En 2016 los estadounidenses eligieron a un populista como presidente. Y créanme que lo están pagando caro. Como todo populista, él nunca pierde, y si pierde es porque le hicieron trampa, por eso Trump se niega a reconocer su derrota. Según él, ganó por mucho. Pero el mundo entero sabe que miente.
Donald Trump y sus seguidores han hecho historia, pero para mal. Lo que se vio en Washington DC el 6 de enero de 2021 no se había visto nunca: el presidente en funciones de los Estados Unidos frente a la Casa Blanca hizo un llamado a sus seguidores, y ellos lo entendieron como un llamado a la violencia: “Nunca admitiremos la derrota –azuzó Trump–, nunca nos rendiremos, no lo vamos a tolerar, y de eso se trata este meeting: vamos a detener el robo”. Sus seguidores obedecieron y tomaron por la fuerza el capitolio.
Para que un populista tenga poder es indispensable apoyo. Trump lo tiene. Al menos 70 millones de estadounidenses votaron por él. Pero para que un populista misógino, racista, narcisista y abusivo como él pueda hacer de las suyas, es necesario que entre sus fanáticos exista un buen número de autómatas insensatos, manipulables y resentidos que le crean ciegamente todas sus mentiras. Y eso explica lo que pasó el 6 de enero en Washington.
Ver a los trumpistas violentar la capital de la Unión con sus ridículas vestimentas, y hondear banderas confederadas, con todo el horror que ellas significan, dentro del Congreso de los Estados Unidos, es algo muy difícil de asimilar. Es una desgracia. Es una tragedia porque eso muestra que en ese país existen incontables personas para quienes la Guerra Civil no existió jamás y no significó nada. Es una catástrofe porque eso muestra que en Estados Unidos hay millones que estarían muy a gusto si existiera la esclavitud o el apartheid, que hay millones que creen que Trump es un prócer y que Lincoln fue un villano.
Todas estas tropelías, esta profanación de las instituciones, esta violación a la democracia, se deben a que Trump, ya en la locura total, sigue negando su derrota y asegura falsamente que los demócratas le hicieron trampa. Y como el día 6 de enero el Congreso certificaría y validaría la elección, Trump hizo el llamado para que sus seguidores duros lo impidieran y reventaran la sesión.
Imágenes horrendas que están dando la vuelta al mundo: parafernalia trumpista, banderas confederadas; un hombre con el torso tatuado porta un gorro de cabeza de bisonte y profana la silla de la presidencia del Senado; una mujer vestida de negro también profana la silla y alza el puño desafiante; Keep America Great y el rostro de Trump en las banderas de barras y estrellas; pancartas que llaman traidor a todo aquel que niegue el (inexistente) fraude; hombres blancos con barbas largas y odio en el rostro, armados; disparos dentro del Congreso, una mujer muere… Trump e Ivanka llaman “patriotas” a estas hordas de vándalos… Así, en medio de la violencia, del ridículo, de la ignominia termina la era Trump: una vergüenza para Estados Unidos y para el mundo.
Trump es la prueba viviente de que la democracia es capaz de autodestruirse. La democracia permitió que un ególatra impresentable y racista como él accediera y envileciera la presidencia de los Estados Unidos. Trump ha sido una desgracia para su país, ha sido un personaje grotesco, vulgar, repugnante que ha dividido a los ya de por sí divididos estadounidenses, que ha sembrado la discordia y el odio, que ha encumbrado a los supremacistas blancos, que se ha burlado de todos y de todo y que cuando perdió prefirió destruir su país antes que aceptar la derrota. Las democracias del mundo deben urgentemente implementar mecanismos para impedir que monstruos así puedan ponerlas en riesgo y destruirlas.
Por fortuna las instituciones de Estados Unidos son más fuertes que la ambición y locura de Trump. Faltan tan solo unos días para que la horrible pesadilla llegue a su fin. Trump y sus seguidores… vaya que juntos han hecho historia, pero en el peor sentido posible.
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