El antropólogo e intelectual francés Claude Lévi-Strauss (1908-2009) dejó un enorme legado en no pocas disciplinas. Se le relaciona con el “estructuralismo”, que subyace en todas las relaciones y los fenómenos del ser humano. Una de sus tesis principales, simplificada al extremo, es que los pueblos no occidentales, es decir, los menos desarrollados científica y tecnológicamente, no necesariamente son inferiores a occidente. Las diferencias entre las culturas tienen su origen en su relación con el resto de sus semejantes y con su entorno natural.
Levi-Strauss vivió durante el convulso siglo XX. Fue testigo directo de los horrores de la, tal vez, centuria más antropocentrista y violenta en la Historia de la humanidad con dos guerras mundiales. Dada su condición de antropólogo y que su campo de estudio se centra en nuestra especie, “Hommo Sapiens”, su visión habría sido mucho más acertada si se refiriera ya no solo a las distintas civilizaciones humanas, sino al hecho de que nuestra especie es inferior a todas las demás especies. Cuando observamos a otras especies del reino animal, nos percatamos de que su relación con sus semejantes y con su entorno natural es mucho más sano que la nuestra.
De lo anterior, se desprende que a lo largo de milenios, el hombre haya intentado aferrarse a maneras distintas de acercarse a la deidad. Hay épocas y regiones en las que toda la existencia humana ha girado alrededor de las religiones o disciplinas teológicas que tratan de atemperar los demonios que el ser humano lleva por dentro y lo desgarran.
Las demás especies en este pequeño punto azul en medio de la inmensidad del universo, viven su existencia en armonía, si acaso al matarse unas a otras solo están obedeciendo a leyes superiores y equilibradas de este mundo, pero en armonía al fin y al cabo. Reza un proverbio asiático que “el pájaro no canta porque tenga una respuesta; canta porque tiene una canción”. El hombre aun cantando no deja de martirizarse con preguntas y dudas existenciales y con culpas, ya que esta especie hace el mal porque muchas veces está en su esencia; en cambio, no es así con las otras especies animales. Si matan es porque las cadenas alimenticias son parte de la referida armonía que solo ha venido a romper a este planeta una sola especie, a todas luces intrusa: la nuestra. Tan intrusa es nuestra especie que ha llegado al extremo de afectar al planeta mismo.
Hasta la aparición de Nicolás Copérnico, en la época renacentista, y su teoría heliocéntrica de nuestro pequeño sistema solar, el ser humano no tenía dudas sobre ser el centro del universo y razón misma de existencia del mismo. En distintas culturas de todas las épocas, la certeza geocéntrica raya en lo ridículo. Ejemplos sobran. En el cristianismo, un hombre común, predicador del bien, que vivió hace dos milenios, fue llevado al extremo de ser considerado el mismísimo Dios humano en la tierra; en la mitología griega, el dios de los mares, Poseidón, se siente insatisfecho por la falta de vida humana en su reino, ambicionando extender su poder a tierra firme, solo por la fascinación de la “vida racional” que en él había. Faltaría ver al supuesto dios Poseidón presenciar lo que estas criaturas, por las que sentía tanta admiración, provocarían en él al ver una matanza entre ellos mismos, o una masacre despiadada de ballenas efectuada por japoneses en sus grandes barcos, o desprendimientos de partes de los casquetes polares debido al cambio climático causado por nuestra enferma orgia de ambición material.
Habría que tener bien en cuenta que no somos el centro de absolutamente nada, que en el afán de tener una existencia (supuestamente) más llevadera, estamos heredando un infierno aún mayor a las generaciones venideras. Tendríamos que leer una de las últimas intervenciones de Lévi-Strauss, respecto a la problemática acarreada por la globalización, efecto que él mismo, décadas atrás, pudo adivinar, en el año 2005. Vencido por la realidad del derrotero humano, expresó, ya no solo sus preocupaciones por nuestra especie y sus nocivas relaciones de todo tipo con sus congéneres, sino aún más: la inquietante y terrible situación de la deforestación y desaparición de especies por causa del criminal y estúpido “Hommo Sapiens” y todo el daño infringido por este a su entorno natural. El célebre antropólogo expresó sin ambages y a manera de despedida, que se marchaba de un mundo al que ya no podía amar.
No sobraría rememorar aquí una frase famosa de Albert Camus: “Yo nací a medio camino entre la miseria y el sol. La miseria me ha impedido ver que todo está bien en la Historia; y el sol me ha enseñado que la Historia no lo es todo”.
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