La definición: actitud de la persona o grupo que actúa fuera de las normas de cultura, en especial de carácter ético, y son…
La definición: actitud de la persona o grupo que actúa fuera de las normas de cultura, en especial de carácter ético, y son salvajes, crueles o faltos de compasión hacia la vida o la dignidad de los demás. Encaja perfectamente con la actuación actual de los grupos de maestros, padres de desaparecidos, estudiantes inconformes, huelguistas y todo grupo que se manifiesta con violencia irracional ante personas que ni la deben ni la temen y que carecen de toda posibilidad de resolverles los temas que plantean.
Muchos de estos grupos están integrados por personas que han hecho de la protesta su modus vivendi, cobran por protestar, marchar, manifestarse en la manera en que les indican los líderes, quienes son los beneficiarios de tales acciones ya que obtienen de las autoridades sobornos, promesas, mesas de diálogo, financiamientos que les dan vida a sus organizaciones garantizándoles la subsistencia per sécula seculorum.
En connivencia con las autoridades, en especial con las comisiones de Derechos Humanos, detectamos una nueva enfermedad social, similar a la Delincuencia Organizada, la Barbarie Organizada.
En apariencia la barbarie es menos dañina que la delincuencia. Compararlas equivale a escoger entre un cáncer de piel y uno de pulmón. Cada uno tiene sus características y su forma de dar muerte, sus medios de control y las dolencias que acarrea.
De la delincuencia organizada han corrido, y seguirán haciéndolo, ríos de tinta; de la barbarie sólo han corrido arroyos, pero el contenido de ambos cauces es igualmente letal a corto o mediano plazo. ¿Es posible al menos detener el avance de uno de ellos?
En modo alguno poseemos patente de la barbarie, si bien, prehistoria e historia de la humanidad llenan sus páginas con descripciones de barbarie en todas sus formas.
Una de las más recientes la podemos encontrar en una de las sociedades que se precian de ser las mejor educadas y con un alto nivel de civilización: la sociedad inglesa del siglo XX.
La tribu de hooligans, aficionados ingleses, se enfrentaron con sus pares italianos, denominados ultras, provocando la Tragedia de Heysel“, acontecida el 29 de mayo de 1985 en el Estadio de Heysel de Bruselas, en Bélgica antes de la final de la Copa de Europa entre el Liverpool de Inglaterra y la Juventus de Turín, Italia.
39 víctimas mortales (34 italianos seguidores de la Juventus FC, dos belgas, dos franceses y un británico). Los sucesos causaron además 600 heridos de diversa consideración.
Este hecho marca el clímax del hooliganismo provocando la decisión de autoridades civiles y deportivas de Europa de terminar con él. La UEFA, organización futbolística europea, sancionó a los clubes ingleses sin poder disputar competiciones europeas durante cinco años; Margaret Thatcher, primer ministro de Inglaterra, se decide a actuar con contundencia y dicta la “Football Spectators Act” y el “Informe Taylor” para erradicar el fenómeno y mejorar la seguridad en los estadios.
Hoy día se identifica a los vándalos impidiéndoles el acceso a los estadios, se les recogen los pasaportes antes de partidos importantes y se les sanciona seriamente en casos de reincidencia.
Los espectadores segregan, señalan y denuncian a los bárbaros, asiste suficiente fuerza pública para impedir el crecimiento de los conatos, los estadios cuentan con asientos para todos y cámaras de video para identificar infractores y delincuentes.
El costo del boleto se ha encarecido haciendo del futbol un gran negocio, pero la calidad del espectáculo, la comodidad, seguridad, tranquilidad del regreso a casa, la experiencia de vivir un partido, justifica el dinero gastado.
La decisión de cortar por lo sano con el fenómeno transforma una actividad, elimina el riesgo de una guerra (no exagero, ya se han dado), cura un cáncer social existente y nos ofrece mayor calidad de vida.
Lo primordial es que ¡es posible! Lo primero que necesitamos es exigir a nuestras autoridades rectificar las legislaciones sobreprotectoras y castrantes de quienes han aprendido a fingirse víctimas inválidas a fin de salir impunes de las vandalizaciones cometidas en sus marchas y plantones, vejaciones y humillaciones.
Lo segundo que necesitamos es definir el medio en que efectivamente la Nación demande a los funcionarios carentes de integridad que constantemente incumplen la palabra empeñada en el juramento que hacen al asumir el cargo que ostentan y así obligarlos a cumplir las leyes emitidas, dejando de seguir ejemplos como el López Obrador que se negó a cumplir, entre muchas, el mandato del seguro automotriz obligatorio.
Lo tercero es participar en el cumplimiento irrestricto de dichas leyes por parte de todos nosotros, dejando, por ejemplo, de dar mordida, para pasar la verificación.
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