Yo respondería: ¿Le fascinan a quien? ¡Yo las odio!
La verdad es otra, desde que tengo uso de razón siempre me han encantado las historias contadas ya sea en libros, series, documentales o películas sobre asesinos seriales y psicópatas.
Todos conocemos cualquier cantidad de historias, incluso leyendas urbanas, cuentos contados de generación en generación, historias de alguien que alguien conoció.
Desde Jack el Destripador, pasando por Hannibal Lecter (recuerdo mi emoción cuando yo ya me sentía una verdadera cinéfila y “El silencio de los inocentes” ganó todos los premios de la academia). Fue una gran película, pero sobre todo una gran historia. De adolescente fui fan de “Natural Born Killers” y de todas las películas de Quentin Tarantino, “The Jocker,”, “Ted Bundy”, “Monster”, “El Patrón del mal”, “El Ángel”; y ya últimamente “You” y la superexitosa “Dahmer”.
No hay serie o película sobre historias de la vida real o ficticios que se me haya escapado.
Cuando comenté en algún sitio que estaba viendo “Dahmer”, no solo obtuve una respuesta masiva de todos los que estaban “Picadísimos” con la serie igual que yo, sino que recibí desde un montón de recomendaciones más sobre las cintas en donde se escucha su voz real reconociendo y narrando con lujo de detalles sus crímenes, hasta historias de otros asesinos aún más cruentos y depravados. Esta última historia ha sido reproducida en la plataforma Netflix 56 millones de veces, calculando que en la mayoría de las veces vemos las series en compañía.
Mon bb, persona crítica por naturaleza y confrontativa por elección, me cuestionó sobre si yo veía normal el gusto de tanta gente por este tipo de historias, al grado de volver a los personajes celebridades, que son reconocidos casi como ídolos, líderes de opinión o estrellas de rock, personas que en la cárcel reciben cartas de sus admiradores diciéndoles que sueñan ser como ellos, a quienes afuera de los juzgados grupos de manifestantes los defienden, a quienes les componen canciones, hacen historietas e incluso sitios de Internet en el que sus fans comparten con entusiasmo información y detalles sobre su afición por este tipo de historias y personajes.
En todos los casos, los multihomicidas cometen sus crímenes de las formas más violentas, premeditadas, antinaturales y exóticas, la gran mayoría de los asesinos cuentan con una o varias características que los deberían volver predecibles y, sin embargo, no es así, como el hecho de ser por lo general blancos, muy religiosos y en muchas ocasiones contar con un coeficiente intelectual superior a la media.
Con todos esos detalles, la policía y la sociedad seguimos asombrándonos cada que un hombre blanco ataca a sus compañeros de colegio, o es descubierto con cadaveres de decenas de personas en el sótano de su misteriosa casa y elementos de tortura e incluso de herramientas para descuartizar y o disolver los cuerpos, solamente del caso de Charles Manson se han escrito más de cincuenta libros y cantantes de rock han usado su nombre como seudónimo.
En sus confesiones la mayoría acepta que después de cada asesinato sentía una necesidad de volver a hacerlo y la certeza de que el siguiente calmaría su ansiedad y a nosotros nos pasa algo similar viendo desde la seguridad de nuestras casas sus historias, cada vez que terminamos una serie, libro o película quedamos con una necesidad inconsciente de ver más historias parecidas.
Se han definido varios padecimientos mentales relacionados con esta afición:
Hibridtofilia: placer sexual que se obtiene al tener relaciones con gente peligrosa.
Enclitofilia: cuando otras personas en especial mujeres de personalidad frágil, manipulables y con rasgos masoquistas se sienten atraídas a involucrarse con este tipo de personales.
En la pantalla y en los libros hemos podido observar las más exóticas formas de asesinato, las conductas más impredecibles y retorcidas y también las más increíbles enfermedades mentales por parte de los protagonistas que siempre son los asesinos.
Canibalismo, Necrofilia, Masoquismo y muchísimas y cada vez más sofisticadas y complicadas de entender más.
Nunca alguien recordará el nombre de la víctima; sin embargo, el homicida es en cada una de las historias no solo el protagonista sino al final una celebridad.
El morbo disfrazado de curiosidad, de conciencia o de compasión nos lleva a creer que queremos ver la parte humana de los personajes para entender qué o quién los llevó a volverse unos violadores, acosadores y asesinos.
Como si quisiéramos conocerlos bien para asegurarnos que esa es una realidad muy lejana a la nuestra y que jamás estaríamos ni cerca de empatizar con ellos, solo tener la certeza de que no somos del mismo bando, que en ningún momento podríamos volvernos locos y elucubrar un plan para desaparecer de este mundo a la gente que no nos parece digna de vivir en él.
Son cientos, miles las investigaciones sobre este tipo de conducta, antropólogos, policías, investigadores, científicos, médicos, psicólogos han tratado de entender el fenómeno.
A la fecha no sabemos mucho. Estudios ciegos tratan de entender el patrón psicopático y han llegado a la conclusión de que varios de los cerebros de los asesinos estudiados presentan una falta de actividad en la corteza ocular, el sistema límbico que es el que contiene las áreas de empatía, entendimiento, preocupación o conciencia; sin embargo, esa no es una generalidad ni un condicionamiento y no podría la sociedad presuponer que cualquiera que tenga esta característica puede convertirse en un asesino y aislarlo por prevención.
Al final entender el perfil de la persona y el contexto en el que perpetró sus crímenes nos da la certeza de que no tenemos nada en común con un asesino serial y no podríamos nunca caer en esa tentación y matar por necesidad.
¿O sí?
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