Escribo tratando de imaginar el abismo político y posiblemente también económico hacia el que avanzamos decididamente como sociedad el domingo pasado. Este 2 de junio vivimos un quiebre histórico. ¿Qué tan grave será? ¿Qué tan profunda será nuestra caída? ¿Cuáles podrán ser los límites del poder que se irá ejerciendo cada vez con menos contrapesos? ¿Qué tan regresivo será nuestro régimen iliberal? En los próximos meses (¿10,12, 18?) transitaremos de vivir en una democracia liberal y representativa a vivir en una “democracia” popular, cuya configuración y alcance por ahora es difícil prever. Sin embargo, todo indica que volveremos a ese pasado de partido hegemónico y presidencialismo autoritario sin contrapesos, aunque presumiblemente reloaded por elementos ideológicos de una izquierda radical que el régimen priísta de la presidencia imperial, afortunadamente, no tenía. Por lo pronto no habrá manera de detener el llamado “Plan C”, que implica, sobre todo, la sustitución de ministros y jueces de la Corte por otros electos mediante votación popular, así como la modificación radical de nuestro sistema electoral y de representación política. También habrá que esperar la promulgación de una nueva Constitución Política cuyo contenido muchos tememos pero que aún no podemos saber qué nos depare.
Los resultados de las elecciones de ayer fueron abrumadores. Varios encuestadores los percibieron y muchos pensamos que había un muy importante “voto oculto”. ¿Cómo sería posible que una candidata nada carismática representante del gobierno que, con abundancia de datos duros, debe ser calificado como el peor de nuestra historia reciente en prácticamente todos los órdenes en que se puede evaluar la gestión gubernamental obtenga un porcentaje mayor de votos que su antecesor? ¡Pues sí fue posible! Tuvimos otro tsunami electoral, como el de 2018 pero mayor. Para explicarlo debemos considerar que la población en los niveles de población llamados E, D y C-, que por mucho es donde está el mayor volumen de personas, aumentó su apoyo hacia Morena, el Partido del Trabajo y el Partido Verde en poco más de 10 puntos respecto a la elección presidencial anterior. Presumiblemente esto se explica sobre todo por las carretadas de transferencias en efectivo que indiscriminadamente repartió a diestra y siniestra el gobierno federal “de parte del Presidente de la República”. No importó que se quedaran sin asistencia médica o medicinas ni vacunas ni guarderías ni seguridad pública: ¡Lana es lana!, dice el clásico y a eso le apostó López Obrador. Apelar al valor de la democracia o a las ventajas de la división de poderes y la rendición de cuentas resultó obviamente demasiado abstracto para un muy amplio sector de la población que vive preocupado primordialmente por el pan y la sal de cada día. También, estos sectores demográficos e incluso algunos miembros de la clase media y alta (C, C+, A/B), no han dejado de comprarle al Presidente su discurso divisionista en favor de los pobres y en contra de la corrupción, aún si verificablemente ha estado lleno de mentiras y contradicciones: el resentimiento social, la lealtad ideológica y los excesos de la buena fe pusieron su cuota de votos a favor de Claudia Sheinbaum y los partidos que la apoyaron. La miopía mental sí cuenta. Muchísimos prefieren no ver más allá de su nariz y otros no entienden ni que no entienden.
Por supuesto está también la explicación propiamente demográfica: Somos un país con unos 55 millones de pobres, cuya población mayor de 15 años tiene 9 años de escolaridad en promedio y, los que llegan más allá, según resultados de la prueba PISA, en más de la mitad no pueden entender un texto sencillo en su idioma ni distinguir entre verdad y mentira en un argumento ni plantear una ecuación básica o una “regla de tres”. El Coeficiente Intelectual promedio de nuestra población es de 87 puntos, que a duras penas permite terminar la Secundaria. Además es un pueblo que abriga un profundo resentimiento de clase y ha crecido con una muy baja autoestima. Ese país salió a votar. Nuestra frágil democracia degeneró en oclocracia.
En 2018, el tsunami de AMLO fue comprensible y creíble en buena medida por las deudas sociales que no habían podido saldar los gobiernos anteriores. El tsunami de este domingo no es explicable dados los pésimos resultados de la 4T. Se explica básicamente por la compra de lealtades vía “los apoyos del Bienestar” y una larga estela de palabras mentirosas y promesas vacías que mucha gente se obstina en seguir creyendo. Por si fuera poco, atestiguamos una elección de Estado como no habíamos tenido desde el régimen de Miguel de la Madrid. El Estado mexicano ya fue capturado por una mafia política que, aliada con el crimen organizado, manipuló con mentiras y con miedo y compró con dinero en efectivo el voto de millones de personas.
¿Qué hacer? ¿Es posible no quedarnos cruzados de brazos mientras vemos como nuestro país se desliza aceleradamente hacia el socialismo del siglo XXI a la mexicana? Es claro que los partidos tradicionales resultaron un lastre para Xóchitl Gálvez y su histórico capital político está al borde de la quiebra. ¿Se podrán reconstruir? ¿Tiene sentido? ¿Si no es con ellos con quién contamos? (Porque el nuevo sistema electoral le pondrá todos los obstáculos imaginables a los intentos de creación de un nuevo partido que les dispute el control hegemónico del estado). ¿Qué hacer con la marea rosa y esa enorme energía ciudadana que se movilizó en defensa de la democracia y la República y que no estará dispuesta a contemplar pasivamente la destrucción de nuestra democracia liberal? ¿Cómo mantenerla articulada y convertirla en una fuerza política real capaz de contrapesar de alguna manera al nuevo régimen?
Hoy en redes sociales se empieza a hablar de la instrumentación de un gran robo de la elección desde el Estado y empiezan a aparecer muchas anomalías, como personas que no pudieron votar porque a media mañana se acabaron las boletas o soldados que se llevaron las urnas en algunas casillas y otros que cuando llegaron a votar alguien más ya lo había hecho usurpando su credencial de elector. Pero la diferencia de votos es tan grande que la diferencia será irremontable. De hecho, me parece que ni el INE ni el Tribunal Electoral estarán dispuestos a hacer algo al respecto. Ahora sí, este arroz ya se coció. Ya capturaron a los órganos electorales y seguirá la captura completa del Estado y de medios de comunicación, que ya es perceptible.
Mucho que seguir analizando y mucho tendremos que hacer.
X: @Adrianrdech
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