Pudiéramos afirmar que los procesos que llevan a elecciones en un país democrático son una vitrina, a través de la cual pueden medirse los ánimos ciudadanos frente a la identificación de problemas y propuestas de solución a los mismos. México mediante sus procesos internos, tanto del lado del partido en el poder, como de la oposición, comienza a transitar a lo largo de un período de propuestas y planteamientos que nos llevarán a las urnas en el 2024. Es un tiempo en el que las pasiones se encienden y cada uno de nosotros pugna por demostrar a otros por qué nuestro candidato o candidata, es el ideal para llevar las riendas del país durante los siguientes seis años. Se vuelve imperativo demostrarlo. Somos libres de defender a la figura que satisface nuestros criterios de elección. En estos momentos, a seis meses de la fecha del sufragio, en el ambiente se perciben signos sugestivos de que, con el paso de las semanas o meses, las confrontaciones puedan tornarse violentas.
Me llama la atención que la agresión como un proceso natural de defensa básico en distintas especies, vaya cobrando diversos matices y niveles en la especie humana. Desde los tiempos de las cavernas hasta la actualidad, hemos atravesado por períodos de mayor o menor violencia. Es así como han surgido las conquistas en diversas regiones del mundo; como sobrevino la revolución industrial, se ha ganado el sufragio femenino, y han ocurrido las grandes guerras hasta nuestros tiempos. En el momento actual tenemos la invasión de Ucrania por la vecina Rusia, que, de acuerdo con la medición de la ONU del pasado mes de febrero, ha cobrado poco más de 7000 vidas y ha dejado alrededor de 12 000 heridos en el primer año de existencia.
Regresando a México. Difícilmente hallaríamos alguien de una edad tal, que haya vivido la Revolución Mexicana para contarnos de viva voz cómo era el ambiente que se respiraba en las calles. Tenemos noticia de ello a través de narraciones que nos presentan, ya de forma documental, ya a través de la ficción, lo que habrán vivido las familias mexicanas de principios del siglo 20, cuando la población se levantó en demanda de un sistema democrático que garantizara justicia y cambio en el sometimiento que venían viviendo durante el porfiriato. Costó muchas vidas, sin lugar a duda, pero a fin de cuentas representó la oportunidad de elaborar la Carta Magna que, hasta hoy nos rige a todos los mexicanos. Una Constitución que garantiza derechos e impone deberes para cada uno de los habitantes en territorio nacional.
Todo proceso electoral nos recuerda que aquello que se vivió hace poco más de cien años, no debe de repetirse. Que existen los mecanismos para canalizar las aspiraciones políticas de los distintos grupos, de modo de lograr entre todos un estado de derecho que se refleje en un ambiente de paz, desarrollo y oportunidades para todos. Una democracia permite la existencia de diversas voces bajo la rectoría de las instituciones, para que sea la voluntad de los votantes la que prevalezca.
Cada mexicano tiene derecho a manifestarse, derecho a expresar a qué figura pública da su apoyo y agremiarse con sus pares. Todas las posturas, según marca nuestra propia Constitución, habrán de ser respetadas y en su caso debatidas de manera civilizada, sin caer en provocaciones. Ninguno de nosotros puede asegurar tener la verdad en la mano. Es conveniente asumir la apertura de escuchar a todos para formarnos una opinión informada. Que los ánimos caldeen y surjan las confrontaciones violentas, es restarle al país oportunidades de conocer, comparar y decidir por la mejor opción. Habrá entonces que salir con la mentalidad de votar por el candidato o la candidata, sin presiones partidistas. Por cierto, conviene dar un repaso a los artículos 6, 7, 8 y 9 de nuestra Constitución para ubicarnos.
Tradicionalmente se ha dicho que la violencia es una forma primitiva de solucionar conflictos. En una república democrática quiero creer que esa opción se descarta, en la disposición de utilizar otro tipo de recursos de comunicación frente a un asunto de interés común a todos. El profesor Agustín Martínez Pacheco (UAM) en su ensayo sobre la conceptualización de la violencia, determina que hay de dos tipos: una activa y una reactiva. Me parece que se aplican muy bien para el caso que nos ocupa. Conforme a las características de un grupo de ciudadanos, hay actos que pueden ser interpretados como lesivos a sus intereses. Es su percepción, que no necesariamente está empatada con la realidad. En muchas ocasiones esa sensación de daño está generada por un discurso que incita a ver las cosas de cierto modo, y al grupo contrario como generador de acciones que perjudican sus intereses, acciones frente a las cuales lo natural es reaccionar de modo violento. Bajo esa óptica un proceso electoral puede convertirse en un vaivén de expresiones contrarias, denostaciones y fogueos representativos de violencia verbal. Y de no vigilar nuestros procesos, puede llevar a que la violencia escale a otros niveles.
México está llamado a un proceso democrático en sus formas, rumbo al 2024. Está en juego el bienestar propio y de nuestras familias, además de que contamos con los elementos jurídicos necesarios para llevar una contienda electoral en paz. Por el bien de todos.
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