Porfirio Muñoz Ledo y Lazo de la Vega no requiere de mayor preámbulo. Hombre de Estado, talentosísimo y de impresionante trayectoria que nadie pone en duda. No obstante, en recientes semanas nos ha dado un lastimoso espectáculo, una perla de muestra de lo que puede llegar a ser la estupidez humana. Y es que Porfirio se cree presidenciable, sí, aunque a algunos (si no que a todos) les pueda parecer más que una mala broma, un disparate, pero esto así es. O quizás ya se valga decir: “se creía”, a la luz de la más que obvia victoria de Mario Delgado.
Desde la primera comparecencia del Canciller Marcelo Ebrard en el Congreso, ya Muñoz Ledo le lanzaba veneno con su mirada. Tiene la penosa creencia de que, quizás, es eterno y/o inmortal. A sus 87 años ha visto a Ebrard como su contrincante hacía “la grande” (de ganar, gobernaría de los 91 años de edad hasta los 97). Muchos podrán pensar que ni una tortuga de las Galápagos tiene tanta fe en vivir tantos años y además con una salud y energía óptimas para dichos menesteres, pero por descabellado que pueda parecer, así es.
En los recientes, absurdos y estériles conflictos en los que sumió al partido MORENA en el proceso de elección interna, su turbada mente ve la dirigencia partidista como un escalón hacía la Presidencia de la República. Y qué mejor que golpear al contrincante que hace un buen rato debió ser el presidente del partido: Mario Delgado, funcionario plenamente identificado con Ebrard. Los estragos de estas reyertas burdas por el poder, dejaron ya los primeros resultados: mientras MORENA se desgastaba en todos sentidos por los demenciales afanes de Porfirio, el PRI simplemente arrasaba electoralmente en sus bastiones: Coahuila e Hidalgo.
El caso de Muñoz Ledo recuerda al primer gran emperador en lo que hoy es China: Qin Shi Huang. En el siglo III a.C. se empeñó en conseguir el elixir de la eterna juventud. Sus empeños adquirieron dimensiones de Estado: obsesionado con la inmortalidad, no dudó en llegar a usar la fuerza bruta y letal. Esta obsesión acarreó problemas y descontento en sus gobernados. Y lo más paradójico: su temprana muerte, posterior a la locura, provocada por su obsesión a no morir nunca, y es que la mayoría de las pócimas que consumía contenían un agente sumamente venenoso y letal, el único metal líquido: el mercurio.
Porfirio y Quin llegaron a creer, al parecer, y con milenios de distancia, en la posibilidad de la inmortalidad. Lo cierto es que el Emperador Qin ni siquiera llegó a viejo; por su parte, Muñoz Ledo jamás será presidente de México y, sin ir más lejos, ni siquiera dirigirá al partido donde hoy milita.
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