Se dice que “en los detalles está el diablo” y también que “forma en política es fondo”. El expresidente Enrique Peña Nieto demuestra su oficio político y el pleno conocimiento de la tradición política mexicana al dar importancia a las reglas no escritas (muchas de éstas vienen desde los primeros gobiernos de la tercera transformación de la vida pública en México, esto es, la Revolución Mexicana). Una de estas reglas de oro es que el expresidente queda relegado a un plano muy secundario, cercano al ostracismo una vez que abandona la silla presidencial.
Lo anterior tiene sus excepciones cuando algunos expresidentes han sido requeridos para desempeñar algún cargo –modesto las más de las veces– posterior a su mandato. Así lo hizo muchos el General Lázaro Cárdenas como secretario de la Defensa Nacional, justo en los tiempos en que México participó en la Segunda Guerra Mundial de parte del bando ganador; o el expresidente De la Madrid quien estuvo a cargo por muchos años y de manera exitosa del Fondo de Cultura Económica, empresa editora del Estado mexicano y una de las más importantes de habla hispana.
Dichas reglas no escritas fueron burladas por dos señores que, para desgracia de este país, treparon a la política sin tener pericia ni experiencia alguna a la hora de gobernar. Los resultados aún hoy los padecemos todos: la transición democrática del año 2000 fue un fraude. El cambio no solo resultó un fiasco, sino un franco retroceso que se prolongó en las elecciones de 2006. Enumerar los tópicos en los que se retrocedió sería ocioso, ya ni decir demostrarlo con cifras que, además, son del conocimiento público. El hecho es que, en un detalle podemos entrever la ya mencionada falta de pericia política, y la torpeza endémica panista, sumado esto al incuestionable hecho de su nula ideología. Desde sus inicios, el PAN nació como una reacción a los logros de la Revolución Mexicana, en parte porque (como la ultra derecha que son) solo ven por intereses personales y/o de grupos, jamás por ideales de interés general.
Todo esto se puede resumir en algo tan aparentemente insignificante como lo es un tuit. Y es que el expresidente Peña Nieto dio sus condolencias al presidente López Obrador por motivo del reciente y sentido fallecimiento de su hermana, la profesora Candelaria. Y dio la nota porque no emitía un solo comentario desde hace ni más ni menos que siete meses. Felipe Calderón hizo lo propio, pero apenas y unos pocos medios lo consignaron; el motivo es obvio: tanto Calderón como Vicente Fox lanzan tuits como si fueran cualquier usuario, devaluando hasta la obscenidad la institución política más importante de nuestro país: la Presidencia de la República.
El sexenio de Peña Nieto pudo haber sido corrupto hasta la ignominia, entreguista e insaciable hasta lo grosero, sin olvidar que la inercia ya venía desde el cambio para mal de Vicente Fox; pero hay una cosa que los diferencia: Peña Nieto ha sido un buen expresidente. Entiende a la perfección aquello del libro La Silla del Águila de Carlos Fuentes: los expresidentes son un “tehuacán sin gas”, porque carecen de poder político alguno, dado nuestro sistema presidencialista, y por ende de futuro alguno en la vida pública a esos niveles, ya que, en su momento, llegaron a la cima. Y la reelección en México, así sea por medio de un tercero (casos Marta Sahagún y Margarita Zavala), no son solo despropósitos, sino de plano, disparates. Ya hoy podemos afirmar sin dejo de duda que Acción Nacional actuó como decía Luis Echeverría: “defendieron lo que atacaron y atacaron lo que defendieron”.
Enrique Peña Nieto, además, comprendió muy bien los nuevos tiempos políticos y la realidad mexicana a futuro. No dificultó la alternancia y la tan anhelada transición a una “Democracia sin adjetivos”, sino que al contrario, al igual que el doctor Zedillo, se comportó a la altura del momento histórico. Todo lo contrario a los presidentes emanados del blanquiazul, que en los procesos electorales de 2006 y 2012, lo único que propiciaron fue el enrarecimiento del clima político, metiendo las narices y trastocando el proceso democrático, abonando a una división fratricida, subrayando las desigualdades en la sociedad mexicana.
Al final de cuentas, todo lo anterior la Historia lo ha de consignar en favor de unos y en contra de otros. Pero algo es ya seguro: el papel de los expresidentes priistas con Peña Nieto, no difiere en nada al de sus correligionarios y antecesores: discreto, sin estorbar, sin abonar al encono y a la polarización, sumando así a una marcha un tanto más tersa en nuestros procesos políticos.
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