Estar en la cárcel es el peor de los destinos con todo lo que conlleva. Nadie llega allí por gusto, nadie nace queriendo tener ese destino y nadie quiere jamás tener a un ser querido preso. Sin miedo a equivocarme podría asegurar que cada mujer que recibe una sentencia por un crimen o un delito, vivió la violencia que cometió muchas veces antes, antes de ser victimaria fue víctima, nació para ser víctima, la sociedad la orilló a creer que para sobrevivir era necesario delinquir, con la diferencia de que los que la abusaron y violentaron no recibieron ningún castigo. Cada mujer en prisión paga por la crueldad de muchísimas otras personas que a su vez son el resultado de una sociedad violenta e injusta.
Es muy fácil acusar y juzgar, pensar que están allí porque lo merecen, porque son delincuentes, porque son un peligro para la sociedad, pero realmente es una cuestión de destino, una casualidad, una variante de minutos y metros de diferencia y de distancia los que nos hicieron nacer en otras circunstancias y crecer dentro de un contexto abismalmente distinto, cuando creciste en el seno de una familia amorosa aunque hayas tenido que vencer obstáculos tienes la fortaleza para elegir vivir en dignidad y honestidad; pero si por el contrario tu infancia estuvo llena de violencia y agresión, de rechazo y exclusión difícilmente sabrías que puede haber otra forma de vida.
Miles de mujeres en México pagan sus errores privadas de la libertad en los diferentes penales del país y el resto de los mexicanos preferimos olvidarlas y sentir que estamos seguros mientras ellas estén encerradas. Ignoramos que el Sistema Penitenciario mexicano es todo menos un lugar de reinserción social y que estas mujeres resignadas a pesar su vida en las condiciones más tristes, alejadas de su familia, sin ningún tipo de alegría, sin esperanza, humilladas, viviendo cada día en las peores condiciones, luchando por sobrevivir en la violencia interna, por no enloquecer por no preferir morir, que tienen que pagar por absolutamente todo, desde un cigarro hasta una toalla sanitaria, por bañarse con agua caliente, por comer alimentos del día, por lo menos de la semana, por hablar de vez en cuando con sus familiares, por dormir en colchoneta, por tener una cobija, por no ser agredida por otras mujeres.
Para ellas no existe ningún tipo de lujo ni capricho, no hay regalos ni festejos ni ilusiones ni diversión. Ellas están condenadas y la sociedad no deberíamos de olvidarlas. En medio de toda esta injusticia existen personas sensibles que ven más allá de lo visible y que entienden que para reinsertar es necesario primero comprender y reconocer, que nadie quiso vivir así, ni antes ni después de delinquir, que los que tuvimos más suerte estamos obligados a no juzgar y a extender una mano a quien la vida maltrató al grado de volver lo que equivocadamente llamamos “escoria de la sociedad”.
Apoyar a las instituciones que se dedican voluntariamente y de corazón a ayudar a estas mujeres llevándoles un poco de Alegría, una esperanza, una forma digna de subsistir dentro de su jaula y de ser útiles para los que están afuera, instituciones como “Reinserta”, como “La Cana”, que capacitan a las mujeres privadas de la libertad para hacer trabajos que las ayuden a ganarse un dinero digno y Justo para tener una vida un poco menos dura, una comida digna dentro del penal y para ayudar a sus hijos y familiares afuera y volver a sentir que son personas, vivir con humanidad.
Todo el respeto a quienes dedican parte de su tiempo a impartir talleres, a llevarles ropa, entretenimiento a enterarse de sus problemas y tratar de ayudarlas a luchar con ellas en contra de la violencia y la injusticia de la que ellas son más víctimas que ninguna.
Reconociendo, actuando, visibilizando, apoyando, regalando, no hay nadie que sea tan libre que no tenga nada que dar compartir conocimientos, apoyar económicamente a las causas con donaciones o comprando los objetos que las mujeres privadas de la libertad fabrican para vender por medio de estas instituciones y que aunque no lo notemos es muchas veces el principio de un camino de readaptación social.
Hay muchas instituciones y varían dependiendo de la zona geográfica, pero todos podemos indagar en nuestra comunidad y acercarnos a esta causa, tal vez no todos podamos ir a las prisiones a participar pero seguramente sí hay algo que cada quién pueda hacer y que nos recuerde que la palabra reclusión no debe ser sinónimo de exclusión.
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