está más cerca de los héroes de lo que imaginamos…….
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