Trump cumplió lo prometido. Es momento de unidad

Nuestro gobierno se halla ante una situación compleja que si no es bien atajada puede perjudicar muchísimo a nuestro país… y a nuestros bolsillos.

22 de enero, 2025 Trump cumplió lo prometido. Es momento de unidad

Donald Trump cumplió lo prometido: inició el procedimiento para declarar a los cárteles como “organizaciones terroristas”, decretó “emergencia nacional” en nuestra frontera, está aplicando la política “Remain in Mexico” (quédate en México) para los migrantes y está enviando tropas del ejército para detener lo que él llama “invasión”. Para presionar al gobierno de Claudia Sheinbaum, Trump ha dicho que aplicará un arancel del 25% a los productos mexicanos a partir del 1 de febrero. 

¿Qué quiere de nuestro gobierno el señor Trump? Lo primero que quiere es que detengamos el flujo migratorio y que pongamos en orden a los cárteles para que no llegue el fentanilo a los Estados Unidos. También quiere un acuerdo comercial ventajoso para Estados Unidos, pero voy a referirme solo a lo primero. 

La situación es difícil y lo peor que haríamos sería minimizarla con nacionalismos ramplones al son de “mexicanos al grito de guerra” o “es un honor estar con Obrador”. Nuestro gobierno se halla ante una situación compleja que si no es bien atajada puede perjudicar muchísimo a nuestro país… y a nuestros bolsillos. ¿Terminará haciendo el gobierno mexicano lo que le demanda Trump? Lo más probable es que sí. Ya lo hizo una vez y es muy factible que repita la dosis.

En Derecho Internacional existe el discurso según el cuál todas las naciones son iguales y son soberanas: Haití o Burundi tendrían el mismo peso que Estados Unidos, Rusia o China. Y aunque sería políticamente incorrecto negar el discurso, la realidad es muy distinta. Tucídides lo vio con claridad. En sus relatos sobre la Guerra del Peloponeso escribió: “los poderosos hacen lo que pueden; los débiles sufren lo que deben…”. Claro, México no es Haití. México es una de las quince principales economías del mundo, pero ese dato podría despistarnos un poco. Aunque con todo mi corazón quisiera que Estados Unidos y México fueran iguales en peso y poder –espero que no se me tome a mal lo que voy a decir–, la realidad se impone. El producto interno bruto de Estados Unidos es casi veinte veces mayor que el de México. Para no ir más lejos, estados como California, Texas o Nueva York tienen PIBs mayores que el de todo México, así que desde el punto de vista del poderío económico hay una notoria diferencia y sería muy ingenuo pensar que se puede negociar de igual a igual. Desde el punto de vista del poderío militar, México no tiene ninguna fuerza para competirle a Estados Unidos.

En el mundo real, una mesa de negociaciones tiene sentido si hay cierto equilibrio entre las partes. Si hay un desequilibrio absoluto, la parte fuerte ni siquiera se tiene que sentar a negociar. Simplemente impone las condiciones. Eso es lo que nos está pasando ahora. Ningún sentimentalismo patriotero puede ocultarlo. Ni siquiera nos hemos sentado a negociar y Trump ya amenazó con aranceles a partir de febrero, ya inició el procedimiento para declarar organizaciones terroristas a los carteles y ya aplicó el programa “Quédate en México”.

¿Qué hacer entonces? La única salida es la dignidad. Y la dignidad también consiste en aceptar lo que uno ha hecho mal. La dignidad consiste también en poner orden en nuestra casa.

Me da mucha pena admitir –y espero que este ejercicio de autocrítica no me reporte maldiciones o insultos–, pero tengo la impresión de que esto que nos está sucediendo con Trump, una verdadera pesadilla, de algún modo los gobiernos mexicanos se lo han buscado. Un sector muy importante de gobernadores, diputados, senadores y personajes del partido republicano en Estados Unidos tiene la idea de que el gobierno mexicano no ha hecho lo suficiente para meter en cintura a los cárteles. Para ese sector intransigente, el gobierno de México, particularmente la pasada administración –la de López Obrador–, se hizo de la vista gorda (played the blind eye) con la tristemente célebre política de los abrazos y no balazos. Peña Nieto estuvo sumido en la frivolidad y la ineficiencia, y tampoco logró nada. Calderón lo hizo todo tan endiabladamente mal, que su gobierno era parte de un cartel. Y de los presidentes anteriores, ni hablar. El resultado que ahora padecemos se debe a todos los, ya incompetentes, ora corruptos, gobiernos que ha tenido que soportar nuestro país. A mi juicio, la presidenta Sheinbaum ha decidido por fin poner la casa en orden, y lo está haciendo con honestidad, con los medios de que dispone y con las circunstancias que heredó. No es deshonroso ni indigno poner orden en la casa, aunque quien te incite a ello sea un vecino aberrante. Por primera vez tengo la impresión de que un gobierno mexicano está actuando con la seriedad y la inteligencia que requiere un problema tan grave como la violencia de los cárteles, sin risotadas, sin burlas, sin payasadas. Desgraciadamente, para muchos de esos rancios y reaccionarios republicanos estadounidenses, la acción de nuestro gobierno –que apenas lleva tres meses operando– llega tarde, de modo que se han sentido con el derecho de intervenir para poner punto final al problema… que tampoco es que lo vayan a lograr.

No vale consolarse distribuyendo culpas. Todos lo hacemos, es una reacción natural. Decimos: “los estadounidenses no hacen nada en su territorio para frenar el narcotráfico, que también allá existe, pues las drogas que usan sus drogadictos ciudadanos no les llegan por fax o por email…”. Y es verdad. Allá hay complejas redes de narcotraficantes que distribuyen las drogas en los centros urbanos de todo Estados Unidos, con la complicidad de autoridades corruptas que se hacen de la vista gorda (play the blind eye). Y sí, de allá llegan las armas que nutren a las milicias y a los ejércitos particulares de los narcos mexicanos. Y con esas armas los cárteles imponen sus condiciones, controlan grandes extensiones de nuestra geografía y siembran el terror. De hecho son más terroristas hacia nosotros de lo que son hacia los estadounidenses, quienes, ironías de la vida, se sienten más agraviados por los carteles que nosotros mismos, cuando nosotros deberíamos sentirnos más agraviados que nadie en el mundo. Podríamos ser auto-indulgentes y decir que no, que no controlan territorios, que los narcos no son tan malos, que a fin de cuentas también son pueblo y que nuestro gobierno impone la ley. Hay que ser realistas. Si no reconocemos la gravedad del problema, nunca seremos capaces de solucionarlo. Reconocer la gravedad del problema no es indigno ni deshonroso.

Pero volviendo a lo que decía sobre las “negociaciones”, los votantes de Trump (que es la mayoría del electorado en Estados Unidos) sienten que México es un problema; algunos piensan que México es el mayor y más molesto problema de Estados Unidos. Muchos mexicanos piensan que los gringos tienen la culpa por adictos y drogos. Todo ello es irrelevante. En una discusión no siempre gana el que tiene la razón. El fuerte se impone al débil, como está sucediendo. De nada vale que el chihuahua ladré ferozmente al tigre y le eche la culpa de todo, si el tigre con un leve movimiento lo fulmina. Y no es que México sea un chihuahua ni Estados Unidos un tigre, pero valga el símil. Así van a ser las “negociaciones”.

Lo único que le queda a nuestro gobierno es la dignidad. Y dignidad también significa responsabilizarse de lo que aquí sucede. Tiene que haber control y registro de los flujos migratorios. Decir eso hasta hace poco significaba ser tildado de fascista, y a eso me estoy arriesgando. Todo mundo tiene derecho a migrar y buscar mejores oportunidades; todo mundo tiene derecho a huir de la violencia y de la pobreza. Pero se tiene que hacer con orden y respetando las leyes del país al que vas. Nosotros también tenemos que poner orden en nuestras fronteras. Ya lo dijo la presidenta Sheinbaum: México va a repatriar –mandar a sus países– a los extranjeros que Estados Unidos nos envíe. ¿Eso la hace fascista? Claro que no. Es que no tiene otra alternativa. Implementar orden y control a los flujos migratorios no es indigno ni deshonroso si se hace con racionalidad y humanismo, que es precisamente lo que se espera de Claudia Sheinbaum. Y paralelamente, el gobierno mexicano tiene que hacer todo lo que esté a su alcance para frenar la violencia y el imperio de los carteles, aún a costa de no lograrlo. Y tiene que hacerlo ya. No es indigno ni deshonroso hacerlo. Lo que no puede adoptar es la pasividad. Eso sí sería indigno y deshonroso. No estoy diciendo que se repita el monstruoso e irresponsable sablazo de Calderón, que hasta hacía el ridículo vistiendo de militar con un uniforme que le quedaba grande, como el cargo. Estoy diciendo que el combate a la violencia de los carteles es responsabilidad del gobierno federal y no puede ni debe desembarazarse de ella. Sheinbaum está tomando cartas en el asunto, y eso es buena señal.

Ahora México tendrá que verse mucho más determinado y efectivo, asertivo e inteligente, en el combate a los cárteles y en el control de los flujos migratorios. En ese sentido, la fiesta se acabó tanto para los criminales como para los gobiernos. Si un gobernador, un presidente municipal, un funcionario público federal o estatal, un miembro del ejército o un jefe policíaco se hace guaje con los carteles y colabora con ellos, desde la declaratoria del gobierno de Trump estarían colaborando con organizaciones terroristas, con todo lo que ello implica. Serían parte del terrorismo. Así que más les valdrá pensárselo dos veces. Ya es hora de que nosotros, mexicanos, pongamos la casa en orden. El imperio de los cárteles no puede ni debe extenderse sine die.

Confieso mi tribulación y congoja ante la llegada de Trump. Él nos puede aplastar. Y por eso pienso que es momento de unión nacional. No el nacionalismo ramplón e inútil de “muerte a Masiosare”. Eso de nada sirve. A lo que me refiero es que sería vil si los opositores se agarran de Donald Trump para pegarle al gobierno de Claudia Sheinbaum. Hay que apoyar a nuestro gobierno, independientemente de si se votó o no por él. ¿O qué? ¿Vamos a apoyar al gobierno de Donald Trump? No dudo que muchos mexicanos así obren y procedan, y eso es terriblemente triste. Cuando los mexicanos hemos estado desunidos hemos sido presa fácil. Por estar desunidos perdimos Texas y luego más de la mitad de nuestro territorio a manos de Estados Unidos; por estar desunidos nos involucramos en guerras intestinas que trajeron destrucción, subdesarrollo y muerte; por estar desunidos nos impusieron un emperador austríaco. Cuando hemos estado unidos hemos sido capaces de grandes cosas, como la Expropiación Petrolera. 

La situación que hoy enfrentamos exige nuestra unión dejando atrás filias y fobias. Tampoco se trata de echar porras al gobierno, porque eso hace que los funcionarios incurran en la nociva práctica del auto-elogio y la auto-satisfacción (onanismo político), que tanto disfrutan y que tan nefasta ha sido en nuestra accidentada historia. Estemos Unidos, Mexicanos, que no por nada el nombre oficial de nuestra nación es “Estados Unidos Mexicanos”. No soy una persona religiosa ni creo en las religiones, pero sé que muchos sí, y por eso cito el evangelio de Marcos, 3:35: “Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá permanecer”. Nuestra casa es México, y esta es la casa que tenemos que apoyar.

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