Trabaja Puebla con la federación en la transición a la electromovilidad

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1 de febrero, 2023 Trabaja Puebla con la federación en la transición a la electromovilidad

El gobierno de Puebla trabaja en coordinación con la Secretaría de Relaciones Exteriores y la Alianza MX de la Universidad de California, rumbo a la electrificación del transporte, además, participó en la elaboración del “Diagnóstico y recomendaciones para la transición de la industria automotriz de México”, presentado este día por el canciller Marcelo Ebrard, como parte de las sesiones de trabajo que mantiene la dependencia federal con los gobiernos estatales rumbo al proceso de transición energética.

Al asistir a la reunión de coordinación, la secretaria de Economía, Olivia Salomón refirió que el gobierno de Puebla, liderado por Sergio Salomón Céspedes Peregrina, mantiene su disposición en avanzar a la electromovilidad al ser una de las entidades con mayor producción automotriz del país. Recordó la inversión de más de 763 millones de dólares anunciada por la empresa alemana Volkswagen el año pasado, para la construcción de su nave de pintura y que establece el precedente para trasladar su producción a la electromovilidad.

Durante el evento en la sede de la cancillería, el secretario Marcelo Ebrard definió a este diagnóstico como una “hoja de ruta” para que el país camine rumbo a la electromovilidad, ya que de eso depende el valor de la economía para las próximas décadas y la defensa de la competitividad de México ante el mundo.

El funcionario federal afirmó que México tiene toda la infraestructura, los conocimientos y la intención de lograr la transición energética; además, reconoció que, para el año 2030, el 50 por ciento de los vehículos en México deberán ser eléctricos.

Al evento asistió también la subsecretaria para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Martha Delgado; la directora de la Alianza México de la Universidad de California, Isabel Studer Noguez, el representante del Banco Interamericano de Desarrollo en México, Ernesto Stein y representantes de la industria de manufactura y automotriz del país.

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Aquí resulta trascendental la nueva propuesta paradigmática que nos ofrece Hans Jonas: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”; o expresado negativamente: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción no sean destructivos para la futura posibilidad de esa vida; o simplemente: “No pongas en peligro las condiciones de la continuidad indefinida de la humanidad en la tierra”; o, formulado, una vez más positivamente: “Incluye en tu elección presente, como objeto también de tu querer, la futura integridad del hombre1 Esta propuesta goza de la ventaja de que puede aplicarse a los tres ámbitos sugeridos anteriormente: para conmigo mismo, para con los demás y para con el mundo que me rodea y al cual pertenezco como un engranaje más de esa portentosa complejidad biológica que forma al planeta en su conjunto. Desde luego que para que estas ideas se apliquen es necesario empezar por definir la “auténtica vida humana” que debe “preservarse”. ¿Qué es una vida humana auténtica? Yo la imagino como una existencia plena, una vida material donde cada individuo pueda pensar, sentir y actuar según su conciencia y conviviendo en absoluta armonía con los demás y con el entorno. ¿Es mucho pedir? Quizá, pero es lo justo: que cada uno de nosotros podamos aspirar a “una vida humana auténtica”. ¿Por qué tendríamos que conformarnos con menos? Aquí es donde se hace necesario ampliar los conceptos que se tienen de sí mismo y de los demás. Si uno supone que “preservar la auténtica vida humana” consiste en imponer mis ideas, mi “verdad”, ya se habrá partido de una ética equivocada, donde fundamentalistas de distintas ideologías encuentren justificación para cualquier atrocidad que consideren acorde con ese concepto de “auténtica vida humana”.  Pero si por otro lado consideramos que preservar la “auténtica vida humana” consiste en defender lo más profundo de la humanidad en lo esencial, comprenderemos que se trata de defender el derecho a ser libres, a la vida como tal, a un trato respetuoso y digno, a pensar, creer y sentir en función de los propios códigos éticos y morales y que el otro, en tanto ser humano igual que yo, posee los mismos derechos y obligaciones; y que todos, tanto yo como el otro, residimos en un planeta y un entorno que es indispensable preservar para garantizar nuestro futuro como especie. Hans Jonás, en su libro El principio de la responsabilidad expone no sólo el principio ya citado párrafos atrás, sino que deja claro que así como el imperativo categórico kantiano estaba dirigido al individuo, su principio de responsabilidad está dirigido también a la implementación de la política pública que lo haga obligatorio y le dé marco y sentido: “El nuevo imperativo apela a otro tipo de concordancia –en relación a lo propuesto por Kant–; no al acto consigo mismo, sino a la concordancia de sus efectos últimos con la continuidad de la actividad humana en el futuro.[…] Esto añade al cálculo moral el horizonte temporal que falta en la operación lógica instantánea del imperativo kantiano: si este último remite a un orden siempre presente de compatibilidad abstracta, nuestro imperativo remite a un futuro real previsible como dimensión abierta de nuestra responsabilidad2”. Pero entonces, la gran pregunta está en definir qué postura es ética, social y culturalmente más amplia y apropiada para aplicarse en los tiempos que corren. Yo considero que la postura apropiada, debe avanzar en dos distintas vertientes, con lo cual se trataría de un Humanismo que sea al mismo tiempo multicultural y universalista. Demos entonces una sintética ojeada a lo que esto implicaría.   Web: www.juancarlosaldir.com Instagram:  jcaldir Twitter:   @jcaldir    Facebook:  Juan Carlos Aldir 1 Jonas Hans, El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Barcelona, Herder, 1993, Pág. 41. 2 Ídem.  

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  La destrucción institucional de estos países contó con dos elementos clave que favorecieron la expansión del poder autoritario: una relativa bonanza económica y el apoyo ferviente de sectores amplios de la población. En materia económica, por ejemplo, Hugo Chávez contó con una escalada muy importante en los precios del petróleo y de otras materias primas; Putin y Erdoğan, al igual que Hitler, contaron con el respaldo del capital internacional y sus grandes grupos económicos nacionales, a quienes no les suele importar mucho que haya democracia o no en un país con tal de que puedan seguir haciendo buenos negocios.  En cuanto al amplio respaldo popular a favor de estos regímenes, todos ellos se beneficiaron de significativos agravios acumulados por décadas, sufridos por grandes grupos de población en términos de pobreza, inequidad e inseguridad, aunados a una notoria corrupción de las élites representativas del régimen anterior. Estos agravios, arraigados ya en una narrativa ampliamente compartida entre la población en general, son explotados hábilmente por los líderes carismáticos que prometen el oro y el moro para resolver, de la noche a la mañana, los problemas estructurales históricos de la nación, pero que mientras esto sucede son muy efectivos repartiendo dinero en efectivo y dádivas diversas a sus clientelas electorales de quienes exigen apoyo y lealtad absoluta.  El aseguramiento del respaldo de las masas se realiza mediante un singular uso del lenguaje que, controlando magistralmente el discurso político, al mismo tiempo hechiza a sus leales, polariza a la sociedad dividiéndola entre buenos (los que están con el líder) y malos (los traidores, enemigos de la nación que se le oponen) e imponen una agenda única que no admite discusión de puntos alternativos. La verdad no importa y la objetividad de la información es irrelevante. De hecho, esta narrativa hechicera suele estar repleta de mentiras o verdades a medias: el liderazgo autoritario se respalda en sus propios cuentos y una increíble capacidad de manipulación a sus fanatizados leales. Así se pierde un país. En México aún no perdemos el país. Pero si nos descuidamos tantito, hacia allá vamos. Estamos hoy en un muy frágil y delicado equilibrio, tal vez ya caminando sobre la cuerda floja. El presidente es un notable líder carismático que logró levantar un importante movimiento político, montado en la realidad de agravios históricos y deudas sociales vergonzosas que los mexicanos dejamos crecer como si no fueran relevantes. Movimiento que le da un respaldo popular que no baja de 60%, a pesar de las 100 000 mentiras contabilizadas y el desastre de su gobierno en materia de salud, seguridad y combate a la corrupción. La economía mexicana se está viendo muy beneficiada por la coyuntura de la redefinición de las cadenas globales de suministro, que con aquello del nearshoring atrae fuertes montos de capital internacional, a pesar de las políticas gubernamentales, y el tipo de cambio peso-dólar está en los niveles que se tenían en el 2014, lo que beneficia significativamente al régimen de López Obrador. El presidente cuenta también con el respaldo del crimen organizado que tiene un considerable control político y económico en diversas zonas del país. Con todo ello, en estos cuatro años de “cuarta transformación” hemos vivido una destrucción institucional sólo comparable a la de los años de guerra civil durante la Revolución.  Hasta ahora ha habido una resistencia relativamente efectiva derivada de la movilización ciudadana, de la crítica inteligente y activa en algunos medios de comunicación y la acción de dos bastiones institucionales clave: La Suprema Corte de Justicia y el Instituto Nacional Electoral. Pero todos ellos son atacados cada mañana con particular virulencia desde el pódium presidencial. No obstante, se echa de menos un rol más activo por parte de los empresarios agrupados en torno al Consejo Coordinador Empresarial, que sorprenden por su docilidad y sumisión ante el poder del Ejecutivo: les gana el miedo o tienen la cola muy larga. Nada que ver con aquellos líderes empresariales que alzaron sus voces contra los abusos de los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo y que fueron clave en la transición a la democracia. ¿No se dan cuenta? Les puede pasar lo que a la rana que cuando quiso brincar ya no pudo. Y llama la atención la indiferencia o abulia de mucha gente, más la ceguera ideológica o la incapacidad de otros muchos para reconocer el riesgo en el que estamos. Aguas: Podemos perder al país. Al menos por décadas.  

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