El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, abandonó el hospital militar Walter Reed, el pasado lunes 5 de octubre, luego de estar tres días internado tras contraer Covid-19. En varios mensajes de Twitter dijo sentirse mucho mejor. Llamó a la población a no espantarse por la infección, además de comentar que se reincorporaría a la campaña electoral. En la cúspide de la irresponsabilidad se quitó el cubrebocas antes de ingresar a la Casa Blanca sin importarle la enorme posibilidad de contagiar al personal, ni las formas civilizadas para mitigar la enorme pandemia que ya rebasa el millón de muertes en el mundo. Por la mañana del martes 6 de octubre, “tuiteó” que la gripa en algunos casos provocaba más muertes que el mismo Sars-cov2.
Cuando se habla del presidente republicano, casi en cualquier materia, uno se enfrenta a enormes problemas de credibilidad en lo que se informa. No fue la excepción la deficiente y contradictoria comunicación política sobre su estado de salud, cuando inesperadamente, el primero de octubre, en un mensaje de Twitter se informó que Trump y su esposa Melania habían resultado positivos al nuevo coronavirus. Versiones distintas, encontradas y hasta fantasiosas se dieron por válidas ante el vacío informativo que se dio en las horas previas a su traslado al hospital militar de la ciudad de Bethesda, Maryland.
Trascendió que el presidente Trump requirió del uso de oxígeno al irse agravando sus síntomas. Las declaraciones del equipo médico militar confirmaron que se le administró remdesivir, un medicamento destinado a los casos graves de Covid-19, que hicieron pensar en un pronóstico mucho más preocupante. Otras versiones afirmaban que era falso que el presidente estuviera infectado, por lo que todo era una sucia maniobra electorera encaminada a levantar su campaña electoral, ya que después del malogrado debate, parecía navegar hacia el naufragio político.
La simple posibilidad que el presidente de los Estados Unidos, sea quien sea, se agrave en su estado de salud, traería consigo una avalancha económica de la cual el mundo ya golpeado por la pandemia, no podría recuperarse. En un chiste de pésimo gusto, el populista y xenófobo republicano podría llevarse entre las patas a todo el orbe si su salud resultara comprometida por una enfermedad contagiosa a la que siempre restó importancia.
Otros mandatarios con el corte populista ya fueron afectados por el virus que pretendieron minimizar. En Reino Unido el primer ministro Boris Johnson debió retirarse semanas del espacio público para recuperarse, y en Brasil el fascistoide negacionista presidente Jair Bolsonaro también debió ser atendido por Covid-19. Sin embargo, aunque estos mandatarios presiden países con economías poderosas y con fuerte influencia mundial, nada es comparable con el gigante norteamericano al que la tiránica geopolítica nos mantiene atados, así como a los intereses mundiales que representa y cuya caída condenaría a toda la humanidad.
La muerte del presidente de los Estados Unidos en un contexto previo a la pandemia representaría un pequeño cataclismo mundial para los mercados, las económicas tan globalizadas y los no pocos conflictos bélicos en el mundo. La muerte del más peligroso populista estadounidense, en el contexto de la crisis sanitaria mundial actual seria simplemente el apocalipsis para el mundo económico y social.
En las más febriles series y cuentos de terror nadie imaginaria o alcanzaría a medir las consecuencias funestas que traería el deceso de Trump. En la popular serie animada estadounidense, Los Simpson, se había predicho el triunfo presidencial del xenófobo republicano e incluso, en el mismo capítulo se mostraba su muerte. Queda demostrado que no existe mayor ficción que nuestros difíciles tiempos ya enmarcados en el año 2020 que nadie imaginó.
Se desconoce cómo podría evolucionar la enfermedad en el presidente Trump, pues como confesó su médico personal, Sean Conley, no está fuera de peligro. Los escenarios después de su contagio son difíciles de vislumbrar, aunque con el personaje tan peligroso para el mundo, solo se espera un abuso de la situación para beneficios personales.
Mitómano y sin respeto por el género humano como es Trump, será capaz de minimizar los efectos devastadores que provoca la enfermedad en la sociedad, intentará manipular las situaciones de los que desafortunadamente se han infectado y sobre todo, olvidar a las víctimas mortales de la pandemia. El populista no dudará en presentarse como un vencedor personal del “virus chino”, al que culpabiliza de todos los males mundiales, además de proclamarse como el único responsable de los avances científicos y médicos realizados para el tratamiento de la enfermedad y del desarrollo de la anhelada vacuna.
El mandatario populista que decidió no enfrentar con mejores estrategias el mortal virus, aun a sabiendas que era de fácil contagio y que la utilización de mascarillas reduciría su propagación. Dejará al mundo hundido en el desastre que no previno y del cual no podrá ser juzgado.
Al contrario a los miles de científicos, personal médico, trabajadores sanitarios, cadenas productivas y cada profesional que permite al mundo seguir funcionando en medio de la pandemia, Trump es un ente propagador de la enfermedad, que nada hizo por controlarla. Atacó a quien sí la enfrentó e intentará robarse hasta el crédito de quien pagó con la vida el tratamiento de pacientes infectados.
En el presente y caótico año, el surrealista contagio de Trump apoya muy poco a la solución de la pandemia que continuará costando vidas de personas que no contarán con los privilegios de atención médica recibida por el mandatario más poderoso del mundo. Con la agravante de la total falta de empatía presidencial para las víctimas de la enfermedad, ya que, en el fondo, para el inquilino de la Casa Blanca todo el que contradiga su visión mesiánica y electorera no le merece el menor respeto.
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