Autor: Mª Teresa López de la Vieja Catedrática Emérita Honorífica de Filosofía, Universidad de Salamanca
En 1917, Max Weber analizó la política negativa en el Parlamento de Alemania. “Toda la estructura del Parlamento alemán está cortada a la medida de una política que es solo negativa…”, aseguraba entonces. Las prácticas políticas negativas se basaban en quejas, polémicas y enmiendas a la totalidad.
Pese a las consecuencias desastrosas que tuvieron en el siglo XX, tales prácticas no han desaparecido. En el siglo XXI están muy presentes en la esfera pública, también en los medios de comunicación y redes sociales. En España han llegado hasta las sesiones del Congreso y el Senado.
Presentar opiniones como hechos contrastados es un objetivo de quienes contribuyen a la desinformación e incluso a la “máquina de fango”, como la llamó Umberto Eco en su libro Número Zero y a la que se ha referido el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, en varias ocasiones días atrás.
En la carta que dirigió a la ciudadanía el 24 de abril, Pedro Sánchez se refería a ello y a su necesidad de reflexionar sobre la continuidad en el cargo. Después han arreciado las críticas desde determinados partidos políticos, ciertos medios de comunicación y sectores de la sociedad. Al mismo tiempo, la continuidad del presidente ha sido bien valorada desde otros partidos, otros medios y otra parte de la ciudadanía.
Por un modelo constructivo
¿Por qué insistir en los riesgos de la política negativa? Ese tipo de prácticas no son novedosas y, por tanto, sus consecuencias son previsibles. Conviene recordar, entonces, los argumentos de Max Weber contra la política negativa y a favor de un modelo positivo y constructivo. Weber diferenciaba, además, entre hechos y juicios de valor.
El tema es aún relevante por el uso sistemático de bulos en la esfera pública. Casi nada es como era a principios del siglo XX, pero hoy –como ayer– la ética de la responsabilidad debería ser el núcleo de la actividad política.
El enfoque negativo es un riesgo para los agentes, las instituciones políticas y para los sistemas democráticos. Su uso termina provocando el rechazo en la opinión pública hacia la política y lleva a la inacción en las instituciones. Ya lo explicó Weber en 1917. Él vio los efectos de ese tipo de actividad: los diputados se limitan a seguir al líder, los funcionarios logran más poder y, en cambio, aumenta la pasividad en las masas. ¿Hay alternativa? Weber defendía la política positiva o responsable.
Dejar atrás la polémica y las críticas sistemáticas
La polémica por sistema debe quedar atrás y las críticas tienen que estar basadas en conocimiento de los hechos. Él insistía en el trabajo continuo en el Parlamento, no solo en un Parlamento que hable. El objetivo es la dirección responsable del Estado y el político ha de guiarse por la ética de la responsabilidad antes que por la ética de las convicciones.
En el siglo XXI continúa siendo problemática la vinculación de la política con la ética. Un obstáculo para la puesta al día del modelo constructivo es la polarización en las comunicaciones a través de internet, analizada por Cass Sunstein.
¿Hay muestras cercanas? Sin ir más lejos, la proposición de ley presentada en marzo de 2024 por el gobierno de Castilla y León (PP y Vox) pretende derogar la ley anterior de memoria democrática de la Comunidad Autónoma. Se justifica alegando que las nuevas generaciones han recibido una visión sesgada de la Guerra Civil, para alimentar la división partidista de la sociedad.
De forma paradójica, esta norma se denomina “de concordia”, pese a no mencionar el término “dictadura” al referirse al régimen franquista y eliminar el mapa de fosas comunes. No consta informe previo sobre la aplicación de la ley autonómica anterior ni de la legislación de 2022 de memoria democrática.
Enfoque responsable de la política
¿Por qué hablar de política negativa? Al margen del rechazo que suscite el uso de prácticas que dividen a la ciudadanía, hay razones de peso en favor del enfoque responsable de las actividades políticas.
En primer lugar, hacer memoria es necesario. Algunas decisiones responden al enfoque amigo-enemigo, defendido por Carl Schmitt, jurista y teórico de la política. Esa versión de lo político tuvo consecuencias nefastas en el siglo XX.
En segundo lugar, las campañas de desinformación hacen pasar por hechos lo que son juicios de valor, dando pie a la “máquina del fango”.
Por último, si la alternativa está en medios de comunicación y políticas públicas responsables, habrá que tomarse en serio la ética pública. El principio de responsabilidad está en la ley sobre transparencia y en la normativa para empleados públicos.
En el Congreso de los Diputados existe un código de conducta y un registro de intereses.
Ahora bien, la ética es más que códigos y declaraciones sobre conflictos de intereses. Tiene un papel preventivo y formativo, como muestran desde hace años los comités de ética de la investigación, los de ética clínica y varios comités de ética pública. Entonces, ¿por qué no hablar más de ética en la esfera pública?
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