En épocas de grandes cambios sociales y económicos el mundo que conocemos y estamos acostumbrados, que nos da certezas, guía y norma nuestra conducta, se evapora. Entonces, la incertidumbre nos embarga. Y cuando carecemos de asidero, de norte, nos sentimos a la intemperie, desamparados. Nos desconcierta que nuestra vida carezca de rumbo y sentido. Lo desconocido, lo nuevo nos atemoriza y amenaza.
El miedo nos posee, se adueña de nuestro cuerpo y alma. El temor nos prepara para luchar o huir y ponernos a salvo. Estamos ante una inseguridad especial como efecto de que se esfumó el viejo sistema de creencias que hacía predecible nuestro mundo, nos brindaba estabilidad económica, estatus social y predictibilidad. Somos parias, desarraigados. Así, con urgencia buscamos refugio. Y lo encontramos en quien nos proporciona otro sistema de creencias que nos regresa la certidumbre.
Estamos ante el nacimiento de la ideología. La neurocientífica Leor Zmigrod en su libro El cerebro ideológico, explica el fenómeno: “Lo único que necesitamos es convicción. Las convicciones nos aportan seguridad o, al menos, la apariencia de ésta cuando en realidad lo que sentimos es inseguridad… Las convicciones nos unen a otras personas con las que compartimos un propósito común… Si todas esas convicciones encajan en una visión del mundo razonablemente coherente, podemos afirmar (…) que tenemos una ideología: un conjunto de verdades y principios morales por el que nos regimos…”. Somos seres creyentes.
Las creencias o convicciones nos unen o nos separan. Los sistemas de creencias fundan morales que nos guían, pero a su vez nos apartan de quienes tienen otros credos. La convicción, continúa Zmigrod, “nos ayuda a distinguir lo correcto de lo incorrecto, el bien del mal o una decisión ética de una insensata o egoísta. (…) Nuestro cerebro, ese órgano que busca… una sensación de pertenencia a un grupo y hallarle sentido al mundo que nos rodea, está encantado con nuestras nuevas ideologías”. La ideología es un fenómeno tanto psíquico como corporal.
“(…) Por eso, cuando [los cerebros] se sumergen en sistemas dogmáticos, nuestros cuerpos absorben… esas rigideces. Repetir una y otra vez reglas y rituales tiene efectos anquilosantes en nuestras mentes…”. Queda claro el papel del ritual, de la ceremonia. Por eso son fundamentales “las mañaneras”: fortalecen las creencias y la identidad.
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