Lo que advertíamos que ocurriría con la lamentable elección de Claudia Sheinbaum para la presidencia de la República, dando continuidad y profundizando el proyecto de nación del presidente López Obrador, está sucediendo. Cuando en semanas previas al 2 de junio en análisis de inteligencia se hacían escenarios sobre los resultados posibles de las elecciones, el escenario que se preveía como el de mayor riesgo, fue el que se cumplió: Un triunfo abrumador de Morena con mayoría calificada en el congreso, que nos pondría en ruta hacia la destrucción institucional del país y un panorama plagado de incertidumbre y riesgos.
Aunque es innegable el apoyo que mantiene el Presidente y su partido en sectores amplios de la población (sobre todo entre los que destaca la ignorancia y el resentimiento social), la verdad es que llegamos a este resultado por una considerable “mano negra” a lo largo del proceso electoral y que no se reduce a lo ocurrido el día de la votación. Estamos siendo testigos de la captura autoritaria del estado por parte de una minoría mafiosa que desde siempre ha despreciado a la democracia representativa tanto como a las “libertades burguesas”. De hecho, no es excesivo hablar de que estamos ante un golpe de estado, silencioso y suave, pero muy efectivo. En primer lugar, porque el proceso electoral estuvo repleto de irregularidades, de las que se ha escrito ampliamente y que fueron denunciados con oportunidad ante las instituciones correspondientes: el INE y el TRIFE. Pero ambas instituciones ya habían sido capturadas mayoritariamente por el presidente y su partido. Debemos afirmar que la magnitud de la victoria de Claudia y de su partido, fue legal pero no legítima.
En segundo lugar, porque en el Congreso de la Unión somos ahora testigos de lo que ya es preciso llamar “el fraude de la sobrerrepresentación”, en que tanto el INE como el TRIFE, con una interpretación malintencionada e incompleta de la letra de la ley, han convertido una votación efectiva en urnas de 58% en 73%, y reduciendo la de la oposición de 42% a 27%, con lo que se le permite a Morena modificar la Constitución Política a su antojo y reduciendo a la oposición a jugar un rol meramente “testimonial”, como lo fue en la época más oscura del autoritarismo mexicano de mediados del siglo pasado. Esta captura de la mayoría calificada del congreso tiene entonces ya el ropaje de la legalidad, pero es también ilegítima, por tramposa.
Desde esta posición de poder político avasallador, Morena se dispone a la captura absoluta del poder judicial y a la desaparición de todos los contrapesos institucionales del estado mexicano, siguiendo puntualmente y paso a paso el camino trazado por algunas de las trágicas dictaduras de los últimos 100 años de la historia del mundo: desde el fascismo italiano de Benito Mussolini y el régimen nazi de Adolfo Hitler hasta las dictaduras socialistas en Europa del Este, Fidel Castro en Cuba o Hugo Chávez en Venezuela. En todos esos casos se ha pretendido justificar la captura autoritaria del estado “en el nombre del pueblo”, argumentando cualquier cantidad de mentiras.
En este contexto, ya más claro que el agua, me llama la atención encontrar todavía a algunas personas que se niegan a ver el rumbo que está tomando nuestro país. Algunos parecen abrigar la esperanza, a mi juicio ingenua, de que Claudia Sheinbaum actúe con una racionalidad distinta a la de su amo, el actual presidente saliente, y se disponga a cambiar el rumbo trazado. ¿De dónde demonios sacan esta esperanza si todas las declaraciones públicas de la señora están alineadas, hasta en los puntos y comas, con las de López Obrador? ¿Que porque en su gabinete tiene a gente como Juan Ramón de la Fuente, Marcelo Ebrard o Rogelio Ramírez de la O? ¡Caramba si estos tres hombres que en algún momento de su carrera han pasado por respetables han demostrado una y otra vez que tienen vendida su lealtad y su alma enteramente al loco de Palacio!
El panorama luce francamente muy negro y, si acaso pudiéramos tener alguna esperanza para no irnos al abismo en caída libre, ésta vendría del sector externo en que los intereses creados dentro del T-MEC permitirían mantener razonablemente a flote nuestra economía. Sin embargo, esta esperanza puede bien desvanecerse si esa marcha de la locura en que insiste López Obrador, respaldada plenamente por la presidente electa, se realiza, con la verdaderamente estúpida reforma judicial, la extinción de los organismos autónomos y luego la promulgación de una nueva constitución política.
La gran pregunta para la ciudadanía libre y democrática mexicana es: ¿Qué factores reales de resistencia tenemos para evitar la destrucción del país? Por lo pronto, algunos vemos con optimismo las contundentes manifestaciones de repudio a las iniciativas de la locura presidencial que se han expresado desde los centros del poder financiero global, publicadas en Financial Times, Wall Street Journal, Washington Post, New York Times, The Economist y el mismo Departamento de Estado estadounidense. Por lo pronto, parecería que no estamos solos en la resistencia, pero habrá qué preguntarse hasta dónde algún poder extranjero estaría dispuesto a intervenir para evitar la destrucción mexicana. La historia muestra que no mucho, según la evidencia de otros casos, sin embargo los apoyos del sector externo son importantes y deben buscarse y movilizarse desde dentro del país para que sean efectivos.
¿Entonces? Me parece que el primer factor de resistencia es darse cuenta de lo que está ocurriendo, denunciarlo en redes sociales y de voz en voz. En la medida en que se profundiza el control autoritario del régimen sobre los principales medios de comunicación, se hacen cada vez más relevantes las voces y plumas ciudadanas en las redes sociales. Mientras más personas sean conscientes del rumbo nefasto en el que ya estamos, tanto mejor: mayor será la fuerza de otras acciones posibles.
La historia muestra también que el mejor antídoto contra la tiranía es la movilización y la participación ciudadana. No debemos menospreciar el impacto de las manifestaciones y las marchas. Hasta para un régimen autoritario poderoso es muy difícil gobernar con buena parte de la ciudadanía en contra, manifestándose abiertamente a lo largo y ancho del país. Sobre todo si aquí están las clases medias, los universitarios, los profesionistas y los empresarios, que son los que realmente mueven la economía y encarnan la vitalidad de la nación.
Hay que apostar a que esta fuerza cívica activa, en algún momento detonará la recuperación democrática de los principales partidos políticos, que hoy yacen atascados en un lodazal de corrupción y ceguera por parte de sus cúpulas. Que sepan que, si no despiertan y se enderezan, se van a colapsar y desaparecer.
Por lo pronto, aplaudo con vehemencia a los estudiantes universitarios, a los trabajadores del poder judicial y los ciudadanos que se están activamente movilizando en rechazo categórico a la reforma judicial y en defensa de las instituciones autónomas.
Sí se puede detener la captura autoritaria del estado, pero no va a ser fácil.
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