Sincronicidad: ¿en qué consiste?

“Las coincidencias significan que estás en el camino correcto”, Simon Van Booy (1975) escritor y pensador estadounidense.

10 de junio, 2022 Sincronicidad

Sin motivo aparente te viene el recuerdo de alguien que nos has visto en años y de pronto te lo encuentras por la calle, y sin haberlo planeado, termina por darte los datos del médico que habrá de salvar la vida de tu hijo. Esto es lo que C. G. Jug llamaba una sincronicidad: un “milagro inesperado” de alta significación que trastoca el resto de la existencia.

 

Pocos axiomas resultan más recurrentes y sobreutilizados en el imaginario de la posmodernidad que aquel que, sosteniendo de manera indirecta que las casualidades no existen, afirma que “todo pasa por algo”. Se trata de una salida versátil y polifacética, que se amolda a cualquier tipo de adversidad. Ya sea que a nuestro conocido le hayan robado el coche, le hayan negado un puesto de trabajo que consideraba seguro, lo haya abandonado el amor de su vida o le hayan descubierto un tumor maligno, decirle, con semblante lúgubre, acariciándole el hombro: “todo pasa por algo” siempre queda bien y da la sensación de le hemos transmitido una verdad trascendente desde una posición de sabiduría, aunque en realidad no le estemos diciendo nada que no sea obvio.     

En estricto sentido la frase no miente. Ya Voltaire lo había dicho con más elegancia: “lo que llamamos casualidad no es sino la causa ignorada de un efecto desconocido”. Es decir: la podamos saber o no, todo tiene una causa, por lo tanto, “todo pasa por algo”. Cada acontecimiento que tiene lugar en el mundo material ocurre como consecuencia de una serie concatenada de hechos previos que le dieron lugar, los conozcamos o no. 

En realidad lo que este refrán poco razonado quisiera decir, pero no lo dice, es que todo aquello que nos sucede tiene un sentido, un significado y, en última instancia un propósito oculto que está determinado por una inteligencia superior a la nuestra que sabe lo que nos conviene y necesitamos en cada momento de nuestra vida y nos lo suministra de maneras caprichosas para sacudirnos del marasmo en que la cotidianidad nos ha hecho caer. Una vez que el hecho excepcional ocurre, nuestro trabajo consiste en asumir sus consecuencias y explorar nuestra realidad interior profunda con el objetivo de descubrir la connotación verdadera y existencial de eso que nos ocurrió.  

Esta manera de entender el devenir tiene hondas implicaciones. De entrada se niega la posibilidad de que los acontecimientos sucedan como consecuencia del azar y se les destierra de la categoría de coincidencia. Una vez cancelada esta posibilidad, se asume que cada hecho es significativo y que forma parte de un patrón subyacente, sobre el que no tenemos control, lo que nos deja dos posturas posibles: aceptarlos como parte del destino que nos fue impuesto –y que no conocemos– o se trata de una señal para ejercer nuestro libre albedrío y así cumplir con la misión que nos hemos autoimpuesto bajo la fachada de objetivos y propósitos. 

Para muchos, lo que más se ajusta a sus creencias es suponer que existe un ser superior que nos tiene preparado un destino y que nuestra obligación radica en cumplirlo de la manera más orgánica y sencilla posible. En este caso esos “milagros inesperados”, se interpretan principalmente de dos maneras: se asumen como “pruebas” que nos pone ese ser superior cuando tienen un carácter negativo o se asumen como “señales” cuando nos sirven como orientación respecto al siguiente paso que tenemos que dar en aras de cumplir nuestro destino.  

Para quienes son más proclives a suponer que su libre albedrío juega un papel determinante, los “milagros inesperados” no siempre son fáciles de interpretar. Pensemos en algunos ejemplos simples: estás a punto de llamar a alguien por teléfono y de pronto recibes una llamada de esa misma persona. Sin motivo aparente te viene el recuerdo de alguien que nos has visto en años y de pronto te lo encuentras por la calle. Estás pensando en empezar una rutina de ejercicio y de la nada tu vecina y mejor amiga se ha inscrito a un gimnasio cercano y gracias a su recomendación obtienes el cincuenta por ciento de descuento al inscribirte. 

De nuevo, retomando lo dicho en el artículo anterior, se trata de casualidades que van más allá de lo casual, de, sin haberlo previsto, estar en el lugar preciso en el momento oportuno para que suceda algo que modificará el devenir posterior. Los ejemplos enunciados podrían no cambiarnos la vida, pero podrían funcionar como puentes para que esto sucediera. Quizá en ese gimnasio conocerás a tu futura jefa o a la pareja de tu vida, quizá la persona que te llamó anticipándose a tus deseos sirve de conexión con alguien que impulsará tu proyecto comercial, quizá a quien te encontraste “casualmente” por la calle termine por darte de los datos del médico que habrá de salvar la vida de tu hijo. Se trata de pequeñas bifurcaciones que, sin haya una causalidad evidente, trastocan el resto del devenir de quien las experimenta. Una vez que un evento de este tipo tiene lugar, la historia de vida se desvía de la trayectoria original, convirtiéndose en algo distinto de lo que fue hasta antes del “pequeño milagro inesperado”. Este tipo de acontecimientos suceden todo el tiempo y estoy tentado a asegurar que a todos nos ha sucedido en alguna ocasión y en algún nivel. ¿Cómo llamarlos? ¿Azar? ¿Simples casualidades? ¿Parte de nuestro destino? ¿Materializaciones de nuestros pensamientos? ¿Alineación cósmica con nuestro propósito subyacente?  

Para una serie importante de pensadores, este tipo de eventos se llaman “sincronicidades”. 

¿En qué consiste la sincronicidad?

El psicólogo suizo Carl Gustav Jung llama sincronicidad al hecho de que dos sucesos que ocurren de manera simultánea estén relacionados entre sí de una manera no causal y que presenten alguna relación con los pensamientos y emociones de las persona que los experimentan. Mientras pensamos en ese a quien queremos llamar, él lo hace también e incluso se adelante en la acción al marcar nuestro número. 

Para Jung, estas coincidencias suceden con más frecuencia o causan un mayor impacto cuando la persona que las experimenta las vive con especial intensidad, debido a procesos de cambio o crecimiento interno.

En otras palabras, las sincronicidad consiste en acontecimientos conectados entre sí, pero no a través de la ley causa-efecto, sino a través de una simultaneidad significativa. En la sincronicidad se da una coincidencia entre dos realidades interiores (subjetiva) y dos realidades externas (objetiva) que se retroalimentan a través de la interacción recíproca, en la que acontecimientos e individuos se vinculan a través del sentido que se le asigna a la conexión.

Para Jung la sincronicidad era una proyección y consecuencia de los profundos procesos psicológicos que tienen lugar dentro del individuo. Es decir, que para este psicólogo, la realidad exterior–material y la realidad interior–subjetiva son interdependientes, con lo cual se retroalimentan e influyen de forma mutua. 

Una vez que la sincronicidad ocurre, el individuo, a partir de los procesos, desafíos y circunstancias particulares que experimenta, debe encontrar en las señales y significados los hechos ocurridos que le den herramientas para gestionar su propia vida de manera más eficaz y plena. 

 

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