Han transcurrido TRES RÍOS Y UN OCÉANO desde que fue tomada la fotografía que ilustra estas líneas. En abril de 1959 abordé el avión de Eastern Airlines que me llevaría a Nueva York en compañía de mis abuelitos y mi hermana Malú, porque no había vuelos directos de México a Washington entonces.
Pasamos algunos días en Nueva York, tras los cuales tomamos un vuelo a Washington D.C., donde permanecimos un par de días más, comprando las últimas cosas que hacían falta para completar la lista que requería el internado.
Cuando llegó el día en que me irían a dejar, tomamos un taxi que nos condujo a Virginia, cuyo territorio comenzaba justo al lado sur del RÍO POTOMAC.
Mi asombro ante los imponentes edificios y parques de la gran ciudad, de inmensos espacios verdes y monumentos de mármol blanquísimo, solamente era superado por el vértigo de la incertidumbre.
Transcurrieron poco más de cincuenta millas desde Washington, cuando de pronto el taxi dio vuelta hacia la izquierda, donde comenzamos a circular por una vereda.
A la izquierda del camino profusamente arbolado, se veía un vasto campo cubierto de pasto donde destacaba un cañón verde olivo que anunciaba que estábamos llegando a Linton Hall Military School, en el condado de Bristow, Virginia, cuya tradición confederada aún prevalecía.
Sobre el lado derecho del angosto camino, serpenteaba el RÍO BULL RUN, a cuyas orillas se libraron dos batallas de la Guerra Civil Americana.
Cuando llegó mi primer verano como cadete, nuestro comandante nos dijo:
- Este no es cualquier summer camp; cuando entren al río, se habrán bautizado con las aguas sagradas de dos batallas de nuestra guerra civil; aguas que siempre estarán en el corazón de Dixie… (1)
Cuarenta años después, cruzaría yo el RÍO BRAVO, a través de Paso del Norte, a bordo de un autobús cargado de migrantes en el que se escuchaban los acordes de una canción que me movió a las lágrimas…
“…Paso del Norteeee, que lejos te vas quedandoooo; tus divisiones, de mí se están alejandoooo; las pobres de mis hermanas de mí se estan acordandoooo… ay cruel destinoooo, para ponerse a llorar…”.
Hace catorce años crucé el OCÉANO ATLÁNTICO por última vez en mi camino hacia Alemania, donde vivo en un rincón de México en mitad de bosques, rodeado de lagos. Digo rincón de México porque lo preside la Virgen de Guadalupe cuya imagen adorna la sala, la cocina, mi pequeño despacho y nuestra recámara.
Es un rincón de México, porque a menos de cincuenta metros cada primavera brota la milpa con elotes, y un gallo acapulqueño canta anunciando el amanecer cuando le viene en gana, predicando que la única hora que cuenta, es la que marca Dios.
Es un rincón de México, porque la iglesia de La Anunciación y San Zeno, tañe sus campanas con el tono de los bronces del Tepeyac, y repica cada 12 de diciembre justo a las seis de la mañana, la fiesta grande de la Guadalupana en cuyo honor, los católicos alemanes celebran una misa iluminada tan sólo con cientos de veladoras que, por cierto, me tocó el privilegio de encender yo sólo, durante los dos años que fui sacristán de este pueblito.
Este miércoles pasado, no pude menos que retrotraer el tiempo 60 años, hasta el asesinato del Presidente Kennedy, ocurrido el viernes 22 de noviembre de 1963, cuando yo todavía estaba internado en Linton Hall Military School.
Once días antes, el lunes 11 de noviembre, lo habíamos visto acudir al Cementerio Nacional de Arlington en Virginia, a rendir homenaje al soldado desconocido, con motivo del Veterans’ Day.
Hurgando entre mis recuerdos, encontré mi fotografía del jueves 30 de mayo de 1963, en que se conmemoraba lo que entonces se llamaba Military Day.
Es verdad que en los retratos, permanecemos vivos para siempre, suspendidos en el preciso instante en el que nuestras imágenes fueron captadas.
Mirándome así, con mi uniforme de gala (que conservo íntegro en el ropero de mi habitación en México), volvieron a mi memoria aquellos días.
Han transcurrido tres ríos y todo un océano desde entonces.
Aunque suene a lugar común, nunca hubiera imaginado que viviría al otro lado del mar, tan lejos de México; pero con México en el alma.
Tres ríos y un océano después, he pasado los últimos días mirando videos del atentado a Kennedy en Dallas, los de su funeral ocurrido tres días después, y las imágenes de su asistencia once días antes a depositar aquella ofrenda floral en el Cementerio de Arlington.
Tres ríos y un océano después, Estados Unidos es gobernado por Joe Biden; un demócrata católico como Kennedy; pero fuera de esa coincidencia, nada es igual.
Algo debe andar muy mal en Estados Unidos, cuando existe la seria posibilidad de que, un anciano demente, pervertido y corrupto como Donald Trump, vuelva a la Casa Blanca como Presidente.
John Kennedy no era un santo inmaculado, pero fue un líder que a pesar de sus errores, tuvo grandes aciertos que marcaron a toda una generación, en la que me incluyo, porque lo viví muy de cerca.
No olvido que siendo presidente de Estados Unidos, fue a México invitado por el Presidente López Mateos y durante su visita acudió a la Basílica a saludar a la Virgen de Guadalupe, como católico que, desde su posición, tendía un puente entre nuestros dos países ligados por la fe y el amor filial en común.
Para mí, la supervivencia de la humilde imagen de barro de la Guadalupana que preside los riscos de la Quebrada en Acapulco, es una señal de esperanza; en este caso, la esperanza de un México que se sabe hijo suyo; un hijo resguardado bajo su sombra y su amparo.
A raíz del huracán Otis acaecido hace un mes en Acapulco, el horizonte parece más oscuro aún que el propio ciclón.
Los acapulqueños se han hecho cargo de tirar cantidades increíbles de basura dejada por el huracán en sus calles, playas, colonias y comunidades.
Ahora, mientras se vuelven a levantar, les queda otra basura por arrojar lejos; la basura tóxica de quienes, diciéndose servidores públicos, los abandonaron a su suerte desde Palacio Nacional.
Ante un panorama que se muestra adverso, viene a mi memoria una de las frases emblemáticas del presidente Kennedy:
“HAY QUIENES VEN LAS COSAS COMO SON, Y SE PREGUNTAN ¿POR QUÉ? YO VEO LAS COSAS COMO NUNCA HAN SIDO, Y ME DIGO, ¿POR QUÉ NO?”.
No perdamos tiempo preguntándonos POR QUÉ NOS ENCONTRAMOS HOY EN EL OJO DE UN HURACÁN MUCHO MÁS PELIGROSO QUE OTIS.
¿POR QUÉ NO habríamos de poder sacudirnos las mentiras, el resentimiento y la corrupción que hoy impera en México?
¿POR QUÉ NO habríamos de poder salvar nuestras instituciones y seguir el camino como nación donde las leyes no sean cosa de cuento?
¿POR QUÉ NO habríamos de poder impedir que AMLO nos gobierne a través de su corcholata títere, y tener un gobierno que respete la constitución y ame a México?
Si despertamos y actuamos a tiempo, venceremos la pesadilla que hoy se cierne sobre México.
EN JUNIO DEL 2024, CUANDO VAYAMOS A VOTAR, BASTA CON QUE NOS ACORDEMOS DE ACAPULCO.
________________________Dixie. Así se conoce el llamado deep South o sur profundo de los Estados Unidos, donde la bandera confederada sigue ondeando a la fecha, y donde los héroes confederados siguen firmes sobre sus monumentos y en sus placas conmemorativas.
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